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La Rioja: y de apellido, gastronomía

Foto: EFE/Raquel Manzanares

La Rioja es la tierra con nombre de vino y con apellido de gastronomía. La tierra del buen beber y el buen comer. A cuál mejor de ambos placeres. Si en el listado de calidad de vida aparecemos en segunda posición será porque no se ha tenido en cuenta lo cuidados que están nuestros estómagos desde que nacemos. En el país de la dieta mediterránea, a veces tan descuidada por el frenesí de nuestro día a día, este pequeño rincón del norte brilla con luz propia culinaria desde hace tiempo y el paso de los años sólo confirma lo que aquí ya sabemos y no nos terminamos de creer.

El Rioja y La Rioja viven un momento de efervescencia vitícola, enológica y gastronómica. Esta misma semana hemos celebrado la segunda estrella Michelín para los hermanos Echapresto, quienes ya consiguieron en 2022 su ansiada estrella verde por sus proyectos de sostenibilidad con los que cuidan nuestro mundo sin descuidar su cocina. “Es una necesidad que o la haces por convencimiento o en dos días la vas a tener que hacer por obligación”, decía entonces el propio Carlos Echapresto en la quinta edición de Diario de Vendimia. Y desde la sostenibilidad hasta el estrellato, pasando por la cocina biodinámica. ¿Dónde está su límite? Nadie lo sabe. Y entonces, siguiente pregunta: ¿Dónde está el límite de la cocina riojana? Tampoco nadie lo sabe. Tierra de tradición y menú inigualable (patatas a la riojana, chuletillas al sarmiento y torrijas). “Cocina sin hostias”, como la denomina irónicamente y con acentazo riojano Ignacio Echapresto, quien dijo hace unos días la frase que mejor resume -también en riojano- la sensación de uno mismo al recibir un premio: “Estamos emocionados de cojones”.

Tierra de tradición, correcto, pero también tierra de vanguardia que se mantiene como la comunidad con más estrellas Michelín por habitante. Ya que hemos visto que lo del fútbol no es lo nuestro y que no podemos sacar galácticos como las grandes canteras, nos hemos centrado en sacar astros de la cocina como si nos fuera la vida en ello. Porque realmente nos va la vida en ello. Estamos tan obsesionados con tratar bien a todo aquel que nos visita que hemos elevado nuestros fogones a cotas impensables para que no les falte de nada. Un tortuoso camino que abrió Francis Paniego -nadie dijo que fuera fácil- para que otros pudieran seguir sus pasos. Pequeños en tamaño, sí, pero siempre grandes en nuestras revoluciones como la que logró en 1982 un Estatuto de Autonomía para La Rioja cuando muy pocos creían en ella. Porque enclavados en un eterno cruce de caminos (doce estrellas en un radio de 35 kilómetros), tierra de acogida y lugar de tradición arraigada en el sentir riojano, la alta gastronomía ha encontrado un maridaje perfecto con esos vinos que ya tenían fama internacional.

A la vez que los hermanos Echapresto recogían su estrella verde en 2022, el restaurante Ajonegro recibía su primera estrella Michelín para encumbrar desde la calle Hermanos Moroy de Logroño la fusión riojanomexicana de Gonzalo y Mariana. Y así, el cruce de caminos se convierte en cruce de culturas como la que Iñaki y Carolina bordan en Íkaro desde Avenida de Portugal al mezclar lo mejor de Ecuador con el latir cocinero de la capital riojana. En Ezcaray, el Portal del Echaurren reluce más que el propio portal de Belén en el año 0 a base de reinventar la casquería. En Haro, en un palacio del siglo XVI, Miguel Caño ha demostrado que basta con el fuego para brillar. Y también en Logroño, ahora desde el barrio de El Campillo, “al otro lado del Ebro”, Félix Jiménez continúa con su disciplina oriental para contar con el beneplácito de crítica y público. Incluso sin servir alcohol en su menú. ¡Están locos estos riojanos!

Las cocinas de Japón, Ecuador y México como inspiración de proyectos que se suman al saber del Rioja y de La Rioja. A escasos metros de las calles Laurel y San Juan, referentes también internacionales del buen beber y el buen comer. Un estilo de vida que todos quieren y, por suerte, nosotros tenemos en la puerta de casa. Sepamos apreciarlo, conocerlo, disfrutarlo y difundirlo. De ello dependerá, y mucho, el futuro de una región que tiene en su nombre y en su apellido su industria más potente. ¿Quién quiere cadenas de montaje que pronto serán sustituidas por máquinas cuando puede sentarse a la mesa en buena compañía para gozar sin límites?

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