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Alfredo García: “Cuando veo cómo viven en Nepal, pienso que somos gilipollas”

Alfredo García: “Cuando veo cómo viven en Nepal, pienso que somos gilipollas”

Alfredo García, en la cima del Everest / Foto: Alfredo García

El alpinista logroñés Alfredo García ya ha conseguido ascender cuatro ochomiles: Gasherbrum II (2006), Cho Oyu (2007), Broad Peak (2008) y el Everest, el techo del mundo (2010). Por el camino, un reguero de expediciones, aclimataciones, finales felices, otros trágicos y experiencias humanas. Entre Nepal, el Tíbet y Pakistán, el riojano ha conocido una cultura diferente. Un sopapo al punto de vista occidental que resume con esta frase: “Cuando veo cómo viven ellos, pienso que somos gilipollas”.

“Hay choque cultural, quizá más con Pakistán, porque es una república islámica y además estamos en zona de cierto riesgo terrorista. En Nepal también, pero está más controlado porque viven del turismo. Ese contraste te hace reaccionar: nosotros pensamos en qué hacer mañana y allí se limitan a ver si mañana pueden comer. Terminas el trekking en un pueblo perdido y te abren su casa. No tienen casi nada, pero te matan una gallina para que cenes. ¡Cuánto tenemos que aprender de ellos!”, valora.

El campo base del Everest | Foto: Alfredo García

Tomó un camino diferente a la mayoría que le llevó desde la capital riojana hacia los confines del mundo, los hielos perpetuos y las montañas elevadas a categoría de diosas. “Mis padres eran aficionados y me decanté pronto por la escalada”. Todo fue bastante rápido. “Fui al Elbrus en 2003, la montaña más alta de Europa y después hice los cuatro ochomiles”. Por encima de esa altura, la concentración de oxígeno en el aire es insuficiente para la vida humana. El Mal Agudo de Montaña acecha.

La naturaleza no perdona y en muchos casos las laderas están plagadas de cadáveres que sirven como orientación a los montañeros. Él lo sabe bien, porque lo ha vivido en primera persona: “En 2013 fui al Gasherbrum I y me quedé a 80 metros de la cima. Aquí no nos parece nada, pero es la diferencia entre la vida y la muerte. Fuimos once personas y llegamos ocho. Perdimos a tres compañeros, siempre sabes que te puede tocar muy cerca. Fue muy duro y el precio a pagar, muy alto”.

No por eso dejó de ir. “De hecho volví al Himalaya en 2017. Corro riesgo, sí, los mínimos posibles; pero en la carretera también hay accidentes”, declara prendado por una pasión. “Mi entorno lo entiende y algunos me dicen que me arriesgo. Quizá no tendría que salir de casa, pero si pensamos así, seguramente seguiríamos viviendo en las cuevas”. La pasión por explorar lo desconocido siempre ha cautivado a hombres y mujeres y él no es la excepción: “Iría más a la montaña si pudiera costeármelo”.

Alfredo García, en su infancia | Foto: Alfredo García

García tiene condicionantes: “El trabajo, la familia, los amigos, hay que compaginar todo eso… Antes de 2010, era posible conseguir patrocinadores; ahora se ha complicado muchísimo la cosa”. Y eso sin contar con el coronavirus, que ha reducido al máximo los viajes internacionales. “Las expediciones duran en torno a cuarenta o cincuenta días y una expedición que no sea Everest (es más caro), te puede costar a torno a 6.000 o 7.000 euros”.

Globalización y masificación

El mundo es mucho más complejo y todo se ha globalizado. Lugares inhóspitos se han convertido en destinos masivos. Y eso tiene sus problemas, a veces fatales: “Coincidí un verano en el Broad Peak con Jorge Egocheaga (otro alpinista) y me dijo que se iba a liar en el K2 (considerada el ochomil más difícil). Hubo once muertos solo en esa montaña. También he visto enseñar a gente a utilizar material técnico (crampones, piolets, bloqueadores) en el mismo Everest. No es el mejor sitio”.

Las expediciones comerciales han puesto en riesgo el espíritu tradicional del alpinismo: “Desde fuera ves la parte bonita, pero nos han desaparecido tiendas y robado comida en la montaña, en los campos avanzados”. Pese a ello, se queda con la parte buena. “No siempre te juegas la vida, hay momentos que tienes que estar en el campo base, convivencia con compañeros que ya son amigos y una unión que queda a lo largo del tiempo”.

Foto: Alfredo García

No está esta entrevista plagada precisamente de tópicos del argot, pero ahí va uno: “La montaña siempre está ahí, pero se trata de volver”. Para él, el placer es disfrutar el camino. “Mis mejores momentos son siempre los previos a la cumbre. Cuando ya veía a tiro de piedra mi primer ocho mil, te emocionas. Los recuerdos son muy difusos, debido a la falta de oxígeno”. Una sustancia que solo utilizó una vez: en el Everest, por encima de las 8.350 metros.

Otro obstáculo es la aclimatación a la altura, puesto que los valles se sitúan ya a 4.000 o 5.000 metros: “Hay un fuerte componente genético, me aclimato muy bien. Pero he tenido compañeros que estaban directamente anulados”.

El futuro de la disciplina en La Rioja

¿Qué tendría que hacer un chaval para empezar a escalar? “Es un deporte muy duro, hay que ser claro, es un deporte que no tiene la visibilidad de otros. Aunque vayas acompañado, es más fácil irte a jugar al fútbol que a la montaña. No hay tantos chavales como nos gustaría, llegas a una edad y lo dejan. Nunca me ha gustado la fiesta y si tenía una cena, pues me iba muy pronto, porque al día siguiente quería ir a la montaña”. Y es que todo esfuerzo requiere sacrificios.

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