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La dimensión ambiental cotiza

Discutían los de mi cuadrilla sobre en qué momento todo esto cambió, reflexionaban sobre tras qué resultado o en qué partido el asunto acabó por modificar el ecosistema habitual del fútbol riojano.

Unos hablaban de León, otros reconocían que Lasesarre fue un día importante porque “por fin los jugadores se acercaron a festejar con la grada, que no costaba tanto, coño”; otro que la Copa del Rey, “sobre todo ante el Cádiz”, ha ayudado a que muchos den el paso definitivo… Que ya el curso pasado el tema se modificó de forma definitiva, que aquel corteo previo al encuentro contra el Hércules en Logroño por República Argentina fue el día donde muchos acabaron por convencerse de que volver a Segunda era posible. Incluso uno de la cuadrilla, ojo con esto, se mostraba defensor de la flecha del tiempo, que va siempre hacia adelante. Nos ha dicho, sin pestañear el tío, no sé qué de que a la entropía, como propiedad de estado, le importa solamente el estado inicial y final, independientemente del camino recorrido para pasar de uno a otro. Vamos, el típico resultadista: o se pierde o se gana, o se asciende o no. Ergo, si se gana la gente acude. Y sin duda es el momento de acudir, porque ahora podrás ver a un equipo ganador. No hay duda de ello. Ya veremos el curso que viene.

Ahora bien, no va el tío, ante muchos de nosotros (defensores a ultranza de que lo importante es andar el camino para ver hasta dónde nos lleva), y se planta en una terraza de Tudela y se pone ‘intensito’ al reflexionar sobre la entropía como medida futbolística para analizar un cambio radical de la nada al todo, de la indiferencia hacia el fútbol riojano al estado actual de un grito casi unánime en la búsqueda de un ascenso. Así, con un par… de razonamientos que sinceramente no he acabado de comprender porque estaba analizando el grotesco chorreo de un calamar maltratado al sol navarro de un febrero primaveral.

En mi cuadrilla hay de todo, que es como perduran las cuadrillas de toda la vida. Está el pragmático: “Cinco atrás, tribote y solo dejaría subir en Tudela a Iñaki para ponerle balones a Roni”. Firmaba el empate, como la gran mayoría tras el empate en Tajonar del Bilbao Athletic. Éste no sabe nada de la entropía, por fortuna. Luego está el otro, que ajusta sus motivaciones y temores en la previa ante el Tudelano por el lado de “la huerta”, “el huerto de Sergio Rodríguez”, “la flor”… y “el huerto de patatas sobre el que va tocar jugar para ganar”, como así fue finalmente. Un tercero, el más callado, siempre formal, respetuoso, algo taciturno, callado “porque Ander Vitoria no había viajado”. Ensimismado se pegaba con el calamar y la pertinente mancha de aceite en su entrepierna. Y por último el más chistoso, el más optimista, un feliciano, el último en llegar: a vueltas con el asunto de cumplir 40, y que quiere celebrar la nueva década en la final por el ascenso, “donde sea”, dice “hay que ir”, sin darse cuenta de que a un playoff de ascenso a Segunda se va a sufrir. Casi nadie pretende divertirse. Porque un playoff de ascenso a Segunda se juega siempre en Sidi Ifni. Y yo a un playoff no voy a hacer amigos ni a tomar tan siquiera unas cañas o lo que sirvan por aquellos mundos. A un playoff quiero ir a ascender de una maldita vez. Que luego ves cómo está el Hércules y como que a uno se le encoge el corazón de lo que puede depararnos el fútbol la temporada que viene.

Desde fuera contemplo a mi cuadrilla, que vuelve a viajar, que vuelve a moverse por el fútbol, que llevan unas temporadas viéndose al menos cada quince días en Las Gaunas para seguir a su equipo de fútbol. Y que pronto, seguro, llevarán a sus hijos al fútbol aunque solo sea para ver a los amigos… Desde fuera de la cuadrilla, con distancia, a uno le vienen una cantidad enorme de recuerdos, de cuando llenos de granos marchábamos a Las Gaunas porque no sabíamos qué más hacer, e ir al fútbol por aquel entonces, como ahora, era el ocio más barato.

Y muchos años después comienza a generarse el mismo movimiento con la ilusión de haber visto de principio hasta el presente continuo la evolución de este club que muchos recién llegados sienten como propio desde el primer día, porque todo esto, como defiende otro buen amigo mío “es de una naturalidad aplastante”. Quizás porque aquí el más antiguo acumula diez años de trayectoria, pocos más; y es imposible no querer jugar a fútbol con un crío de tan solo diez años. Por eso, esto es tanto de una cuadrilla de Logroño, como de una familia de Arnedo, esto es tanto de los fieles de Tirgos, a esa enorme afición blanquirroja existente en el valle del Najerilla. Es tanto de los amigos de Fuenmayor, como de los de Sojuela, Tricio, Aldeanueva, Sotés, Albelda, Entrena…

Pero toda buena cuadrilla que se precie de serlo cuenta con el amigo pesimista. Es necesario, a modo de toma de tierra con lo que a buen seguro algún día llegará. No sabe o no recuerda que somos, además de hijos del barro, hijastros de Pouso (“la derrota siempre está un partido más cerca”) y creyentes de Rafa Berges. Mi amigo, el pesimista, siempre está con lo mismo, “que podríamos ir muchos más a Las Gaunas”. Sin duda. 16.000 en total. Es más, el estadio está sin acabar. Aún se podría volar cuatro gradas más por encima de las existentes para que entrar, imagino, el doble. Pero aquí, en los peores momentos 800 estaban en Las Gaunas. En los mejores, 12.000. La media, 3.500. El desarrollo al calor de los buenos resultados, constante. El seguimiento, en aumento. Ya son 4.300 socios, y desde no hace muchas fechas casi todos los abonados están yendo a Las Gaunas, que no es poca cosa; y hasta animando a amigos y familiares de que se sumen al goce, que ahora el equipo gana. Y es que la dimensión ambiental cotiza… al alza.

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