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Miguel cose el paisaje

Miguel Martínez de Corta | Foto: Eduardo del Campo

Las Gaunas es la cuna de Caín. Judas campa a sus anchas por el estadio municipal. Entre el plástico y el cemento se refugia la traición, el insulto, la desesperanza y la sinrazón. En este juego del balompié agitado habitualmente por el síndrome del todo o nada, donde no hay cabida para el término medio, el carácter sosegado no parece hallar un espacio propio, hasta que llegan los entrenadores, licenciados en mil batallas, y le ponen al sinsentido algo de razón… porque Miguel, sosegado él, para y acaba jugando. Porque desde hace seis años siempre ha pasado lo mismo.

Caín mata a su hermano y Judas da palmaditas en la espalda mientras por lo ‘bajini’ comentan que la juventud es un valor más importante que el rendimiento. Así es el fútbol. La juventud cotiza al alza, y la veteranía solo es un grado cuando la cosa pinta mal o cuando la gente se aburre de ver siempre al mismo en el mismo lugar, aunque siga rindiendo. Caín y Jugas se reúnen para precisar que todo esto no está bien, que ya es hora de hacer un cambio, aunque los hechos acaben por dejarles retratados… porque Miguel acaba jugando.

Miguel Martínez de Corta estudia en la Biblioteca Municipal, se toma una caña en el bar de al lado, pasea por Portales, nada en las instalaciones de Cantabria cada verano, se toma unos pinchos de vez en cuando y para goles en Las Gaunas. Y en esto último, en lo de parar balones, deja de ser un logroñés más. Porque se convierte cada quince días en el terapeuta de esos que acuden a Las Gaunas a dejar constancia, con el dedo hacia abajo y la lengua hacia arriba, de sus frustraciones, tan pesadas en el día a día y tan ligeras cada domingo, cuando se ponen la bufanda de su equipo. Para eso está el equipo de la ciudad de provincias y para eso está uno de la casa. Para lo bueno, Messi, Zidane, el Chiringuito e Iván Aguilar.

Pasa consulta Miguel cada quince días. Y como conoce el entorno a la perfección, porque iba a Las Gaunas desde chiquitito y sabe lo que hay, lo asume y sigue caminando, para temporada tras temporada entrenar, ganarse el puesto, sentar en el banquillo al otro guardameta porque así lo decide el entrenador de turno, pelear por el Zamora de la categoría de bronce, ganar partidos, dar puntos a su equipo, fallar porque también es humano, y alcanzar, así, los doscientos encuentros con la camiseta de la Unión Deportiva Logroñés.

Y aunque a alguno le pese, a la chita callando ha pasado a formar parte directa, activa, esencial y principal de la construcción de un escudo que hace diez temporadas ni existía. Receptor de buena parte de las críticas, Miguel responde con todo el cariño que es capaz de sacarse de sus guantes, y dejar de ser logroñés por un tiempo al ponerse a construir algo que merezca la pena defender por todas partes. Porque Miguel, que no está ni mucho menos solo en este esfuerzo para el que cada día hay más gente empujando, siente que esto va de ganarse día a día los méritos suficientes para llegar al fútbol profesional, que ya vendrán otros para llevarse el brillo.

Logroño es el lobo de Logroño. Logroño es la cuna de Caín en lo futbolístico, es el reflejo de una región pequeña que a veces duda hasta de sí misma. Lo de fuera siempre parece mejor, hasta que llegan los problemas y hay que dar un paso al frente. Entonces reman los de aquí, esos que sienten que todo esto va en serio; que todo este esfuerzo merecerá algún día la pena; que asumen este ritmo lento porque saben que son cuatro, pero que indudablemente va en serio. Y Miguel ha ido en serio desde que llegara de la mano de Raúl Llona hace seis años.

La Rioja futbolística hace diez temporadas se presentaba como un paisaje borroso, trazado de malas maneras, con la desgana habitual que surge tras un desamor devastador, inesperado, truculento y muy doloroso. Y Miguel ha puesto su firma para coser un paisaje futbolístico logroñés donde queda mucho por colorear. Pero él ha hecho la parte del trabajo que le correspondía por ser portero, veterano, capitán y logroñés: mantener el tipo en los peores momentos, soportar las duras críticas, y sonreír a Caín y Judas por las calles de Logroño como si no pasara nada.

Porque en el fútbol que es la vida hay dos caminos, el de la construcción y el de la destrucción. Y Miguel no ha tomado atajo ninguno y ha transitado con paso firme y espaldas anchas el camino de los doscientos partidos con el equipo de su ciudad. Y ha dibujado un paisaje colorista para ese Logroño futbolístico que cree que es posible.

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