Tinta y tinto

Tinta y tinto: ‘Y ahora, ¿qué?’

FOTO: EFE/ Raquel Manzanares.

Las tractoradas y los ‘chalecos amarillos’ han conseguido la parte ‘fácil’. Entiéndase como ‘fácil’ la más sencilla dentro de un proceso complejísimo con decenas de aristas e instituciones diferentes implicadas: sacar a la calle miles de tractores (alrededor de 800 en La Rioja de los 2.000 que hay matriculados) y miles de personas (alrededor de 2.000 riojanos en la manifestación más multitudinaria en la región) con la situación que vive el campo era relativamente simple. Una forma de canalizar la rabia ante el hartazgo y la falta de perspectivas. Un primer paso para caminar hacia un horizonte incierto, pero al menos esperanzador porque se imagina diferente al actual. Protestas constantes y masivas con las que evidenciar que los agricultores y los ganaderos ya no pueden más, que “hay que hacer algo” para que el sector primario siga siendo una forma de vida digna para quienes lo componen.

Una vez lanzado el grito de auxilio, viene la parte complicada. Lo de cortar carreteras y colapsar el tráfico está bien (sobre todo si se cuenta con la connivencia de las autoridades para que nadie salga sancionado), pero tiene un límite. Tanto en el tiempo como en el entendimiento de los paisanos, quienes aplaudían los primeros días con ojos cómplices, pese a llegar con cierta demora a sus quehaceres, a aquellos que llenan sus neveras. Con la falta de futuro en el campo como tema de actualidad y principal preocupación, llega el momento de encontrar soluciones. Y estas son complejas porque el problema también lo es. Quien tenga una varita mágica para apretar un botón y dejar a todos contentos, posiblemente sea un populista. Y Dios nos libre de ellos cuando lo que está en juego es el pan de la gente. Y las uvas. Y el cereal. Y las ovejas. Y las verduras. Y las vacas. Y las hortalizas. Y las frutas.

Sacar a colación la ‘Agenda 2030’ o la Política Agraria Común (PAC) sin conocerlas de cabo a rabo te deja en fuera de juego desde el minuto uno. Y es que el diagnóstico lo tenemos. ‘Sólo’ nos falta saber cómo llegamos a curar una enfermedad que ni es nueva ni va a desaparecer nunca de nuestro sistema. Por eso, seguir protestando en la calle sin un objetivo claro supone evidenciar que tras la movilización falta estrategia y que con la ley del pataleo no basta. Las imágenes del pasado domingo en la Gran Vía de Logroño con varios manifestantes (ya hemos pasado de ochocientos tractores a un centenar) cenando en mitad de la calle con sus vehículos aparcados como si fuera una quedada de amigos o el almuerzo con vino de mesa para protestar contra el vino de mesa llegan a ojos del ciudadano como contradicciones que empiezan a liar la manta y ahogan un grito de socorro que había empezado de la mejor manera posible. ¡Si hasta consiguieron que les recibiera el ministro e hiciera varias promesas!

Por las particularidades que tiene La Rioja, pasados los primeros días de movilizaciones del campo en general, los asuntos se han ido centrando en el vino por su importancia en la economía de la región y la supervivencia de sus municipios (alrededor de 17.000 viticultores, 66.000 hectáreas de viñedo y 600 bodegas tiene la DOCa). Además de la eterna pugna por la rentabilidad agrícola, las cuestiones han derivado en dos temas principales: el vino de mesa y el arranque de viñedo. En ambos han demostrado los representantes de los ‘chalecos amarillos’ su desconocimiento sobre el sector y su precipitación a la hora de sentarse en la mesa de los mayores, donde los sindicatos agrarios se han visto obligados a hacerles un sitio por no haberle tomado de primeras el pulso a tanto hartazgo.

A la hora de ponerse a negociar de verdad en un mundo con tanta burocracia e intereses contrapuestos llegan los problemas si no se está debidamente preparado. Las buenas intenciones para encontrar soluciones se las presuponemos a todos ellos, pero no así el conocimiento necesario para navegar en aguas turbulentas. Sobre todo, cuando los planteamientos se lanzan sin pensar en el otro lado de la mesa y sólo se ha hecho un análisis de la casa propia. Porque cabe recordar que la DOCa Rioja genera anualmente 1.500 millones de euros (sería una empresa top 100 del país) y que para llegar a los despachos donde se toman las decisiones importantes no basta con ser el que más grita. A veces basta con ser el hijo del jefe o el amigo de alguien, pero ese es otro tema.

Más allá del asunto del vino de mesa, típico tema menor que se convierte en importante cuando el resto son prácticamente imposibles de abordar, la reflexión a lanzar sobre el arranque del viñedo es la más sencilla de todas: ¿Quién quiere arrancar sus viñas? ¿Están dispuestos aquellos que lo plantean a quitar sus cepas y dedicarse a otros cultivos? A ver si resulta que realmente estamos pidiendo que las viñas las arranque el vecino porque pensamos que las suyas no valen para nada y las nuestras son las mejores, lo que además redundará en un aumento del precio de la uva que repercutirá sólo en aquellos que las mantengan. Idea redonda si no fuera porque realmente todos pensamos que las viñas a arrancar son las del vecino y no las nuestras. Y si no, hagamos la pregunta en serio en el bar este domingo.

Quizás, sólo quizás, podríamos hacer caso a lo que dijo no hace mucho Agustín Santolaya (Roda) en la Universidad de La Rioja: “Si Rioja produjera 6.500 kilos por parcela, que no es nada más que lo que dice el reglamento, no tendríamos estos excesos de producción [..] El problema se creó cuando los 6.500 por parcela se convirtieron en 6.500 kilos por explotación, luego por familia, por amigos, por cooperativa y, finalmente, para el conjunto de la Denominación”. Así, conociendo al detalle el sector (los sectores) y sabiendo que la solución (soluciones) no serán sencillas, podríamos dejarnos de cenas en mitad de la Gran Vía y de sacar el tractor a la calle más de lo debido, no vaya a ser que después de la pancarta machista contra la delegada del Gobierno surja otra ocurrencia que ahogue otro poco un grito más que necesario.

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