Tinta y tinto

Tinta y tinto: ‘La isla con un mar de viñas’

La Rioja es una isla sin playa, pero con mar. De viñedos. La falta continua de grandes inversiones en infraestructuras durante décadas ha aislado a la región hasta convertirla en la peor comunicada de España. Ahora que la distancia no se mide en kilómetros sino en tiempo, basta intentar salir de la comunidad un fin de semana o hacer un viaje de negocios para darse cuenta de los problemas de transporte a los que nos enfrentamos los riojanos. Ya no sólo con Madrid, corazón económico y empresarial del país, sino prácticamente con toda España. Dando la batalla aérea por perdida, todos los ojos se fijan en el tren ahora que el AVE conecta a millones de españoles de forma rápida y cómoda.

Obligados a echarse a la carretera para viajar, el panorama tampoco es muy halagüeño al darnos cuenta de que la única autovía que disfrutamos tiene poco más de cuarenta kilómetros entre Logroño y Santo Domingo, si obviamos que hemos tenido la suerte de que la carretera hasta Pamplona discurra al noventa por ciento por territorio navarro. ¿A Bilbao? A pagar. ¿A Zaragoza? A pagar. ¿A Burgos? A pagar. ¿A Vitoria? A pagar. Con la liberalización de la autopista AP-68 para noviembre de 2026 y el posible comienzo de las obras de la “velocidad alta” ferroviaria para, como pronto, 2030 (no verán eso nuestros ojos y el horizonte se pone en 2050 -súmate veinticinco años y piensa dónde estarás entonces-), La Rioja sigue quedándose atrás con el paso de los años mientras el resto de regiones avanzan a otro ritmo.

La comparación de La Rioja con una isla no es solo metafórica. A pesar de estar situada en un cruce de caminos al sur de dos comunidades punteras y en pleno valle del Ebro, la falta de una red de transporte ferroviario eficiente crea una barrera invisible que aísla a la comunidad del flujo continuo de mercancías y personas que caracteriza a las zonas bien conectadas. Esto puede llevar a preguntarnos, como ha planteado el presidente Gonzalo Capellán, si la región debería recibir beneficios fiscales similares a los que disfrutan las islas, como Canarias y Baleares.

Aunque pueda parecer una propuesta audaz y quizás difícil de encajar legalmente, la realidad es que La Rioja comparte similitudes con estos lugares en términos de su aislamiento relativo y las consecuencias económicas que esto conlleva. La insularidad, más allá de la mera geografía, puede entenderse como la dificultad de conexión con el resto del país. Quizás esta propuesta sea una ensoñación imposible por lo que podría acarrear en el resto del tablero territorial, poniéndose todos los presidentes autonómicos a decir que ellos son los más aislados, pero es imperativo intentar superar estas barreras en pos del bienestar y el desarrollo de la región. Esto no resta importancia a las necesidades y particularidades de otros lugares afectados por otros problemas (véase la despoblación), sino reconocer que cada territorio tiene sus propios retos y merece soluciones adaptadas a sus circunstancias específicas.

La Rioja merece ser parte del mapa ferroviario y económico de España. Abogar por ventajas ¿fiscales? -sin olvidarnos del efecto frontera con País Vasco y Navarra- en base a su situación de “insularidad” no es solo una demanda justa, sino una estrategia inteligente para aumentar el potencial económico de la región y promover la equidad en el desarrollo nacional. Con la llegada del 2024 y el avance de infraestructuras que hay en el resto de España, es hora de asumir nuestros problemas (sí, somos una isla) para reclamar inversiones, conexiones y beneficios que nos ayuden a los grandes olvidados del norte del país.

Y es en este punto donde entra otra teoría, quizás aún más descabellada que la de declararnos oficialmente una isla. Ahora que a Pedro Sánchez sólo le quedan tres gobiernos autonómicos de color rojo y que el nacionalismo e independentismo están todo el día tocándole la moral, quizás sea un buen momento para lanzar un guiño sin apenas coste a esa pequeña región del norte gobernada por el PP que no le importa a nadie y cuyo presidente ha demostrado ser un verso libre dentro del partido. Quizás en el PSOE riojano, cuya expresidenta Concha Andreu viaja tanto a Madrid en calidad de senadora (otro sitio que no le importa a nadie salvo a Feijóo, que quiere convertirlo en el epicentro de la política nacional por tener mayoría) y tan bien se lleva con su líder, puedan alinearse del lado de sus paisanos obviando sus siglas y proponer una decisión que nos beneficie a todos. Quizás sólo sea una cuestión de voluntad y de fe, que dicen que mueve montañas. En este caso, trenes, que pesan un poco menos.

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