Gastronomía

Un delicioso alto en el Camino

Los peregrinos visitan La Laurel con ganas de conocer la cultura gastronómica riojana

A la séptima etapa llega la jornada de descanso. Porque la llegada a Logroño se hace tras haber completado siete etapas. Una semana andando, a una media de 25 kilómetros diarios. Es el momento de hacer un alto en el Camino. Coger aire para sentir de nuevo las piernas. Los peregrinos lo saben. Y en la medida de lo posible, tras seis días andando, el peregrino hace coincidir su llegada a la capital de La Rioja con el fin de semana. Viernes, sábado o domingo. Cuando les han dicho que hay más ambiente en la calle Laurel. Porque el peregrino llega desde Los Arcos hasta la capital riojana tras haber andado 28 kilómetros, y lo hace con dos ideas en la cabeza: pasar, primero, por la ducha, y, después, dar una vuelta por la ciudad para descubrir qué es eso de lo que todo el mundo habla. Preguntan: “¿Dónde está la calle Laurel?”.

Ricardo García es el presidente de la Asociación de Hosteleros de la Zona La Laurel y da la bienvenida a los peregrinos a la calle gastronómica más famosa del norte de España. “Sobre todo los vemos de lunes a miércoles”, indica. Quizás porque de jueves a domingo esta calle explota en visitantes y entre tanto color y calor es más complicado observar al discreto peregrino. Que busca, con su calzado de repuesto, vivir la experiencia completa de La Laurel. El peregrino actúa con discreción. “Sí, es fantástico porque además son los primeros que nos visitan cada día. Hay que tener en cuenta que cenan pronto. A partir de las siete y media ya se dejan ver por los bares de la calle Laurel, y se retiran pronto a descansar”.

En esta radiografía de peregrinos, Ricardo García asegura haber observado a dos tipos de peregrinos: “Está, por un lado, el que pernocta en hoteles, y por otro lado el que vive la experiencia del Camino descansando en los albergues”. El segundo se recoge antes porque los albergues tienen unos horarios muy concretos, mientras que el primero, el que va a los hoteles, viaja con ganas de disfrutar al máximo de las experiencias gastronómicas de los lugares por donde pasa. “Pero en líneas generales, a ambos les gusta el buen vino y cenar bien, así que en esta calle tienen el éxito garantizado”.

Más o menos el peregrino, sobre todo el extranjero, el que ahora mismo se deja ver por los caminos de La Rioja, ha aprendido a moverse en la barra de un bar, aprendizaje adquirido habitualmente, si van andando, tres días antes, cuando ha pasado por Pamplona. Ahí se ha acercado, quizás por primera vez, al mundo del pincho. Llega a Logroño con un mínimo entrenamiento, con ganas de dejarse llevar por el reto de pedir en medio del jolgorio. Ingrid se mueve como pez en el agua. Lo suyo es el chucrut y el codillo, pero le encanta el reto que supone para ella y su grupo merodear por las barras para elegir el pincho que le apetece.

Ingrid y su cuadrilla de Wiesbaden se guían a través de los carteles que muestra este bar de La Laurel.

Dos cervezas sin alcohol y un blanco de la tierra para ir abriendo boca. Viña Pomal, Marqués de Cáceres, Faustino… los precios del amplio muestrario de vinos de Rioja llama la atención a estos peregrinos que a la hora del vermut ya han completado su etapa, y tienen horas suficientes por delante para vivir la experiencia Laurel. Por delante les quedan muchos kilómetros, y conviene detenerse en el Camino para conocer de cerca cómo late en lo gastronómico un país nuevo para ellos.

La Laurel se convierte de marzo hasta octubre en un crisol de nacionalidades. El Camino de Santiago posibilita un tipo de turismo casi fijo que ayuda a tener un flujo casi constante de visitantes, que móvil en mano retratan sus experiencias y comparten en sus círculos sociales para constatar que han llegado andando a lugares tan fantásticos como el que ahora mismo les ocupa en Logroño, gracias a la calle Laurel.

A la espera del peregrino nacional, que se deja ver más a partir del 1 de julio, el caminante internacional ayuda a recordar que el Camino de Santiago pasa por Logroño. Sandalias, pantalones cortos, gorra y siempre una mochila. Es sencillo saber quién anda tragando millas para completar una experiencia personal que precisa de calles como esta de Logroño para hacerla inolvidable. Haruki y Sôta llevan muchos meses juntos. Vienen andando desde muy lejos. Han cruzado Francia y ahora afrontan lo que es para ellos la recta final del Camino, a pesar de quedarles por delante lo que para muchos es la parte esencial de este viaje hasta Santiago. Reposan en una mesa alta para dos. Cenan pronto. Saben andar, saben disfrutar, saben descansar. Y saben reponer fuerzas. Se aplican un chuletón con sus pimientos verdes y sus patatas fritas. Repasan el hueso. Hablan entre ellos. Disfruta de La Laurel. “Sí, sí, andar mucho”, apuntan. “Laurel rico”, rematan.

Estos dos amigos vienen desde muy lejos.

Próxima estación para ellos, Nájera. El Camino de Santiago andando es un reto físico y mental que requiere sin duda del tiempo suficiente. Unos cinco kilómetros cada hora. En bicicleta, el asunto se resuelve con más velocidad, salvo si el viento sopla en contra. Jack es de Inglaterra. Del Everton de toda la vida. Y en bici está teniendo tiempo para reflexionar. Viaja solo. Y busca por La Laurel un lugar en el que comer algo un poco más contundente. “Vengo de Pamplona y necesito comer”. Está Jack preocupado porque son las 15:00 horas y en su cabeza no cabe que sigan cocinando para él y para otros. “Ya, ya, todo abierto”, alucina. Buscará un menú del día para ir ganando calorías. No ha querido pasar por la ducha. “Hace mucho calor”, y le ha costado llegar a Logroño. Día rompepiernas que solventará en La Laurel, con horarios lo suficientemente amplios para que hasta los extranjeros coman a horas inusuales para ellos.

La Laurel es una referencia, también para el peregrino. Se adapta en horarios, en propuestas, en capacidad de desembolso, y se da el gustazo de remitir a sus cercanos que ha estado en uno de los lugares más míticos de la gastronomía española. Llevan muchos kilómetros en sus piernas, saben adaptarse a los diferentes entornos que se van descubriendo, y saben perfectamente que en La Rioja hay que dejarse llevar, hacerse un hueco en la barra para pedir, e ir de bar en bar viendo que tienen. Es la cultura gastronómica callejera a la riojana.

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