Los libros de historia más tochos, los que van por tanto hasta el más mínimo detalle porque tienen espacio para hacerlo, los que resultan de tesis doctorales… en esos libros sus autores hablan también de la alimentación del ser humano. Porque desde los inicios somos lo que comemos. Y a partir de la dieta de los prehistóricos sabemos más sobre cómo vivían y de qué morían. Y resulta que en estos librazos cuentan que ya los primeros pobladores, los que dominaban el fuego, cocían carnes y huesos en agua, y a sus enfermos los cuidaban con el caldo resultante.
Mucho ha cambiado el panorama de las necesidades vitales para que esta receta haya dado el salto de las cavernas a los hospitales, y de aquí hasta las barras de los bares y tabernas para convertirse en un reparador vaso de líquido caliente que ayuda a superar los días más fríos del año. Mucho ha evolucionado esta receta para que deje de ser un alimento (poco nutritivo, por cierto) exclusivamente para enfermos, y ahora mismo sea una propuesta que fija clientela. Porque solo se vuelve al lugar en donde la tortilla de patata y el caldo están buenos.
Y esta serie de reportajes sobre el caldo nos está permitiendo observar que los lectores participan, que les gusta el caldo y que en Las Brujas de Alesón están muy orgullosos de la receta (que nos la faciliten para replicarla en casa). Además, los lectores nos han recomendado el caldo que elaboran en el Tucumán (Calle República Argentina, 38, en Logroño). Hemos probado el de la Universidad Pulpería de La Laurel, intenso, sabroso, con el habitual aderezo con vino blanco y un poco de picante. En Logroño nos recomiendan también el que preparan cada día en el Tennessi de la Calle San Juan. El del Marbella, nos recomiendan, parece ser una apuesta acertada para entrar en calor.
Pero los lectores nos invitan a un viaje fuera de la capital. Y lo aceptamos, encantados: «Hay que probar el caldo casero de toda la vida». Y nos recomiendan el del Bar La Taberna, de Badarán; y también el del Resturante Cantinflas II, en la misma localidad. «Son lo mejor para poner el cuerpo a tono en estos días», nos dice. Y en Haro, el Avenida, un clásico que domina el noble arte de cocer huesos y verduras para ayudar a los jarreros a superar el invierno.
¿Qué caldo debemos probar? Aceptamos sugerencias en el email [email protected] y en el número de Whatsapp +34 602 262 881.
Ningún hostelero riojano se atreve a fijar en el tiempo la presencia habitual del caldo en nuestras barras. Apuntan a los años setenta u ochenta, aunque hay quien afirma que incluso antes ya había quien apostaba por este producto en días señalados, por Navidad, como aperitivo ideal para iniciar cualquier ronda de vinos. El mítico consomé, que tenía un lugar destacado en cualquier mesa navideña, pero que ha ido perdiendo protagonismo en favor del impersonal picoteo.
La apuesta por el caldo en tacita va en aumento, a pesar de que los inviernos tienden a ser menos crudos. Habitualmente se cobra lo mismo que por un café, y cuando la cafeína acelera el pulso, un caldito lo suaviza. Se debe erradicar, en cualquier apuesta hostelera que pretenda ser reseñable, el caldo de brik, al igual que las tortillas de patatas envasadas. Olla puesta al punto de la mañana, arrancar en frío con los huesos y las verduras bien limpias, desespumar, y a fuego medio esperar que se haga el caldo para llenar el termo donde mantenerlo hasta mediodía a la temperatura adecuada. Presume de caldo.
Sigue el canal de WhatsApp de NueveCuatroUno y recibe las noticias más importantes de La Rioja.