Firmas

Tinta y tinto: ‘La vida en arcoíris’

Foto: EFE/Raquel Manzanares.

Para qué elegir un color preferido cuando puedes tenerlos todos. Tengo el corazón dividido desde hace un tiempo, no sé exactamente cuánto, en asuntos de banderas. Para un riojano, la roblanvera es el estandarte que da sentido a su propia existencia como región. El rojo, el blanco, el verde y el amarillo, con su escudo en el medio, forman una insignia inigualable por su colorido y por el orgullo que representa para los nacidos en la tierra del vino y la hospitalidad. Cuatro franjas reconocibles allí donde cualquier riojano se encuentra porque siempre nos acompaña en cualquier viaje, evento o celebración. Nunca sabes cómo ha aparecido realmente, pero siempre está.

El caso es que desde hace un tiempo, como decía, tengo dudas acerca de la roblanvera. Si es la bandera más bonita o no. En concreto, desde que Fran conoció a Carmela. Un acontecimiento desencadenado por la jubilación de un señor que regentó durante décadas la mejor joyería y relojería de Logroño: Pedro Cárdenas. Cerró “la tienda”, como la conocíamos en casa, y Carmela entró en “el mundo de los seguros”. Allí estaba Fran. De traje y corbata. Sentado detrás de una mesa. En una oficina de la Gran Vía esperaba a su nueva compañera, una mujer de mediana edad que prácticamente no sabía ni encender un ordenador, como para ponerse con el programa de gestión de clientes, “el CRM”.

En ese momento cambió la vida para todos. Fran ganó una compañera, pero también una amiga, una hermana mayor y una madre. Todo en uno. Sin quererlo. Queriéndolo con todas sus fuerzas. Carmela ganó un compañero, pero también un amigo, un hermano pequeño y un hijo. Amor recíproco. Sin dobleces ni sombras. Todo luz. Color arcoíris. Color esperanza para ambos. Una relación que me hizo conocer a Fran de esa forma tan personal como la de todos los que esta semana han derramado lágrimas por su pronta marcha. Político de profesión en sus últimos días, pero siempre activista.

Su Orgullo pasó a ser mi orgullo. Fran alzó la voz cuando pocas personas LGTBI se atrevían a hacerlo. Años de plomo. Los 80 y los 90, con su movida madrileña y con el despertar de las conciencias sociales en España. Las palizas a homosexuales por el mero hecho de ser homosexuales eran una constante en la calle y el miedo es libre. Él no lo tenía, por suerte, y eso le permitió luchar por los derechos de un “colectivo” siempre oprimido que tenía entonces un largo camino por recorrer. Todavía le queda un largo trecho, pero en todo este tiempo ha podido anotarse unos cuantos logros en su andadura.

Foto: EFE/Raquel Manzanares

Lo recordaba su amigo José en su capilla ardiente. Juntos consiguieron el matrimonio igualitario en España y juntos han logrado una Ley Trans en La Rioja. Se dice pronto tras años de intensa lucha en calles, parques y despachos. Y es que nuestra normalidad no era su normalidad. Gracias a la gente como Fran, vivimos en arcoíris y hemos llenado de colores bonitos nuestra sociedad. Rojo, naranja, amarillo, verde, añil, azul y violeta para convertir nuestro mundo en un lugar más tolerante, justo e igualitario en el que vivir. Un lugar en el que dé igual el sexo de la persona de la que te enamoras o que te follas una noche. Un lugar mejor. Un mundo mejor.

Este verano me dejó pensativo durante unos días. Bromeamos en una cena con dar las buenas noches a “todos, todas y todes” hasta que la conversación se puso seria. La identidad de género. “No lo puedes entender porque nunca lo has sufrido”. Y es verdad. Porque el camino hasta llegar a la vida en arcoíris partió de la vida en gris, donde muchos nunca hemos estado por el mero hecho de ser, fundamentalmente, hombres heterosexuales para los que su condición sexual nunca ha sido un obstáculo para nada. Baño de realidad. Reflexión directa a la conciencia de quien pensaba que podía empatizar con el de enfrente, pero que desconocía sentimientos profundos por sensaciones perennes vividas desde la infancia.

Por eso y por muchas cosas más le doy las gracias a Fran. Él me entregó (supongo que también a mucha más gente) unas gafas multicolor para ver la vida y a las personas de una forma especial. Con la sensibilidad que da el sufrimiento y la persistencia. Pese a su pronta marcha, deja un importante legado en formato arcoíris para que nuestra sociedad avance y nuestro mundo cambie. Porque muchas fueron las personas a las que ayudó con su clarividencia en los asuntos del colectivo LGTBI. Innumerables los amigos, amigas y amigues a los que cuidó cuando, pese a vivir en arcoíris, su condición sexual todavía suponía un problema con su familia, sus compañeros de clase o trabajo o simplemente su gente cercana. La fuerza del colectivo y del “colectivo”. La fuerza de un activista que puso muchos granitos de arena para formar una playa soleada que ahora disfrutamos todos y donde ondea al viento una bandera más bonita, incluso, que la roblanvera.

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