No ganan en el PP para máscaras, caretas, disfraces y complementos. Con la subida de la cesta de la compra, la luz, el gas, el agua, el IRPF, el impuesto de sucesiones y el impuesto de patrimonio, andan los padres de los políticos azules más agobiados con sus chiquillos que en aquella primera Nochevieja de fiesta nocturna en la que se pusieron un traje tres tallas grande de algún familiar. No llegan a fin de mes con tanta fiesta y con tanta recaudación socialista. Es un no parar. Lo mismo había este año una verbena en la que bailar con Alfonso que una procesión en la que llevar un santo con Cuevas o una degustación en la que charlar con Alberto. Eso no hay cartera que lo aguante después de cuatro años sin gobernar. Cuánto mejor haber estado de vacaciones como si el 2022 hubieran sido unas fiestas de San Mateo continuas y la playa el lugar perfecto en el que un «todo incluido» es más barato que quedarse en casa. Cual jubilados alemanes a los que la pensión les da para vivir a todo trapo en España e incluso ahorran.
Al final, tanto gasto (llámalo inversión y así no duele tanto) para nada. Resulta que el ascua al que arrimar la sardina no estaba en las fiestas de los pueblos ni en el restaurante Delicatto sino en un lúgubre despacho de la Universidad de La Rioja, en La Herradura de Haro y en el castillo de San Vicente. Todo mal. Por suerte para casi todos, han llegado los hombres de Feijóo para poner orden entre tanta hormona adolescente y tanta gana de marcha. Ya valía la broma. A costa de vivir una fiesta de la democracia en forma de congreso, hemos vivido un carnaval de Venecia con más cambios de máscaras que de chaqueta en este extraño veroño en el que salimos de casa hacia la oficina tapados hasta las cejas, tomamos café a media mañana con un jersey y para la hora del vermú casi nos hemos puesto el bañador y las chanclas. Y es que no ganamos tampoco para tanto cambio de ropa. Qué suplicio.
Por suerte para casi todos, decía, los hombres de Feijóo nos montaron un carnaval de Venecia al que invitaron a todo el mundo, aunque Alberto Bretón se excusó diciendo que él es más de sitios con urnas. Vivan los tanatorios. Sí fueron unos cuantos amigos suyos como Daniel Osés, José Luis Pérez Pastor, Álvaro Manzanos y David Peso, quienes aprovecharon la temática de la fiesta para protagonizar su particular Conjura de Venecia. En esta, al contrario que en 1618, había más de traición que de intriga diplomática por el devenir de los acontecimientos desde Madrid hasta Logroño, pasando por los Riscos de Bilibio, testigos estos de numerosas batallas en las que los jarreros siempre salen victoriosos.
Al salir del carnaval, bastó con explicar que no eran «ni de uno ni de otro ni del de más allá» sino que están bajo las siglas del PP. «Somos hijos de las decisiones que se han tomado aquí de forma democrática. Todos apoyábamos una forma de ver las cosas, un enfoque y un proyecto. En las últimas semanas ha habido un cambio nacional y nos hemos puesto a trabajar en este nuevo cambio». Todo cambia, que cantaba Mercedes Sosa, desde lo superficial hasta lo profundo. Cambia el modo de pensar. Cambia todo en este mundo. Hasta el poder de manos en La Rioja. Ya pertenezca este a una persona dentro de un partido durante veinte años que a un partido en el Gobierno durante más.
Cuestión de ciclos, líderes y fiestas, como las que también protagonizaron los más cercanos a Carlos Cuevas en hoteles y restaurantes. No piense mal el lector porque no se trata en este caso del estilo sindicalista con marisco y mariachis sino de reuniones que más bien podríamos catalogar como el baile de las máscaras. Una preparación para cualquier tipo de fiesta que se convoque de forma extraordinaria y con urgencia. ¿Que había congreso? Pues a tope con la unidad en torno al diputado natural de Autol porque no consideraban válido a ninguno de los precandidatos. Para rizar el rizo ya está el pelo de Carlos, aunque esta semana le haya salido competencia con la socialista Nuria del Río. ¿Que había un candidato impuesto desde Génova? Pues a tope con la unidad en torno al que dijera Tellado. Pasó poco más de medio segundo desde la retirada de Alfonso Domínguez hasta que comenzó el carrusel de mensajes para apoyar a Gonzalo Capellán.
La fiesta había alcanzado ya tal nivel de excitación que las corbatas pasaron de los cuellos a las cabezas y los tacones se cambiaron por alpargatas para un caminar más cómodo por el pedregoso camino que se abría en las horas posteriores. Basta un detalle para darse cuenta del frenesí en el que el PP ha vivido en las últimas semanas. La avalancha de noticias del pasado fin de semana y la inminente llegada de Capellán al liderazgo azul les pilló a algunos dirigentes populares en plena visita a cierto pueblo de La Rioja Baja, donde no había otro tema de conversación y los chascarrillos se repetían sin cesar. Perdidos en la marabunta de cargos y gente a la que adular, tuvo que ser un alcalde socialista quien les surtiera el teléfono de su nuevo candidato para que pudieran hacer las genuflexiones pertinentes.
Así son las fiestas del PP, aunque en el fondo todo acabe como nos enseñó Celia Cruz. «No hay que llorar, que la vida es un carnaval y las penas se van cantando». Y si no, que se lo digan a José Ignacio Ceniceros. Sin hacer ruido y sin molestar a nadie. Un tipo tranquilo y normal que un día fue presidente de La Rioja sin más aspiraciones que las de tener contentos a sus paisanos, ahora deja su puesto para que la fiesta la continúen otros porque ya está mayor para tanto disfraz, máscara y complemento.
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