Gastronomía

La milla de oro de los sabores de una gastronomía tradicional sublime

Cachetero, Matute, Iruña y Tahití conforman la meca del recetario logroñés

FOTO: Fernando Díaz

Es el origen de la calle gastronómica más famosa de La Rioja, que entonces, hace unas cuántas décadas, unos cuantos hosteleros riojanos se pusieron a cocinar para atender con algo más que con vino peleón a quienes se daban una vuelta por Logroño para echar unos vinillos. Cabecillas de cordero, algo de casquería, ensaladas verdes, corderos asados para el fin de semana, vino a metros y un poco pan para empujar el asunto.

Los creadores de aquella proto-Laurel ni se imaginaban lo que décadas después iba a ser esta calle en constante ampliación. Décadas después, son los grandes templos de la cocina tradicional riojana. Lugares que han hecho gigante a la gastronomía local, con un trabajo diario, constante, de muchos años, que siguen contando con el respaldo mayoritario de una clientela que, seguro, se echa un vino o dos, pica algo, pero mantiene la sana costumbre de reservar una buena mesa en la que degustar las creaciones de las principales familias gastronómicas de La Laurel.

Restaurante Iruña. Fernando Díaz / Riojapress.

En unos cuantos pasos, el visitante descubre la que puede ser considera la milla de oro de la gastronomía logroñesa, por la presencia de cuatro de los restaurantes más importantes de la capital. Casas de comida que han mantenido vigente la cocina local de mesa y mantel, de cuchara y buena silla, de platos de toda la vida que se revisan casi constantemente para seguir defendiendo la importancia de unos buenos caparrones, de una buena menestra, del cabrito, la lubina salvaje, la casquería y los postres caseros.

La Laurel, sin estos grandes restaurantes, no sería, a buen seguro, la calle más impresionante, por variedad, calidad y diversidad, del norte de España. Sería otra cosa, pero no la podríamos entender como ahora lo hacemos. No habría calle Laurel, por ejemplo, sin el Cachetero, restaurante más que centenario, cuyas paredes constatan que quien viene a Logroño visita La Laurel y comparte una buena mesa y un mantel.

Restaurante Txebico. Fernando Díaz / Riojapress.

Txebiko defiende esta primera capillita de la restauración riojana. Así viene siendo durante los últimos 24 años, la mitad de ellos siendo el propietario de este lugar de gastronomía de producto y de temporada, en donde la Mari, su madre, recibe con su habitual amabilidad. “Somos muy conscientes de la responsabilidad que asumimos directamente hace ya unos cuantos años”, explica Txebiko. “Quedamos pocos porque esta calle tiene la capacidad de cambiar muy rápido, pero sabemos que formamos parte de un grupo de hosteleros que sigue creyendo en esta forma de entender la gastronomía”.

Pocos pasos más allá, Ana prepara el siguiente servicio. Ordena, recoge, repasa… pronto estará todo listo para atender las primeras reservas del día. Porque cada día estos templos de la cocina riojana reciben visitantes que quieren saborear lo mejor de la cocina tradicional de la región. “Yo creo que el Matute tiene unos cincuenta años de trayectoria”. Hace memoria Ana Matute, destinada desde la cuna a recoger la herencia del viejo Matute. “No teníamos lazo familiar alguno con los anteriores gerentes, pero pudimos mantener el nombre del Matute por razones evidentes”. Compartían apellido y ganas por cocinar en La Laurel. “Nosotros llevamos aquí 24 años”. Mira hacia el pasado, mientras prepara el servicio del presente y piensa cómo será el futuro. “Aquí seguimos, teniendo la confianza de muchos clientes que nos visitan diariamente desde hace muchos años”.

Restaurante Matute. Fernando Díaz / Riojapress.

Otra de estas capillitas de la gastronomía riojana está ahora mismo en un intenso cambio. Alberto Andrés, del Rincón de Alberto, de la calle San Agustín, se ha hecho cargo del Iruña, apenas a cuatro pasos de distancia del Matute. “Había que seguir adelante con este proyecto”, apunta Alberto, que no ha tocado nada del Iruña que regentaba Carlos. “Todo sigue igual, mismos platos, mismos proveedores, mismo trato con las carnes y los pescados… todo igual porque funciona”.

El Iruña fue fundado por la familia Alcalde hace más de cinco décadas. A principios de siglo XXI, nos jóvenes Carlos y Ana decidieron hacerse cargo de este restaurante en el que se cocinaba en una vieja cocina de carbón. “Carlos y Ana han estado 16 años, haciendo las cosas muy bien, siendo a buen seguro el restaurante que mejor ha sabido calibrar un asunto capital como es la calidad y el precio”, indica Alberto, ilusionado con esta nueva etapa del Iruña. “Mantengo a las mismas personas que trabajaban aquí”. No conviene tocar lo que funciona. Y la cocina honesta del Iruña siempre ha funcionado.

Restaurante Tahití. Fernando Díaz / Riojapress.

Templos de la buena cocina, la de toda la vida, que tienen otro punto de encuentro. Se trata del Tahití, que recientemente recibía una de esas visitas que llenan de orgullo a sus propietarios porque no todos los días un hostelero tiene la oportunidad de dar de comer a una reina. En este caso a la Reina Emérita Doña Sofía, que visitó un restaurante que domina el arte de la brasa, tanto carnes y pescados, sin olvidar su trabajo con los pucheros y las verduras, lo que no ha pasado desapercibido para Doña Sofía, reconocido vegetariana que comió en una de sus mesas en la que desde entonces luce una placa que recuerda este momento tan especial. “Fue toda una sorpresa”, reconocen César y Ricardo, responsables del Tahití, herederos de una familia gastronómica relevante en Logroño. “Ocupó su mesa con sus acompañantes ante la sorpresa del resto de comensales, que evidentemente alucinaron por esta grata sorpresa”, señalan con sonrisa pícara.

Son veinte años en plena calle Laurel. “Dejamos República Argentina hartos de hacer pinchos, y decidimos dedicarnos a la carta, pensando que daría algo menos de trabajo. Pero qué va, trabajamos lo mismo o más”, se felicitan dos de los hijos de los recordados Irene y Carlos, famosos por la tortilla de patatas del Tahití. “Aquí siempre ha habido hostelería. Este local lo reformó el Charro -tristemente desaparecido- y decidimos alquilárselo para montar el Tahití. Ocupamos lo que era antaño el Soldado de Tudelilla, aquí tenía la bodega”, señalan.

Este fin de semana volverán a estar al servicio de todos esos clientes que quieren disfrutar de una experiencia gastronómica de primer nivel alrededor de una buena mesa. Porque hay convicciones que perduran al paso del tiempo.

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