Agricultura

Una molienda del pasado

Visitamos el único trujal de La Rioja que funciona bajo el tradicional método italiano

De aquellos tiempos del siglo pasado en los que emergían los proyectos cooperativistas entre las gentes del pueblo surgió también el trujal de Corera. Maquinaria italiana, rudimentaria para estos tiempos, que muestra una perfecta estampa de la historia agrícola de los pueblos. Historia que perdura después de más de 70 campañas. De los cerca de cien socios fundadores que firmaron el documento de constitución allá por 1951 ya no queda ninguno, pero sí se mantienen algunos de sus hijos y nietos, fieles defensores de unas costumbres y tradiciones que hacen de este trujal algo único en La Rioja. A día de hoy cuenta con 43 asociados, sumados a los particulares que se desplazan de otras localidades como Clavijo, Ribafrecha, Albelda de Iregua o Igea.

La última rehabilitación se produjo hace doce años, cuando se apostó por reformar las instalaciones para adecuarlas a los tiempos actuales y facilitar así un mejor manejo al mismo tiempo que se preserva su esencia. Y es que este trujal es una joya artesanal que funciona mediante grandes ruedas de piedra que pesan 1.400 kilos para prensar la oliva hasta que se obtiene una pasta homogénea que irá a parar a los tradicionales capachos. Y entonces llega la decantación natural, el proceso por el que mediante agua se separa el aceite resultante del resto de materias. “Aquí todo es manual y funciona bajo el método tradicional conocido como batido”, remarca el presidente del trujal, Benjamín Fernández, quien asegura que este enclave forma parte de la cultura del municipio.

Y aunque la metodología no ha cambiado desde entonces, sí lo han hecho algunos de los elementos de trabajo como los capachos, antiguamente hechos con esparto y desde hace años ya fabricados con material sintético para garantizar una mayor higiene y durabilidad. A día de hoy son apenas medio centenar los socios que cada campaña descargan sus olivas en estas instalaciones para extraer su propio oro líquido, porque una de las peculiaridades de este trujal es que se moltura y elabora individualmente y cada persona se lleva su aceite en la misma jornada o al día siguiente. En plena temporada de recolección y con la previsión de mantenerse abierto hasta la última semana de diciembre, las previsiones apuntan a que se molturarán unos 60.000 kilos de olivas que darán lugar a unos rendimientos medios de entre el 23 y el 24 por ciento.

La maquinaria, a pesar del paso del tiempo, sigue intacta, como esa bomba hidráulica con la que funciona la antigua prensa y que está en pleno mantenimiento para asegurar su funcionamiento. Y de máquinas artesanales, aceites artesanales. “Este aceite es como los de antes. Se nota más puro, como que mantiene mejor las propiedades porque no se filtra tanto, a diferencia de lo que ocurre con los que hacen en otras almazaras. Es más fuerte también, pero si te gusta eso, es perfecto”. Mimoune, vecino de Igea, lleva cuatro años llevando sus olivas a esta cooperativa “porque aquí el aceite sabe mejor”, aunque no lo hace en calidad de socio. En su pueblo, así como en otros de alrededor más cercanos donde abunda el olivar también hay almazaras, pero insiste en que no se saca el mismo aceite. “Allí me da la sensación que pierde más su aroma original. Además este que obtengo en Corera es más parecido en sabor y olor a los que hacemos en Marruecos y me gusta más, por no hablar de que puede aguantar más tiempo que los otros”.

Un sabor que también atrae el interés de cientos de personas que cada último domingo de enero se acercan hasta la almazara durante la fiesta de la Pringada, celebrada desde hace 18 años, para catar este manjar autóctono en compañía de unos champiñones de la zona y careta asada. Quienes hacen posible la supervivencia de este singular trujal, agricultores o incluso particulares con olivos heredados de la familia que apuestan por mantener viva una tradición, son conscientes del esfuerzo extra que implica molturar sus aceitunas en Corera, y es que aquí se recepciona el fruto sin hojas, por lo que al trabajo de recogerlas hay que sumar el de limpiarlas. “Pero merece la pena”.

Mimoune todavía usa una criba o zaranda de las de antaño por cuyas rendijas caen las hojas, aunque otros optan ya por los ventiladores para soplarlas con aire. Este año calcula que recogerá unos mil kilos de aceituna, porque todavía no ha concluido la campaña, pero ya se ha llevado algunas garrafas con el aceite de la cosecha 2023 que dejará reposar durante unos meses antes de colarlo para ya poder consumirlo. Garrafas que llena cada día Emilio, vecino de Corera, se encarga de la molienda en este trujal desde hace unos seis años mientras las ruedas de piedra no dejan de girar. Junto a él trabajan otros tres operarios más para hacer posible que año tras año este trujal cooperativo artesano siga en funcionamiento, algo que tampoco sería posible de no ser por los socios que lo mantienen en pie antes de que pase a formar parte de los recuerdos.

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