La Rioja

Y la campana sonó por Lara

Afortunada o desgraciadamente siempre hay una fecha marcada en nuestro calendario personal. Un día en el que todo cambia, para bien o para mal. Un día en el que la vida no vuelve a ser igual. Para Sofía Bezares, su marido, la pequeña Lara y su hermana recién nacida, esa fecha, maldita en este caso, fue el 19 de enero de 2023.

Un día después de que los Reyes Magos pasaran por su casa, Lara, de dos años, comenzó a expulsar sangre en la orina. La primera reacción de sus padres fue bajarla a Urgencias. Sofía estaba a punto de dar a luz a una hermana que Lara esperaba con mucha ilusión. Del hospital volvieron a casa, pero la infección no cesaba. Segunda opción, el pediatra. Los resultados de la analítica mostraba algunos parámetros alterados, pero nada reseñable. Aún así, la doctora quiso asegurarse con una ecografía que días después mostraría la realidad.

El 9 de enero un nuevo bebé trajo consigo la ilusión de una familia que poco a poco iba creciendo. Todo era felicidad. “El día 19 fuimos a revisión para medirla, pesarla… y le comenté a la pediatra que a mi otra hija le habían hecho una ecografía y estábamos esperando los resultados”, explica Sofía. En ese momento el tiempo se detuvo. La pequeña Lara tenía un tumor de Wilms localizado en el riñón izquierdo. En décimas de segundo, “la vida nos cambio radicalmente”.

No sabían quién era el tal Wilms, pero, sin conocerlo, se había metido de pleno en sus vidas. “Tuvimos que sacar de la noche a la mañana a la niña de la guarde, dejar a la bebé con la familia y ‘volar’ a Zaragoza. Aquí no hay unidad de Oncopediatría, así que nos derivaron allí”. Un día después ya estaban en la capital aragonesa sin saber cuándo volverían a casa y en qué condiciones. “La primera semana hasta que nos dieron los resultados de todas las pruebas fue horrible. No teníamos ni idea a qué nos enfrentábamos y la angustia crecía por momentos”.

Las noticias, dentro de lo que cabe, no fueron del todo malas. El tumor estaba, sí, pero localizado y sin extenderse. Cuatro sesiones de quimioterapia para endurecerlo y reducirlo y operar para quitar el tumor y el riñón. Todo iba “súperrápido”. Ahora tocaba colocarle un Port-a-Cath, el dispositivo que proporciona un acceso venoso permanente para administrarle la quimio. Y una nueva fecha para recordar: el 31 de enero Lara tuvo su primera sesión.

Llegaron los vómitos, la palidez, debilidad y falta de apetito, “pero según nos han dicho, podía haber tolerado la medicación peor”. El 9 de marzo Lara entraba en quirófano asustada, con la inocencia de una niña que sabía que algo pasaba pero no tenía capacidad de entender la magnitud del problema. “Con dos años tampoco le puedes explicar mucho. Le decíamos que tenía pupa en la tripa y había que quitársela”.

Dos días de UCI eternos hacían flaquear las fuerzas de la familia. “Fue una pesadilla para los tres, porque es una unidad donde no hay ventanas, parece que estás metido en un sótano y ves a todos los niños malitos. Es una auténtica angustia y un sufrimiento continuo”. Una vez en planta el cansancio acumulado hacía mella en los padres, pero la pequeña Lara jugaba y sonreía, incluso poquito a poco se levantaba para dar algún paso que otro.

Todo parecía ir bien, pero otro jarro de agua fría se avecinaba. Después de la operación, los médicos comunicaron a Sofía y su marido que el tipo de célula era más agresiva de lo esperado, así que había que darle otras 28 sesiones de quimio para reducir las posibilidades de que el cáncer se reprodujera. “Menos mal que se dieron cuenta a tiempo, porque si no la pesadilla hubiera sido peor”.

Junto con la quimio, una medicación nueva cuyos efectos pueden afectar al corazón. “De momento en este aspecto no le ha pasado nada, pero a los controles por su operación cada mes, hemos añadido los relativos al corazón. Lo que tiene bien se puede fastidiar, pero eso el lo que tiene esto, para salvar una cosa ‘tocas’ otra”.

Las sesiones ya han acabado y, afortunadamente, el sonido de la campana que anuncia el fin de un tratamiento de cáncer ha retumbado en el hospital cuando Lara la ha tocado. “Está empezando a recuperar el apetito, las defensas aumentan poco a poco y el color ya es otro. Le está empezando a salir el pelo y ha salido a la calle sin mascarilla, cosa que se hace muy raro”… “Mamá, ¿de verdad puedo ir ya al parque y quitarme esto? ¿Ya estoy buena?”. Ni la propia Lara se lo cree. Y es que, el día que se ve la luz después de meses llenos de oscuridad también hay que marcarlo en el calendario. “Han sido meses muy muy duros. Muchas veces lo hablo con mi marido y nos damos cuenta de que no nos ha dado tiempo a hacernos una idea de que tenemos otra hija y eso es durísimo”.

Mientras llega febrero y Lara vuelve al cole, Sofía saca de todo esto una enseñanza: vivir el presente. “Ya sé que todo el mundo dice eso, pero es la realidad. Yo siempre estaba preocupada por el futuro sin saber que mañana puede cambiar radicalmente tu vida”. El miedo sigue presente, claro que sí, “los médicos no nos aseguran que no pueda reproducirse, aunque el tratamiento haya sido eficaz, así que solo nos queda disfrutar cada segundo de vida y no perder nunca la esperanza”.

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