La Rioja

La sonrisa que resiste a los avatares de la Plaza calagurritana

Mónica Lorente regenta el último puesto en la Plaza de Calahorra, que agoniza por la falta de clientes

Mónica Lorente aún recuerda cuando hace más de veinte años levantó por primera vez su verja en la Plaza de Abastos en Calahorra. Entonces había cuatro carnicerías, dos pescaderías, varios puestos de fruta, panadería, huevería… La vida diaria de la plaza estaba en constante ebullición. Los clientes iban y venían. Por las mañanas, las mujeres a la compra diaria. Por las tardes, las familias. Los puestos despertaban los sentidos. Aromas ahumados y productos frescos. Todo en un ambiente animado donde la gente se reunía a compartir historias mientras exploraban la diversidad de los productos. Un punto de encuentro que tejía lazos comunitarios en un entorno vibrante y colorido.

Hoy, junto a la pollería que aún se conserva en las instalaciones, su puesto de encurtidos es el único que permanece en la Plaza. Además, un supermercado y dos bares, pero de la actividad de antaño poco o nada queda ya. Hace unos años cerró la última pescadería. Luego decidieron dejarlo los puestos de frutas y, hace unos meses, la carnicería de Fernando puso el broche final a años sirviendo “jamón del bueno”, chuletillas y morcilla dulce. El último cierre ha sido el de la panadería, que estos días ha pegado el cerrojazo definitivo.

“Hemos hecho todo lo que estaba en nuestras manos para seguir manteniendo viva la plaza, pero ya es imposible. La gente ha dejado de subir y no hay negocio que resista”. Ella, de momento, continúa en su puesto un tiempo más. El futuro no es halagüeño. Al menos, como mercado de Abastos: “El barrio se ha quedado poco a poco sin gente joven y los que quedan optan por ir a los supermercados”. Durante los últimos años le ha dado muchas vueltas a la situación, pero la conclusión final es siempre la misma: la gente ha dejado de comprar allí.

“Muchos dicen que es porque está lejos de lo que ahora es el centro de la ciudad, pero yo luego veo cómo la gente va andando a los supermercados que hay a las afueras del municipio y sigo sin comprender por qué han dejado de venir aquí”, explica.

Mónica encabeza la resistencia de los puestos que un día dieron vida al mercado. Una vecina de la zona le pregunta en su paseo por la plaza si es verdad que va a cerrar ella también. “De momento no, pero es cuestión de tiempo. De un año o de dos. No lo sé. Es algo que está en la mente porque es complicado trabajar en estas circunstancias”.

Lo han intentado de todas las formas. “Hemos hecho jornadas para darnos a conocer, hicimos una página web para que la gente pudiese comprar desde casa y les llevábamos a domicilio los productos. Incluso hemos hecho eventos para motivar a la gente a venir a la plaza, pero nada ha servido”, dice sin perder la sonrisa.

“He llorado mucho por este tema”, dice emocionada siendo consciente de que cada vez que uno de sus amigos echaba la verja para siempre había menos posibilidades de sacar a flote el mercado. “En otros sitios funcionan los mercados por pequeños que sean. Aquí ha sido imposible. Unos ayuntamientos han hecho más que otros, pero da igual. El problema siempre es el mismo”.

Ahora el Consistorio está inmerso en unas obras de rehabilitación en el edificio. “Había que hacerlo porque hasta los obreros nos han dicho que no saben cómo el tejado no se nos ha venido encima antes, aunque las obras no van a solucionar el problema. Esto ya no tiene solución”.

Entiende que la Plaza podrá tener otros usos. Muchos hablan de la posibilidad de montar allí pequeños bares y crear una zona con los dos que ya existen en las instalaciones. “Podría funcionar pero lo que es como plaza de Abastos ya es imposible, ¿quién va a venir aquí a montar un negocio si ven que no es rentable?”, se pregunta. “Estamos agonizando, y las dos que nos mantenemos es porque a Ana (dueña de la pollería) y a mi nos da mucha pena cerrar”.

La realidad es que sólo quedan otros dos puestos libres porque el concepto de la plaza ha cambiado con el paso de los años. “Es verdad que eran puestos que ya no se usaban. Primero abrió el supermercado, que ocupó cuatro o cinco puestos que había en esa zona. Luego se trajo aquí la oficina de turismo, que ocupó otros tantos puestos”.

El último en cerrar ha sido el puesto de la panadería que tenía un espacio exterior hacia la plaza del Raso. Ahora, algunos de sus productos se pueden comprar en una tienda de congelados que hay en la calle Mayor. “Fíjate. El pan, que parece que es algo del día a día, también ha decidido que era ya el momento de cerrar”.

Un mercado que un día fue el centro comercial principal de la ciudad vive sus momentos más duros. Los cambios en los hábitos de consumo y un barrio cada vez más envejecido plantean que pronto llegará el final definitivo de un lugar icónico que un día fue el alma del municipio.

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