La Rioja

La guía turística que rueda por las calles de Logroño

Rebeca Sánchez disfruta explicando su ciudad desde su silla adaptada

Cuarenta años recién cumplidos y con las cosas claras desde bien pequeña. Cada vez que a Rebeca Sánchez le preguntaban ‘¿qué quieres ser de mayor?’, la palabra ‘Turismo’ siempre salía por su boca. “Me encantaba la atención al público, la relación con la gente, las diferentes culturas…” y con las notazas que sacó en Selectividad y Bachillerato, y pese a que sus profesores le decían que estudiara otra carrera, la elección estaba clara.

Empezó la carrera en 2001 en una escuela privada adscrita a la Universidad de La Rioja. “Recuerdo que al mes costaba cincuenta y tantas mil pesetas, pero mis padres me apoyaron desde el primer momento”, y gracias a las notas que iba sacando consiguió una beca para segundo y tercero. Pero en el segundo año de la Diplomatura unas fiebres muy altas aparecieron en su vida.

“Me ingresaron en abril durante tres meses en la antigua residencia San Millán sin que nadie supiera de dónde podían venir”. Los viajes a Zaragoza tampoco resolvían las dudas, y un día la hipertermia como vino se fue. Rebeca salió del hospital pero seguía muy cansada, “aunque parecía que todo entraba dentro de la normalidad”.

El tiempo de estudio perdido hizo que tuviera que preparar los exámenes para septiembre. Así lo hizo y todo resultó a las mil maravillas. Tercero la esperaba, pero el dolor en las articulaciones no se iba, estaba muy cansada y no terminaba de recuperarse. “En noviembre me diagnosticaron artritis reumatoide y me dijeron que con tratamiento iba a poder hacer vida prácticamente normal”.

Sin embargo la medicación no funcionaba, y el día 17 de diciembre de 2003, “me acuerdo perfectamente”, la ingresaron en San Pedro para comenzar otro tratamiento. Al cabo de dos días tuvieron que trasladarla inmediatamente a la UCI por un fallo multiorgánico. “Los riñones no me funcionaban, los pulmones los tenía encharcados… y a día de hoy no se sabe por qué pasó eso”. Rebeca cayó en coma hasta primeros de enero y al despertar lo hizo con una tetraparesia. “De cuello para abajo no movía nada”.

Poco a poco, con mucho sacrificio y esfuerzo comenzó a mover los brazos y durante otros dos meses de ingreso un fisio la ayudaba a recuperar algo de movilidad. “La cortisona me salvó en ese momento, pero al cabo de los años me ha fastidiado las caderas, donde llevo dos prótesis, y mil historias por dentro”.

Volver a nacer

A partir de ese momento, la silla de ruedas empezó a ser una prolongación de Rebeca. “Mi madre me dice que me ve en la silla y con el morro pintado parece que no me pasa nada, pero por dentro llevo lo mío, y es mucho”. Aún con todo, Rebeca ha echado el resto y nunca ha perdido esa actitud que le mantiene con una sonrisa de oreja a oreja. “No siempre es así. Hay muchos días que ni actitud ni nada, pero al final tienes que ver el mundo de otra manera. A mí me pasó esto con 20 años. Llevo ya media vida así, que se dice pronto, y, o cambias el modo de ver, o no vives”.

Se le truncó todo. “Yo quería terminar la carrera y marcharme fuera, y no pudo ser”. Pero cuando las cosas vienen torcidas, nada parece enderezarlas. Cuatro meses después de salir del hospital “se me fue mi padre. Y ese fue el palo más duro. Yo ya estaba aceptando lo que me había pasado, había sido mala suerte, pero esto era lo peor que nos pudo pasar”.

Con todo lo que le iba ocurriendo, Rebeca se planteó para qué acabar la carrera. “Ahora lo tenemos más normalizado, pero hace veinte años pensaba: ¿en qué voy a poder trabajar yo en esta silla?”. Pero le prometió a su padre que iba a salir adelante “y lo hice por él”. En 2007 la terminó y en 2009 se apuntó a un curso de guía oficial por el Gobierno de La Rioja. “Y aquí estoy, rodando por las calles desde entonces”.

Recuerda su primer día de trabajo como guía por Logroño con muchísima ilusión. “En ningún momento me dio reparo. No fui con vergüenza y al principio avisaba de que iba con la silla de ruedas, pero pasado el tiempo dije, basta ya. Yo misma me estaba condicionando, sin embargo yo hago exactamente lo que hacen el resto de compañeros”.

Reconoce que es curiosa la situación que se da cuando la gente la ve, “pero enseguida rompo el hielo y les digo: ‘preparaos que yo llevo de primera a quinta velocidad y no quiero excusas. Lo importante es que no piensen: pobrecita'”.

Con las visitas recorre todo el casco antiguo “y salvo el tramo de adoquinado cuando pasas la Muralla del Revellín, que es un poco incordio por los botes que voy pegando, es una ciudad bastante accesible en ese trayecto”. Eso sí, no pasa lo mismo con las iglesias como la de Santiago con el bordillo o San Bartolomé con las escaleras, pero “doy la explicación antes de entrar, en el exterior, y quien quiera pasar a verla, entra”.

Su trabajo durante todos estos años le ha aportado una cartera de clientes que la recomiendan, y de un tiempo a esta parte agencias que trabajan con grupos de movilidad reducida se ponen en contacto con ella para ser la guía. “Trabajo con todo tipo de turistas y me muestro tal y como soy. Incluso cuando oyes comentarios que no te gustan”.

Rebeca recuerda con una sonrisa todas las veces que la confunden con una vendedora de la ONCE. “Me acuerdo una vez que fui a recoger a unos visitantes que llegaban en bus y una de las mujeres nada más bajarse y verme vino embalada con la cartera en la mano para comprobar su boleto. Y no es la única vez que me ha pasado”, explica sin parar de reír.

¿Una vida difícil? Sí, “pero feliz de estar viva sabiendo que en la diferencia está la tendencia. La diversidad enriquece la sociedad muchísimo y aunque en Logroño todavía tenemos cabezas con muchas barreras, los únicos que nos podemos poner limitaciones somos nosotros mismos”.

Rebeca subraya que ni en sus mejores sueños hubiera podido imaginar tener un trabajo tan gratificante. “Adoro mi ciudad, Logroño, y me encanta enseñarla y ver cómo otras personas se enamoran de ella junto conmigo”. Eso sí, no deja pasar la ocasión para pedir un poco más de empatía por parte de la sociedad. “Que la gente no mire para otro lado y se ponga en nuestra situación. No sabemos en qué momento de la vida nos puede tocar vivir una situación así o incluso peor”.

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