CARTA AL DIRECTOR

‘Por qué los viñedos singulares’

Un viñedo singular en San Vicente de la Sonsierra

La aprobación de la categoría de Viñedos Singulares, junto con los Vinos de Zona y los de Municipio, por la DOCa Rioja nació con el objetivo de contribuir a la diversidad de los vinos de Rioja y dar satisfacción a las legítimas aspiraciones de muchos viticultores y bodegueros que no se sentían cómodos en las clásicas categorías de Crianza, Reserva y Gran Reserva. Estas últimas categorías se refieren al método de elaboración, en bodega, mientras que aquellas dan fe del suelo, del terreno, del cultivo.

En estos tiempos de globalización de los mercados, de uniformización a nivel mundial del consumo y de los gustos, cuando llega una crisis, toca deslocalizar la producción, esto es, llevarse la industria a cualquier parte del mundo en que sea más barato producir. Y en nuestra crisis del vino, estamos viendo cómo se han deslocalizado los métodos de elaboración y crianza -e incluso los varietales-, que pueden ser los mismos en cualquier parte del mundo, de Rioja a Ribera de Duero, de La Mancha a Burdeos, o del Priorato a Australia. Ahora bien, en el vino lo único no deslocalizable es el suelo, el terreno. Los franceses tienen la palabra terroir -terruño sería su equivalente en español- para nombrar no solo el suelo, sino también el clima y la tradición de cultivo. Por eso, la insistencia en la identidad del terreno -la zona, el municipio, el viñedo singular-, es la mejor manera de hacer frente a la feroz competencia global que afecta al sector del vino.

¿Qué es un viñedo singular? Es algo único, un pedazo de tierra, con sus características geológicas propias, con su microclima, con sus cepas de la variedad adaptada a sus condiciones, con una edad y una tradición de cultivo detrás. Hay viñedos de arcilla amarilla, otros de arcilla roja, con más o menos cal o hierro, los hay de cascajillo y cantos, o arenosos… Sobre cada uno de estos suelos se yerguen unas cepas de tempranillo o de garnacha, de mazuelo o graciano, de viura o malvasía, cuya edad puede ser la de una persona madura o hasta la de un anciano o más.

El suelo, el terruño, es la seña de identidad de un viñedo y la guía que han de seguir el viñador y el bodeguero en sus quehaceres. Hay quien busca, a partir de una tradición, la tempranillo para el suelo arcillo-calcáreo y quien busca la garnacha para los arcillo-ferrosos. Quien planta la maturana en Navarrete y la tempranillo blanca en Murillo, para ser fieles a los orígenes. Otros prefieren experimentar con variedades venidas hace poco de fuera, como las blancas chardonnay o sauvignon. Toda opción es válida, mientras respete la autenticidad del terruño. Algunos siguen haciendo largas crianzas en barrica, de acuerdo con un estilo asentado en Rioja hace más de 150 años; otros prefieren un paso por barrica más corto para preservar la fruta, en una moda más moderna. Es curioso cómo con técnicas opuestas, cada cual a su manera, se pueden conseguir una elegancia y una riqueza de matices increíbles. Fermentar en tino, en barrica, en tinaja… Buscar potencia o elegancia, complejidad, sutilidad…

Ninguna opción es a priori mejor o peor que otra. Solo vale la autenticidad, la honestidad del vino respecto a la tierra. Porque los aires pueden soplar desde los Obarenes o desde el monte Yerga, podemos inspirarnos en Burdeos o en Borgoña, mirar a Europa o al Nuevo Mundo, pero sin olvidar nunca la tierra sobre la que pisamos. Cuando labramos, cuando injertamos, cuando desacollamos, cuando desnietamos o cuando tratamos los males en la viña… ¿estoy respetando lo que me dice la tierra? Pega tu oído la suelo y escucha lo que te dice, coge un puñado de tierra y huélelo, mira los colores, la textura, los tormones o la humedad del suelo. En unos tiempos en que no pisamos apenas la tierra sino asfalto y losas, que no recorremos ya casi la viña a pie, sino desde el tractor, que no sabemos de dónde vienen los alimentos que comemos, que hemos perdido los sabores y olores de la naturaleza, nuestra responsabilidad como viñadores y bodegueros es volver a la tierra y dar uvas y hacer vinos que, quien los pruebe, esté probando un puñado de nuestra tierra, de nuestro suelo, nuestro esfuerzo y nuestras ilusiones.

Eso es lo más universal que existe, partir de la identidad que nos ha caído en suerte, nuestra tierra y nuestro vino, y ofrecérsela a quien la quiera probar como un pedazo de nuestra historia. Porque si hemos sido fieles a nuestra identidad, no será para enfrentarnos a otras identidades, sino para que cualquier ser humano pueda encontrar en ella lo universal que todos compartimos.

Y esto nos devuelve a la más profunda razón de la crisis del vino en nuestro tiempo, según mi parecer. A nivel mundial, y no solo en España, estamos asistiendo a una rápida sustitución del consumo de vino como algo cotidiano por el consumo de vino como extraordinario. Cada vez se bebe menos vino a diario, en casa o de ocio con los amigos -esta partida la ha ganado hace tiempo la cerveza-. Por el contrario, el vino se ha convertido en un objeto placer, de celebración, a solas o en compañía, pero cada vez más como algo extraordinario, incluso de lujo. Degustar una copa de vino o visitar una bodega es para muchos como escuchar música en vivo o visitar un museo de arte. Estamos (re-)descubriendo que el vino es belleza, que puede -y debe- ser degustado como quien disfruta de una obra de arte.

Bebemos menos vino, pero de más calidad, estamos dispuestos a pagar más por cada copa o botella de vino, a costa de beberlo en menos cantidad y menos a menudo. Las regiones y denominaciones que apostaron por los vinos de calidad están esquivando la crisis del consumo de vino sin problemas o incluso marchan boyantes, mientras que los modelos orientados a la cantidad están en lo más profundo del bache, quizá sin remedio. Rioja, que se ha basado en un compromiso con altibajos entre calidad y cantidad, está ahora mismo en franco descenso pero quizá no de modo irreparable.

Todavía está en nuestras manos hacer una apuesta decidida por la calidad para adaptarnos a los nuevos tiempos en que el vino ha devenido un objeto especial de diferenciación para momentos extraordinarios. ¿Cómo afrontarlo? No es el tema de este escrito, ni tampoco se atribuye ese conocimiento el autor. Algunas propuestas ni se han comenzado a discutir en el Consejo, son tabú, como la viticultura ecológica. Otras se están planteando ahora, tímidamente, pues son caras, como la eliminación de excedentes, o traumáticas, como la reducción de la producción, o son minoritarias aún, como los vinos de zona, municipio o viñedo singular.

De cualquier modo, si queremos seguir haciendo vino hemos de cambiar nuestro enfoque. No basta con elaborar vinos correctos o solo agradables al paladar, hemos de buscar vinos extraordinarios, excelentes, bien sean clásicos o innovadores, seguros o arriesgados. Sin complejos, sin prejuicios. Hemos de ofrecer nuestros vinos como lo que son, una obra de arte, algo creado para el deleite del aficionado o del curioso, del novel o del enómano. Solo la fidelidad a la tierra, a nuestro terruño, puede crear vinos bellos. Esa es nuestra tarea inmediata: buscar la belleza del vino.

*Puedes enviar tu ‘Carta al director’ a través del correo electrónico o al WhatsApp 602262881.

Subir