Firmas

¡Cómo te echamos de menos, amigo Aguado!

Te fuiste el 31 de agosto del año pasado, pero ya hacía casi dos meses que no me cogías el teléfono y ni me contestabas al WhatsApp. Yo llamaba a Maru, tu mujer, o a Juanma, tu hermano y compañero mío de pupitre del colegio, para preguntarles por ti, aunque ya sabía lo que me iban a decir. Una de las últimas veces que hablé contigo, te dije: “venga, arréglate que voy a buscarte con el coche y nos damos una vuelta por el Espolón”, y me contestaste: “hay Taquio… Taquio… si peso 50 kilos”. Todavía resuenan en mi cabeza tus palabras. José Antonio Aguado era una persona religiosa y me consta, que eso le ayudó un poco en sus últimos momentos.

Como siempre nos veían juntos, organizando proyectos artísticos, muchas veces nos preguntaban que desde cuándo nos conocíamos. Yo contestaba, “de toda la vida”. Una expresión muy riojana para definir que desde hace mucho tiempo… En nuestro caso, era verdad. Tú tenías 2 años y yo 6 cuando nos conocimos. Yo era amigo y compañero de pupitre de tu hermano mayor Juan Manuel. Así que después de salir del colegio, cogíamos la merienda y en invierno nos íbamos a tu casa o a la mía a merendar y jugar un rato antes de ponernos a hacer los deberes. La vida después del colegio nos llevó a cada uno por un lado, como suele ocurrir.

Diferentes estudios con tu hermano y diferencia de edad contigo. Pero allá por el año 1978, volviste a la Escuela de Arte de Logroño. Habías estado becado en la Blume de Madrid, como un atleta destacado y estudiando a la vez Decoración, pero ese año te pasaron la beca a Barcelona y decidiste que no ibas a vivir del atletismo y te viniste a acabar la carrera de Decoración a Logroño. Y allí nos volvimos a encontrar por los pasillos de “La Industrial”. Te comenté que terminaba el año próximo y que estaba preparando una exposición de plumillas. Tú ya pintabas al óleo y habías hecho alguna exposición. Cuando terminaste, montaste un estudio de decoración en una pequeña entreplanta de Pérez Galdós y me dijiste si quería colaborar contigo. Yo entonces trabajaba de delineante y los planos técnicos los dominaba mejor que tú (fontanería, electricidad, etc.) y en eso es en lo que yo te echaba una mano, no en el plano artístico, dado que en eso eras bastante mejor que yo.

Desde entonces hemos hecho infinidad de proyectos de decoración y artísticos juntos: “Salones de Otoño de Cenicero”, “Revistas Decoradores del Colegio Oficial de Decoradores de la Rioja”, “Arte y Cultura del vino de Rioja”, “San Millán de la Cogolla, Patrimonio de la Humanidad”… y el último, “La Rioja Inabarcable”, bueno el penúltimo, el último se nos ha quedado en el tintero.

Después de aquel pequeño estudio de decoración montaste una tienda de muebles y regalos, que años después la convertiste en una galería de arte: “Aguado, Centro de Arte y Diseño”, que fue hasta su cierre un referente del Arte en Logroño. También diste clases de pintura, con una paciencia infinita -me consta-, enseñando a tus alumnos todos tus conocimientos, sin guardarte nada para ti. Además de todo esto seguías pintando y exponiendo con asiduidad, siempre con notable éxito. Sin olvidarnos de la fotografía, otra de tus pasiones.

Toño, fuiste un gran artista, pero sobre todo fuiste una buena persona, uno de esos hombres que cuando los conoces, dices: “Coño, yo quiero ser amigo de este tío”.

Para mí, más que un amigo, fuiste un hermano. Eras al único que le hacía un poco de caso cuando me recriminabas alguna cosa que tu creías que no debería de haber hecho. Bien pensé que pronto te darían la Medalla a las Bellas Artes de La Rioja, te la merecías de sobra, por tu trayectoria artística y humana. Fuiste un factótum del Arte en La Rioja. No sé si esta medalla puede darse a título póstumo, voy a enterarme, a ver si te la pueden conceder. Desde donde estés, seguro que me estás viendo y pensando, eso que me solías decir: “Pero no seas muy canso”. Esta vez no te voy a hacer caso.

Subir