CARTA AL DIRECTOR

“La mejor lección aprendida de la peor manera posible”

A Luismi, un hombre UAR

El día 28 de noviembre del 2022, a las 12:40 horas, se recibió una llamada en el COS de la Comandancia de Santander: “Soy un compañero del GEAS, Carmelo Calonge… Acabamos de tener un accidente con la embarcación… Necesitamos una ambulancia urgentemente a la base del Servicio Marítimo”.

Cuando estás en mitad del mar, solo, y apenas divisas el eco de las sombras de un puerto en tierra firme, solo te queda el ruido de las olas, el solitario sabor de la sal y el frio mojado que te amenaza. Luismi, Jaime, Carmelo y Capelli estaban allí. Solos. Y ya no les quedaba tiempo.

Enseñanzas

Su humildad le da poder. Su estructura interior, compuesta por tierra, aire, agua y fuego forma la esencia que lo convierte en un ejemplo. Luis Miguel López Pérez siempre tuvo la necesidad de ajustar hacia el extremo, buscando su límite. Y en ese aprendizaje continuo en el que se convirtió su vida, se instaló dentro de él el espíritu de la Unidad.

Veinte años de servicio en la Unidad de Acción Rápida UAR, primero como Guardia Civil del Grupo de Acción Rural GAR, y después como instructor del Centro de Adiestramientos Especiales CAE, conformaron la materia intangible con la que dio una clase magistral, absoluta y sorprendente. Fue el 28 de noviembre de 2022, cuando la hélice de la embarcación en la que preparaba ejercicios acuáticos para los alumnos, le seccionó su pierna izquierda.

Había enseñado a cientos de hombres y mujeres.  Les mostraba cómo abrir la mente para que penetrara en ellos la esencia de la UAR, y en definitiva, a ser mejores profesionales. Como los sabios, conocía el secreto del fracaso que supone cerrarse dentro de sí mismo. “Siempre hay algo que aprender, y quizá el día de mañana, lo que has aprendido te puede servir”. El sargento 1º Jaime Beltrán y el guardia civil Carmelo Calonge, ambos del GEAS de la Rioja, fueron alumnos suyos, precisamente de Sanidad Táctica en Combate (TCCC). Ambos estaban en la barca junto al sargento del CAE Alejandro M. Capelli.

De Luismi aprendieron que desangrarte es lo primero que acaba contigo. En tres minutos la vida se te va. Si tienes problemas respiratorios, tardarás 5 minutos en morir, y si entras en shock, una hora. Aprendieron la importancia de la presión directa sobre una herida y les dijo que el torniquete funcionaba. Lo que no sabían ninguno de los cuatro es que el destino les tenía preparada una macabra sorpresa.

Aquellas clases regresaron automáticamente del archivo de sus memorias cuando tuvieron que ponerlas en práctica con él. Fueron ellos tres, los compañeros que le salvaron la vida aquel día frío y oscuro, cuando la barca con la que navegaban se empotró en un banco de arena a un kilómetro y medio de la bahía de Santander. “Estoy siempre rodeado de buena gente – dice – Todos los que iban en la barca el día del accidente fueron mis alumnos, y me lo han devuelto así. Salvándome la vida”.

Amanecer

¿Y si me hubiera muerto? A los pocos días del accidente, cuando ya de noche se quedó sólo en la habitación del hospital, miró para atrás y se hizo esta pregunta. “Aunque tengo 50 años, que no es mucho, he vivido bastante. He tenido muchas experiencias, algunas irrepetibles. No todo el mundo puede tener esas oportunidades de haber vivido todo lo que he vivido”.

Si el accidente que sufrió se hubiera contemplado en una de sus clases, todos hubieran asegurado que esa persona se moría. Sin ninguna duda. “Si a una persona en medio del mar, una hélice le corta la pierna como a mí me sucedió, que era como una tubería sin grifo, el pronóstico hubiera sido la muerte. Creo que todos los instructores estarán de acuerdo conmigo”.

Sin embargo, él puede contarlo. Un cúmulo de casualidades a su favor, unos compañeros que hicieron lo que tenían que hacer y sobre todo, el dominio de una mente de hierro que trabajaba como una máquina de sentido común y una capacidad insólita donde no existía espacio para la rendición, actuó como un resorte que ensamblaba las teselas que conforman el mosaico de un héroe.

Aquel día, antes del amanecer, cinco compañeros de la Guardia Civil quisieron correr juntos, como casi todas las mañanas. Al terminar el entrenamiento, el sol trataba de iluminar el mayor estuario de la costa norte de España, arrojando sobre la bahía de Santander algunos tímidos rayos que, inútilmente, trataban de calentar el Sardinero. La lucha del sol con las plomizas nubes, no presagiaban oscuros augurios, todo lo contrario. Decidieron inmortalizar ese mágico momento con un Selfie muy especial.

En Equipo

Luismi estaba al timón de una embarcación semirrígida del GEAS, a kilómetro y medio de la base del Servicio Marítimo de Cantabria. Con él, el sargento 1º Jaime, el sargento Capelli y el guardia civil Carmelo. La primera parte de la mañana la habían dedicado a un ejercicio que teóricamente era más difícil y con más riesgo. Se trataba de la salida de un hombre al agua con la lancha a mucha velocidad. Esta era la parte más arriesgada del ejercicio.

Sin que nada augurara un fatal acontecimiento, de repente y en un instante, todos salieron expulsados de la barca como marionetas sin rumbo fijo. De súbito les abrazó la noche y el silencio. La fatalidad quiso que encallaran en un banco de arena.  Luismi se vio dando vueltas sobre sí mismo dentro del agua y notó un golpe fuerte en la espalda. Así se quedaron. Solos y varados en un banco de arena en medio del mar. Fueron rápidos segundos lo que tardó en recomponerse. No tenía dolor.

Se encontraba aturdido por lo inesperado y quiso salir del agua porque no podía respirar. Al coger impulso, notó que había algo que se lo impedía. Algo que lo enganchaba y no lo dejaba subir. Optó por tirar fuerte de aquello que le sujetaba por debajo del agua y fue cuando se soltó.  ¿Luismi, estás bien? Le gritaba el sargento Jaime, sacándolo de debajo del motor apoyando su espalda en su pecho. Él le iba a contestar que sí, cuando junto a él vio el agua teñida de color carmesí. Al levantar la pierna, comprendió que aquello que le ataba era su propia extremidad y que ya no la tenía. Se la había arrancado.

En uno de los botes que pegó la embarcación, la hélice del motor había caído sobre su pierna y la cortó por encima de la rodilla. ¡Jaime mi pierna! La mancha roja se extendía en mitad de un denso y salado silencio. Se había cortado la femoral, una de las principales arterias, y su sangre, saliendo de sí mismo sin control, teñía el agua. Con su mano izquierda, Jaime trató de coger la pierna, pero no estaba, e intentó presionar hacia arriba el muñón. No había nada que controlara esa gran herida abierta, ese carnaval de músculos, huesos y venas que escupían con fuerza el humor rojo que nos ata a la vida. Jaime le levantó la cabeza para que no mirara y llamó con fuerza a Capelli. Entre ambos llevaron a Luismi a un costado de la embarcación, a la popa de estribor.

Capelli realizó el primer intento de torniquete dentro del agua, con una cuerda de la barca, pero la lazada se desvaneció entre ese amasijo desestructurado de carne. Rápidamente enroscó el cabo de nuevo lo más cerca que pudo de la ingle y tiró con todas sus fuerzas, con ambas manos, de este torniquete improvisado con el que aspiraba a cortar la hemorragia.

Minuto de oro

“Tres minutos, tres minutos, una persona se desangra en tres minutos”… A Jaime, Carmelo y Capelli les retumbaba esa lección grabada en algún lugar de sus cabezas, mientras despertaban de la oscuridad y el silencio producido por el fuerte impacto contra la superficie del agua. Sintieron sus cuerpos mojados con sabor a sal y arena. ¿Qué ha pasado?, ¿Por qué? Entendieron rápidamente lo que había pasado. En un instante llegó el día, con sus mentes todavía aturdidas, se recompusieron, empujándoles a la acción de una forma automática que fue providencial en esta composición frenética para salvarle la vida.

Subirlo a la barca fue una gran odisea. Una lucha desigual contra el tiempo y la marea que seguía bajando. Fueron rápidos intentos frustrados en mitad del bancal de arena inestable, donde existían distintas profundidades y donde no hacían pie. Con el agua a la altura de sus cabezas, Jaime consiguió hacerlo, mientras dentro de él se aceleraba el ritmo cardiaco como queriendo estrujar el tiempo.  Tras vanos intentos, la situación empujó a Capelli a soltar los cabos de su torniquete artesanal para poder ayudar en esa imprescindible subida a la barca, sabiendo lo que eso suponía.

Dentro de él chocaban dos fuerzas en distinto sentido, pero tuvo que hacerlo. De nuevo la sangre salió en manada desbocada, contaminando el aire con su aroma dulzón y el mar, a golpe de bofetadas saladas, seguía empeñado en impedir la subida. Consiguieron hacerlo. Se habían resbalado, al menos, tres minutos de arena en ese siniestro reloj que apuraba la vida del compañero.  Una vez arriba, situaron a Luismi encima del balón de la barca y fue entonces cuando Capelli clavó su rodilla cerca de la ingle.

Se tumbó encima de él con todas sus fuerzas, volcando sobre Luismi todo su peso, en un esfuerzo soberbio para detener la sangría.))  Llegaba ese olor dulzón inolvidable de la sangre, ese color rojo que pintaba el fondo de la barca, y miraba sin quererlo aquel amasijo de huesos y carne formando parte de una insolente escena. Ahora sí dolía, y mucho. Gritos ahogados que no escuchaban nadie, pero sí lo sentían sus compañeros.

Atando cabos

En esos momentos, Carmelo ya no estaba con ellos. Porque tres minutos antes, se había subido a la barca para desconectar el contacto del motor. Rápidamente buscó inútilmente su móvil, que lo había dejado en un compartimento de la parte delantera. Nada. ¡No puede ser, todo el material había desaparecido!, ni siquiera un trozo de cabo para usarlo como torniquete que le pedían sus compañeros mientras sujetaban a Luismi.

“Tres minutos, el primer minuto es fundamental”. Y aquellos tres minutos se diluían en un mar cada vez más encabritado. La frustración invadía sus mentes pero seguían actuando. Sin pensarlo, Carmelo se tiró al agua al divisar una embarcación lejana, agitando los brazos para llamar su atención mientras caminaba con dificultad lo más rápido posible, ya que el agua le cubría hasta el pecho. Era como revivir una pesadilla en la que las piernas se vuelven plomo y el aire espeso te impide avanzar.

Inmediatamente, la embarcación se percató que algo grave había sucedido y enfiló rápidamente hacia ellos. Mientras tanto, Luismi calibraba con su mente las maniobras de evacuación que sus compañeros estaban realizando con él y comprendió que pronto sería llevado al hospital. La prioridad ahora era pedir ayuda. Por eso Carmelo se alejó del grupo y desde ese barco llamó a la Comandancia, 062 para comunicar el hecho. Un ojo en el teléfono y otro en la escena donde el resto del equipo ya había sacado a Luismi del agua. ¡Por favor, dame un cabo para sacar la embarcación del encalle!, le dijo al patrón que faenaba con la embarcación en las obras que se estaban realizando en el puerto de Santander.

Llegó Carmelo con Cristian (su ángel custodio), acercándose con cuidado lo más próximo posible para no varar también y lanzó el cabo de amarre que le estaba pidiendo Jaime. Éste, que se había hecho con el mando de la embarcación, lo firmó en proa y tiraron fuertemente para desencallarlo. Haciendo maniobras de zigzag lograron sacar el motor empotrado en la arena. A la tercera o cuarta sacudida la barca se liberó.

¡Tira, tira a base! Le dijo Carmelo a Jaime con toda la rabia que pudo. Y esa decisión de dejarlos marchar dejó a Carmelo a solas con su rescatador y con una fría impotencia al ver que sus compañeros se alejaban sin él a toda velocidad.  Su corazón quiso encogerse ante la certeza de que ya no podía hacer más. ¡El minuto de oro, el minuto de oro! Otra vez el eco salado de angustia. Estaba claro que no debían, que no podían esperar a que Carmelo se cambiara de barco. La sensación de que marchaban liberados a gran velocidad hizo que su respiración se relajara y fueran detrás de ellos.

La imagen de otro instructor del CAE, el brigada Carlos, acudió a su cabeza con su cronómetro en mano para decirle: “Te quedan tres minutos, te quedan dos minutos, te queda un minuto”.  ¡Qué se nos va! ¡Qué se nos va! Gritaban sus compañeros en la realidad. Ese fue el camino correcto.

Homeóstasis

Luismi perdía sangre, y su cuerpo trataba de autorregular esta pérdida absorbiendo el agua de sus tejidos para enviarla hacia el torrente sanguíneo, en un esfuerzo prodigioso de homeóstasis que trataba de mantener los vasos llenos. Su sangre, por lo tanto, comenzaba a diluirse y los glóbulos rojos a reducirse. Para amortiguar las sacudidas del mar, Luismi apretaba contra la goma, para que la pierna cercenada no se quedara en el aire. Ese breve detalle contribuyó a completar el mapa hacia la vida de esta angustiosa crónica. Porque si en lugar de apoyar la pierna herida en la goma, lo hubieran sentado en el suelo de la embarcación, las cosas habrían podido ser diferentes.

La goma presionaba esa herida abierta llena de tuberías que manaban sangre. El suelo estaba cubierto de ella, y en cada golpe de mar, como la pierna de separaba un segundo de aquella improvisada tapadera, se volvía a teñir de rojo. Su presión arterial descendía al compás de ese ritmo frenético. ¡Por dios, que no llegamos! Las miradas desesperadas de los dos sargentos se cruzaban temiendo lo peor. Aunque Luismi estaba muy preparado físicamente, durante el recorrido por el mar encrespado, en un momento determinado los ojos se le pusieron en blanco, como la sal.

Debía sentirse mareado, cansado, ahogado y su color pálido lo atestiguaba. Apenas tenía oxígeno y se encontraba al borde de un accidente cerebrovascular, un infarto de miocardio y de la muerte. Su piel ya estaba fría y pegajosa. ¡Tranquilo, que no sale ni gota de sangre! Le dijo su compañero Capelli en un intento de animarle, aunque la realidad era bien distinta. ¡Hay que cortar la hemorragia, hay que pararla y rápido! Recordaba la voz de sus instructores sobreponiéndose a la angustia que le embargaba. Pero ellos seguían actuando.

El frío también le podría haber matado. Sumidos en esta absurda paradoja, la baja temperatura de aquel día ayudó a que la arteria no estuviera completamente abierta. La cabeza de Luismi repasaba minuciosamente cada circunstancia, buscando contrarrestar los efectos de esa hipovolemia. Era un instructor bien preparado, conocía el cuerpo humano y sus limitaciones. Cogía lentamente aire y lo expulsaba lentamente para frenar los desbocados caballos de su naturaleza: “Capelli, dentro de poco, cuando me quede poca sangre, entraré en hiperventilación”.

Sabía que, ante tanta pérdida, el cerebro solicita al corazón que bombee más rápido, en un intento de elevar su ritmo hacia la taquicardia para conservar el flujo de sangre circulante. Nuestro héroe, en un ejercicio espectacular de sentido común, trataba de mantener la respiración tranquila, aunque su cuerpo le pidiera más oxígeno, participando de manera consciente al mantenimiento del equilibrio de su propia existencia.

La cabeza manda

Veinticinco minutos tardaron en llegar a tierra, para vivir otra escena estresante que aún a día de hoy les quita el sueño. Los compañeros esperaban de pie en el pantalán, sin imaginarse, sin tener conciencia plena de lo que realmente sucedía. Al entrar a puerto se escucharon los gritos de Jaime y Capelli: ¡Necesitamos un torniquete! ¡Rápido, un torniquete!

La vida de Luismi parecía escaparse en el chorreo constante de la pierna. El momento no llegaba nunca, hasta que la mano del guardia civil del GEAS, Alberto Hernández Tiriti, que desde cierta distancia oyó los gritos y vio lo que estaba pasando, se quitó su torniquete del cinturón y lo ofreció. Capelli lo agarró con sus manos temblorosas como el que agarra la vida, y pronto se vio ayudado por el teniente Palomares, que vestido de paisano participó en esta escena sangrante en la que todos impulsaban para salvarle la vida. Y ninguno de ellos podrá olvidar.

En pocos minutos llegó al pantalán el rezagado compañero Carmelo observando a los de tierra que se hacían cargo de la situación. Esa mezcla de sensaciones de frustración e impotencia les invadió a todos, pero ya no podían hacer más. Esperar y evacuarlo hacia la ambulancia. El accidente se había producido a las 12:40 horas y llegaron a puerto a las 13,05. Para proteger a Luismi del frío lo metieron en el Cuartel. Ya tenía hipotermia.

Escuchaban desde estas instalaciones el sonido de la sirena de la ambulancia medicalizada, que no terminaba de localizar al herido, porque no sabían que se encontraban dentro. Luismi, además de hipotermia severa estaba en shock hipovolémico y consciente. Había perdido más de la mitad de la sangre de su cuerpo. “Jaime, la cabeza manda”, le decía Luismi al sargento 1º. “Será posible, que este hombre se está muriendo y me está hablando. ¡Que puto animal! Y es que Luismi, en ningún momento pensó en la muerte.

Cuando por fin lo metieron en la ambulancia medicalizada, la angustia se apoderó de todos. El vehículo no se movía, estuvo mucho tiempo parado mientras las paredes del Cuartel soportaban la desazón de los compañeros. Una atmósfera de miedo y frustración, un pensar en lo peor, se apoderó de todos. Habían dejado a su compañero en buenas manos y ya no podían hacer más que esperar. El tiempo se paró hasta que saltaron cuando entró el enfermero a dar noticias.

“Se ha parado la hemorragia. Hasta que no lo estabilicen no se lo pueden llevar”. Cabizbajo, apesadumbrado y triste, el guardia civil Tiriti, que aquel día cumplía años, dijo: “Esta ha sido la mejor lección del curso TCCC aprendida de la peor manera posible”. A pesar de que las reacciones del ser humano en momentos trágicos y cruciales son imprevisibles, pues nunca se sabe cómo se va a reaccionar, todos se dieron cuenta a la misma vez de que la formación, funciona.

Por fin vieron marchar a su compañero hacia un futuro todavía incierto y una respiración más normalizada, unas bocanadas de oxígeno que, sin darse cuenta, habían vuelto a sus pulmones. Los compañeros notaron ahora que sentían un frío helado que les invadía el cuerpo, recordándoles de dónde venían.

Se percataron de que no podían dejar a un trozo de Luismi flotando a la deriva por el mar. Sin más dilación, el equipo del GEAS compuesto por Jaime, Carmelo y los guardias civiles Tiriti y Adrián, así como los compañeros del Servicio Marítimo de Bilbao tuvieron que volver a la zona, pese a lo que acababa de ocurrir, en busca del material y del miembro mutilado de su compañero. Había restos del accidente flotando en el agua y la búsqueda no dio resultado, solo encontraron su pie.

No existe la rendición

Luismi estuvo consciente en todo momento, por eso, escuchó al médico de la ambulancia decir que le inyectaran suero fisiólogico en bolo, maniobra que se realiza cuando el cuerpo pierde mucha sangre y el corazón corre el riesgo de bombear en vacío y, por lo tanto, en parada cardiaca. Controlando su propia situación, Luismi fue capaz de intercambiar pareceres al respecto, pues lo que necesitaba era ir rápido al hospital para que le transfundieran sangre.

El suero fisiológico licuaría aún más la poca sangre que le quedaba, diluyendo el poco oxígeno que tenía.  Al mismo tiempo, pensaba en estar lo más tranquilo posible, pues sabía que, bajando conscientemente la frecuencia de las pulsaciones, menos sangre iba a salir.
Una vez ya en el hospital, Luismi preguntó – ¿Voy a salvar la pierna?

El médico le miró y le dijo: “La pierna está perdida. Estamos tratando de salvarte la vida”. El frío quirófano se quedó en silencio. Las enfermeras enmudecieron y algunas empezaron a llorar mientras seguían trabajando. “Pues hacer todo lo que podáis, porque yo no me voy a rendir”, contestó.

Después le anestesiaron y pudo por fin dormir. Un día antes de salir del hospital Marqués de Valdecilla en Santander para dirigirse al de Logroño, entraron en su habitación un médico y una enfermera. ¿No nos reconoces? Somos los de la UVI Móvil y estuvimos también contigo en el quirófano. Para nosotros esto ha sido un milagro, primero porque has salvado la vida y segundo porque nos diste una lección de vida. Hemos visto tu historial y vemos como has evolucionado. Esas ganas de vivir no la solemos ver en otros pacientes y eres para nosotros un ejemplo.

Enfrentarse a situaciones difíciles

“Pero no me gusta que digan que soy un ejemplo. Yo me siento un tipo que se enfrentó a una situación difícil pero que al final todo salió bien gracias a todos”. Efectivamente, dentro de estas circunstancias negativas, las piezas del puzzle de aquel día se fueron colocando en tiempo y orden, alienando los planetas a su favor.

Sus compañeros estuvieron alrededor y reaccionaron magníficamente. Lo mismo sucedió con el servicio médico pues en El Marqués de Valcedillas, existía una unidad especializada en amputaciones. Cuando llegó lo tenían todo preparado. El traumatólogo, el anestesista, la sangre, el quirófano… ¿Qué hubiera sucedido si el accidente se hubiera producido en otro lugar?  Posiblemente se hubiese perdido tiempo en traer a los especialistas, acelerando el proceso hacia su muerte. Ahora Luismi ya estaba a salvo.

Los que también se enfrentaron a una situación muy difícil fueron los compañeros. El sargento 1º Beltrán, el sargento Capelli y el Guardia Civil Carmelo quisieron trabajar al día siguiente con los alumnos. Siempre pensando en dar ejemplo. Sus superiores les ofrecieron la posibilidad de volver a Logroño, descansar, pero ellos quisieron seguir adelante, como hacen los buenos Guardias Civiles, para los que el servicio es lo primero y está delante de ellos mismos.

Al día siguiente, a la misma hora, regresaron al mismo lugar. A ese maldito banco de arena. Quizá temblaron, olieron, recordaron todas aquellas sensaciones e imágenes. El cerebro no lo olvida y de forma recurrente lo trae de nuevo a la memoria. Eso es lo que sucede cuando vivimos situaciones estresantes. Quizá lo hicieron, quizá lo viven ahora de nuevo, pero no lo dicen.  Al terminar con los ejercicios pudieron visitar a su compañero en la UCI. El encuentro era necesario para empezar a sanar esas terribles emociones vividas. Hablar con él supuso el comienzo de un merecido descanso. Le habían salvado la vida.

Mirar al futuro

Su proceso de recuperación es largo. Perder una extremidad es un impacto profundo. Ha tenido que superar varias operaciones, demostrando que las cosas grandes sólo las consiguen los que perseveran. A los cuatro días del accidente empezó a entrenar. Parecía que en su dolor residía su fuerza, en ese ejercicio cotidiano que sujetaba sus pensamientos y ganaba fuerza y poder. “He sentido un apoyo tremendo de mis compañeros y de los mandos y la Dirección General. Todo eso te llena. Todo eso me anima”. La resiliencia es otra de las características de este tipo de hombres.

Enfrentarse a este suceso tan extraordinario y reaccionar de forma que cada acción contribuía a conseguir el objetivo de salvar al compañero, no debió ser fácil para los demás. Y yo me pregunto ¿De qué pasta están hechos el sargento 1º Jaime y el guardia civil Carmelo, ambos del GEAS y el sargento Capelli del CAE? Les sobrevino una situación aterradora y demostraron que estaban preparados para enfrentarse a ella. Su fortaleza no impide que puedan sentirse heridos y nosotros como compañeros deberíamos tener la obligación de acompañarlos. Después de pasado el tiempo, todos juntos valoraban la situación.

Los pensamientos y reviviscencias acuden a su encuentro en este festival donde se analiza. ¿Y si nos hubiéramos quedado bloqueados? ¿Y si hubiera habido otro lesionado? ¿Y si en lugar de la pierna hubiera sido otra parte vital del cuerpo o un lugar donde no se pudiera poner el torniquete? ¿Y si…? En ese momento se dieron cuenta que en los cursos del CAE les enseñaron algo más que una mera acción. Les enseñaron a mecanizar la reacción como el que ve que le tiran una pelota y se protege.

Ahora les queda afrontar y superar este episodio traumático, como víctimas vicarias que son, porque aprender de él, ya lo han hecho. En esta tarea de recuperación emocional, el apoyo del Mando, de los jefes, de los compañeros, de la familia de los amigos resulta imprescindible. Ellos también tienen lesionada su alma.

La fortaleza de Luismi le empodera y todo contribuye. Las visitas, llamadas, abrazos, homenajes le estimulan a plantearse su futuro. Mantiene una aptitud activa, físicamente ya se encuentra mejor. “La meta me la pongo yo. Voy a intentar hacer todo lo que hacía antes. Surf, bucear, correr, ciclismo, esquiar, escalar y llevar el mismo ritmo de vida. Lo voy a intentar”, apunta, sabiendo que el que no se rinde encontrará la victoria.

Se le han abierto las puertas de las Paraolimpiadas, una magnífica oportunidad con infinitas posibilidades para seguir haciendo los que sabe hacer: Servir, proteger, enseñar y aprender de los demás. Se despliega ante él un mundo de posibilidades, para vivir todos los días, para vivir cada segundo.

*Puedes enviar tu ‘Carta al director’ a través del correo electrónico o al WhatsApp 602262881.

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