CARTA AL DIRECTOR

‘Una España a la altura de su tiempo’

José Ortega y Gasset expuso en su famosa conferencia de 1914, ‘Vieja y nueva política’, que España estaba asistiendo “al fin de la crisis de la Restauración” y que, si se obstinaba “en no morir definitivamente”, habría que darle muerte, pues “hay que matar bien a los muertos”. La Restauración mal vivió por la vía de la dictadura militar y con su Constitución suspendida hasta 1931.

Los resultados de las elecciones municipales de 1931 y el exilio de Alfonso XIII simbolizaron la muerte definitiva de la Restauración. No obstante, el proyecto nacionalcatólico, que con la dictadura de Primo de Rivera logró materializarse en una alianza política, militar y eclesiástica, reaccionaria y contrarrevolucionaria, seguía vivo.

El golpe de Estado del 18 de julio de 1936 y cuarenta años de dictadura lo demostraron. Siguiendo la metáfora ortegiana, España tampoco mató bien al dictador; en general, España no ha matado bien a sus peores muertos. Por otra parte, en la conferencia citada, Ortega señalaba que el objetivo de la nueva política debía ser “el aumento y fomento de la vitalidad”. Una reinterpretación actual de este principio podría ser el de “poner la vida en el centro”. Continuaba el filósofo afirmando que “antes del orden público hay la vitalidad nacional” y que nuestro problema “no es vivir con orden, es vivir primero”.

Así, frente aquellos que defienden la vuelta de la ley y el orden, que propagan un nacionalismo autoritario, que señalan enemigos interiores (independentistas, social-comunistas, feministas, ecologistas, musulmanes, LGTBIQ+… la anti-España), que apuestan por una reformulación de la democracia según el principio de identidad y que exigen un pueblo dotado de una homogeneidad sustancial religiosa (fe y convicciones comunes) y nacional (cultural —basada en una tradición común— y étnica —basada en la lengua común o en la idea de raza—) solo cabe defender la democracia constitucional y la vida republicana.

La democracia constitucional y la vida republicana recogen lo mejor de todo el sistema de valores europeos: la autonomía y la dignidad del individuo, el principio de tolerancia, el estatus jurídico de ciudadanía, los derechos humanos, la igualdad de derechos, la función social de la propiedad y el derecho laboral, la solidaridad y la aspiración a la paz. Frente aquellos que resucitan lo peor de España, hay que poner la vida de la ciudadanía en el centro.

Siguiendo los principios de la Revolución Francesa, para Immanuel Kant, la independencia civil, atributo de la ciudadanía junto con la libertad legal y la igualdad civil, consiste en “no deber la propia existencia y conservación al arbitrio de otro”, lo que asegura que el individuo actúe por su propia voluntad y no según la de aquél que garantiza su subsistencia. En este sentido, la independencia civil constituye el pilar de la igualdad y la fraternidad, en tanto que es la condición de posibilidad de establecer relaciones libres, libres de dominio, sometimiento y servidumbre.

Así, la independencia civil, como fundamento de la ciudadanía y de la democracia, exige civilizar la economía, exige poner en estado de Derecho a los poderes económicos salvajes; porque la vida de la ciudadanía no puede estar sometida a los azares del mercado laboral, porque el futuro de los jóvenes no puede atarse al presente de los padres, porque las condiciones mínimas de una vida digna no pueden depender de los precios fijados por oligopolios de grandes empresas energéticas o de distribución y porque la vivienda de la ciudadanía no puede depender de fondos de inversión.

Para ello, es necesario que los poderes públicos garanticen la independencia civil, fortaleciendo el Estado de Bienestar para que asegure a los ciudadanos los medios para existir, con el fin de garantizar que las libertades y derechos sean realmente efectivos. Frente a la libertad del dinero, la democracia debe defender la libertad de la ciudadanía, una libertad que es resultado de un ordenamiento jurídico que ordena, también, la economía.

La defensa de la diversidad, de la lucha contra el cambio climático, de la igualdad de género, de una juventud con futuro y de una economía al servicio de la vida sitúan a España a la altura de su tiempo. A pesar del desencanto y la desesperanza, esto es lo que está en juego el 23 de julio: una España a la altura de su tiempo o una en la que revivan sus peores muertos.

*Puedes enviar tu ‘Carta al director’ a través del correo electrónico o al WhatsApp 602262881.

Subir