La Rioja

Un kilómetro más, un kilómetro menos

Todo empezó con una simple pregunta lanzada al aire entre dudas y ánimos: “Oye, ¿hacemos la ‘Valvanerada’? Total, con entrenar un mes ya valdrá, ¿no?”. Como esa amiga que te anima a coger las entradas para un festival a meses vista y la motivación te lleva de cabeza. Y allí estábamos un 24 de junio a las 19:30 horas en la plaza del Ayuntamiento de Logroño esa amiga y una servidora, con más ánimos que dudas, junto a más compañeros de aventura y tras unas tres o cuatro marchas de entrenamiento previas a la prueba final, la Valvanera Camina.

El pensamiento que había rondado la cabeza días antes fue el que se mantuvo durante los primeros 30 kilómetros de la marcha: “No pensar en la distancia total. Andar y andar para ir sumando kilómetros”. Eso sí, pasado el punto de avituallamiento de Tricio los pies ya clamaban descanso. Pero quedaba prácticamente la mitad del camino y también la mitad de fuerzas. A partir de Alesón y enfilando “la interminable” recta hacia Baños de Río Tobía (“desde que se ven las luces hasta que llegas al pueblo…”), las ojeadas rápidas al reloj para ver tanto los kilómetros andados como las horas en movimiento se hacían más continuas. Un kilómetro más era un kilómetro menos.

Solo podían calmar los ánimos esa amiga que hacía la ruta más amena entre charla y charla y las historias que contaban los compañeros de camino, pilares clave en este desafío, porque aún tiene más mérito emprender una marcha nocturna de 63 kilómetros en soledad. Porque cuando el sol se puso pasado Navarrete y no volvió a asomarse hasta pasado Anguiano, solo había cabida para la claridad mental. Constancia y objetivo claro. Ni que decir tiene el llegar a los pueblos y poder rellenar la botella con agua fresca de la fuente, o el toparse con esos vecinos que apuraban las últimas copas o cervezas en las terrazas de los bares mientras aplaudían y animaban, alterando en cierto modo la monotonía de la ruta. “Pasamos por un bar más y yo juro que me quedo”, decía uno de los amigos del camino verbalizando la tentación que tenía el resto. Aunque luego llegamos a Bobadilla y parece ser que las fiestas del pueblo no le llamaron lo suficientemente la atención. Un kilómetro más era un kilómetro menos.

En Anguiano, penúltima parada de sellado y a 15 kilómetros de culminar el objetivo, fueron muchos caminantes los que perdieron fuerzas mientras saboreaban el café y bizcocho que daban en el avituallamiento. Calcetines fuera, pinchado de ampollas en las ambulancias de soporte y a seguir. Aunque no todos fueron capaces de hacerlo. A algunos esas ampollas, calambres y dolores les obligaron a abandonar prácticamente a las puertas. “Si llegas a Anguiano ya no hay vuelta atrás. Sí o sí hay que llegar a Valvanera porque ya está hecho”, se repetían las amigas a sí mismas. Eso de que “ya está hecho” también era una forma de hablar porque quedaban los kilómetros más difíciles y no por la pendiente hasta llegar al monasterio, si no por la fatiga que ya acumulaba una en el cuerpo.

Último kilómetro. El monasterio ya a la vista y algunos chalecos asomando entre los árboles. Los primeros valientes ya lo habían logrado. Y ahí fue cuando el ritmo comenzó a acelerar (solo ligeramente), o al menos esa era la sensación intrínseca. Cosa habitual, imagino, de ver ya cerca el objetivo, el final. Había que tirar fuera como fuese, aunque la cojera fuera cogiendo fuerza. Y se logró. Doce horas y media después, con paradas incluidas, estas amigas y sus compañeros de ruta llegaban a los pies de la Virgen. El último de los ocho sellos en el ‘carné de romero’ lo dejaba por escrito, pero en ese momento lo que más urgía era buscar una fuente, descalzarse con cuidado y refrescar unos pies cubiertos de ampollas en los talones. Hasta ella se llegó de puntillas, a pasitos, sorteando a valientes que ya portaban sus diplomas acreditativos y a otros que ya habían recogido hasta su ‘choripan’ acompañado de vino o caldo. Lo primero, agua fresca, luego ya vendría la comida. Y con ello la sensación de calma y éxito. Todo fue llegando, pero a pasitos. Como los valientes que llegaban a cuentagotas hasta la Virgen de Valvanera. Un reto que los elevó hasta la cima, ya fuera por un motivo personal o deportivo. Un reto cumplido que les demostró a sí mismos la fortaleza que lleva uno dentro.

Las cifras oficiales hablaban de 407 las personas inscritas en la marcha, aunque un dorsal con el número 477 pegado a la mochila de una de estas valientes no decía lo mismo (hubo incluso participantes que se apuntaron minutos antes de emprender la ruta). Eso sí, a los pies de la patrona de La Rioja llegaron algunas personas menos (cerca de 300, según contabilizó la organización), pero todas pueden colgarse la medalla de valientes más allá de las metas que alcanzaron.

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