Cultura y Sociedad

Bob Dylan en Logroño: nada más y nada menos

FOTO: EFE/ Raquel Manzanares.

Sin distracciones ni artificios. Música y nada más. Bob Dylan añadió este miércoles una muesca con la inscripción de Logroño a su revólver, en el que prácticamente no queda espacio para un destino más. La Rioja ha formado parte de una gira del genio de Minnesota seis décadas después de que, guitarra en mano, comenzase a hacer camino al tocar. Y lo ha hecho con una cita de marcado carácter intimista, en el que tres mil asistentes pueden decir a las claras que vieron a Bob Dylan en Logroño. Pero, en honor a la verdad, de lo que realmente pueden presumir es de haberle escuchado.

Bob Dylan, nada más

Quedarían decepcionados quienes esperaran un despliegue audiovisual de vanguardia en el Palacio de los Deportes. “Viene una leyenda de la música, el escenario será la hostia”. Pues no. Ni una sola pantalla LED con planos cortos de Dylan, que solo se levantó de su piano de media cola para despedirse durante medio minuto de un público también sentado y entregadamente sereno. Ni un solo cambio de luces durante los 110 minutos en los que la leyenda despachó los diecisiete temas del recital. Iluminación en dos modos: encendido y apagado. Por supuesto, nada de llamaradas ni bombardeo de confeti en los momentos álgidos de la cita.

Dos horas de música solo interrumpida por las tres ocasiones en las que el artista interactuó con su público. Tras su tercer tema, ‘I contain multitudes’, se asomó sobre la atalaya de su piano para espetar un tímido “How are you?” al respetable. Hubo que esperar al término de ‘To Be Alone with You’, tras una hora de recital, para que reformulara la pregunta, ahora con un animoso “Hey!” como anticipo a la consulta. El tercer alto en el camino sirvió para dar a conocer a sus cinco escuderos sobre el escenario: Charlie Sexton y Bob Britt a las guitarras, Donnie Herron al violín, la mandolina, el acordeón y la ‘steel guitar’; Tony Garnier al bajo y el contrabajo; y Jerry Pentecost a la batería.

FOTO: EFE/ Raquel Manzanares.

Cinco músicos a los que se distingue por el oído y no por la vista. Nada de tatuajes, de colorinchis en sus ropas ni poses impostadas de ‘rockstar’. Ataviados con trajes oscuros -Tony Garnier se permitió la extravagancia de complementarlo con un sombrero de ala corta-, bien podrían guardar sus instrumentos y reemplazar a cualquier funcionario de una oficina de Correos, que nadie notaría la diferencia por su aspecto.

En la misma línea, el escenario se dispone como el de cualquier sala multiusos de cualquier pueblo con aspiraciones de ciudad. Sin artificios a la vista. Tres altas lonas iluminadas con una cálida luz rojiza que va muriendo hacia el techo del Palacio. Otros cinco focos puntuales al mínimo de potencia dan volumen a los seis intérpretes sobre las tablas. Y en la parrilla de luces, otros diez tímidos focos que bañan de penumbra la pista. Eso es todo, amigos.

Como guinda al austero despliegue técnico, el sonido se sitúa en las antípodas del tsunami que habitualmente barre a golpe de watios cualquier concierto multitudinario de un tiempo a esta parte. Menos es más. Para muestra, los asistentes fueron capaces de distinguir la metralla de lluvia martilleando la cubierta del Palacio, que por momentos rompía la atmósfera tranquila intramuros.

‘Clausura’ de móviles a la entrada del concierto de Bob Dylan en Logroño. | FOTO: EFE/ Raquel Manzanares.

Y lo más importante. Una demostración empírica de que tres mil personas pueden sobrevivir durante algo más de dos horas sin echarle un vistazo a su teléfono móvil. El personal de la promotora clausuró todos los terminales con fundas herméticas y solo a la salida los asistentes recuperaron la conectividad. Quien busque un selfi que acuda a otro evento, que aquí se viene a escuchar.

Tampoco encontrarán ustedes una sola imagen del genio de Minnesota sobre el escenario en Logroño. El acceso a medios gráficos estaba vetado y los únicos flashes que iluminaron el Palacio procedían de los relámpagos de una histórica tormenta a la que el público permaneció ajeno hasta que puso un pie en la calle. Incluso, una pareja de jóvenes recibió la reprimenda del personal de seguridad cuando trató de acercar su visión de Dylan desde la séptima fila con la ayuda de unos prismáticos.

Bob Dylan, nada menos

Todos estos ingredientes, casi una blasfemia para los promotores contemporáneos, convirtieron la cita en algo más que un evento. Bob Dylan no ofrece en su concierto una experiencia de la que presumir aportando pruebas. Bob Dylan es la experiencia en sí mismo. Algo que se disfruta en el momento y eso que te llevas.

Los músicos apenas dirigen la mirada al público y se distribuyen de una forma tan natural en torno al cantante, que parecen olvidarse de la cuarta pared, dando los guitarristas la espalda a las butacas menos centradas de la pista. Y -he aquí el milagro- cada instrumento se paladea en su justa medida gracias a un exquisito trato al sonido, que nada tiene que ver con ese alarde de watios que a menudo obliga al espectador a discriminar a duras penas entre el bombo de la batería y la distorsionada voz del cantante.

FOTO: EFE/ Raquel Manzanares.

Es como si, por arte de magia, la velada te eyectara de la butaca para transportarte a un ensayo particular en el salón de casa de una leyenda de la música, el último exponente de la revolución del rock and roll iniciada en los años 60, con permiso de los Rolling Stones. Una navegación sobre olas de blues y rock sureño que acercó al público al éxtasis cuando Dylan se arrancó con la armónica en ‘Every Grain of Sand’, el tema con el que puso el broche a su conquista de Logroño.

Después, se levantó de su piano de media cola y avanzó a duras penas hacia el frontal del escenario, recordando en ese momento que 82 años recién cumplidos le contemplan. Recibió tranquilo la ovación y con idéntica serenidad se dio mutis por el foro para embarcarse en su autobús y seguir volcando kilómetros a la gira ‘Rough and Rowdy Ways’, que inició en 2021 y culminará el próximo año ofreciendo a su paso un elogio a la música orgánica sin ‘brilli brilli’. Bob Dylan, nada más. Y nada menos.

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