La Rioja

Desde el siglo XV, a la romería del candil encendido

FOTO: Guía Cameros

¡Como para no encenderle una vela a la Virgen! La noche se echa encima. Las ovejas andan revoltosas, notan que el tiempo está cambiando, que viene tormenta. El astro se anda torciendo por Piqueras. La negrura se observa ya por el valle. El viento racheado casi le saca la gorra al pastor. Él se nota ahora mismo algo confundido: las ovejas por un lado y el mal tiempo apretando por el otro. Agudiza la vista, se concentra, respira… y a lo lejos, por fin, logra distinguir, entre la oscuridad, como apartando sombras con sus manos, el candil que siempre está encendido. Podrá volver a casa. Ya sabe dónde está Pineda (ahora la Venta Piqueras), ya sabe por dónde queda Lumbreras. La virgen le ha vuelto a echar una mano a tiempo con un poco de luz.

De camino de regreso, apretado por el mal tiempo, saca un instante para ponerle una vela a la Virgen. Seguirá habiendo luz en medio de la oscuridad de la montaña riojana. Volverán a casa, al calor de la lumbre, las ovejas, los perros, la mula y el pastor. Gracias a la Virgen de la Luz, que le ha acompañado de vuelta.

Desde el siglo XV viene siendo así. El fin de semana anterior a la noche de San Juan, la noche más corta del año, en el día más claro del calendario, cuando más luz hay en el Camero, para que la noche no se les eche encima, las Trece Villas se reúnen alrededor de su virgen para celebrar la Romería de la Virgen de La Luz, una tradición que se remonta muchos siglos atrás.

Desde entonces, las gentes de los dos Cameros, el Nuevo y el Viejo, recuperan del altillo de aperos su gorro de paja o la visera de Construcción Arenzana, y suben hasta la Venta Piqueras para festejar que el candil sigue encendido, a pesar de que la despoblación es un fenómeno que no deja de remitir por estas tierras desde el siglo XVIII.

La Romería de la Virgen de la Luz sigue concitando el interés de numerosos cameranos, que los hay, alrededor de la Venta de Piqueras. En su pradera, centenares de cameranos celebran este domingo, junto al altar a la virgen, que el candil continúa encendido, una luz que de tantos problemas ha sacado a los pastores de la zona durante muchísimos siglos.

La mayoría de los que aquí acuden se conocen de algo. El de la Pili, el del Eugenio, el de la Conchi, los nietos de los Calzorras, el de Muro, El Rasillo, Almarza… Se ponen al día. Que si esto, que si lo otro, que si lo de más allá. Uno que ya no está, otro que está cerca de no estar, el de más allá que fíjate a qué precio está vendiendo, que hacen falta jóvenes, que esto ya no es lo que era, aunque es verdad que los pueblos de la zona están más bonitos que nunca… La única salvedad porque más o menos, por aquí, la cosa siempre está mal, aunque lo bueno es que este análisis geopolítico les pilla echando un quinto o un mostito sin hielos.

Mientras tanto, la botella de tinto se ha dejado refrescándo en el arroyo que baja de Piqueras. Junto a la sandía y el melón, postre habitual para cerrar una fiesta familiar en la pradera. Cotiza al alza la sombra, aunque el Decathlón ha ayudado mucho a que la sombra surja casi en cualquier parte. Aunque sabido es que como la sombra del árbol no hay nada mejor.

Almuerzo fuerte, misa, un par de quintos, fila para coger la caridad de cordero y pan bendecidos, comida en familia, siesta en la silla de camping o sobre una manta de lana, cuatro para echar un mus, un paseo hacia arriba para dar las pertinentes vueltas al árbol, los niños juegan con pistolas de agua, el resto de la familia mete los pies en el gélido arroyo… Se echa la tarde, amenaza tormenta, toca salir de allí, que viene la oscuridad, la que tan poco gusta a los cameranos, que volverán dentro de un año a darle las gracias a su virgen por marcarles el camino con la cálida luz del hogar.

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