Cultura y Sociedad

Abel Osuna, el Stradivari de la ciudad

No pasa desapercibido un pequeño local logroñés en la calle Caballero de la Rosa. Entre otras cosas porque no es nada habitual encontrar en la ciudad un taller donde un joven trabaja cada día con sus manos fabricando y arreglando violines y otros instrumentos de cuerda. Todavía le queda mucho por delante para alcanzar los casi 1.200 instrumentos que un incansable lutier de Cremona fabricó a lo largo de sus más de setenta años trabajando, pero Abel Osuna se ha convertido en el Antonio Stradivari de la ciudad.

Asturiano de nacimiento, llegó a la capital riojana para abrir su taller en 2021, después de terminar su formación musical en Finlandia, Eslovaquia y Suecia y despertando en la propia Cremona (Italia) su curiosidad por la construcción y los ajustes para hacer que un instrumento suene como debe sonar.

Desde pequeño tuvo muy claro que quería ser músico. “Tenía mi pianito y yo reproducía las melodías que escuchaba. Mis padres vieron que algo había ahí y decidieron fomentarlo, así que me apuntaron a clases de piano y después al conservatorio. Al llegar, las plazas para este instrumentos ya estaban ocupadas, así que entre el fagot, oboe y violín, elegimos el último”. Una elección aleatoria que, sin quererlo, ha forjado la vida de Abel.

Violinista de profesión, ha trabajado en orquestas, dando clases… “No encontraba nada que me llenara”. En su camino en el conservatorio de Bilbao se cruzó una alternativa de estudios de Lutería y la cursó. “Me faltaba algo, así que me planteé ir a la cuna de los violines: Cremona”. Allí tocaba a la puerta de los talleres hasta que uno le invitó a pasar. “Me puso un tarugo de madera y me explicó cómo cortar. Con lo que yo llevaba aprendido de Bilbao y lo que salió de Cremona, tuve claro que esto sí era lo mío”.

Un barniz y una madera muy característicos

Abel define a un lutier como la persona que hace instrumentos, antiguamente laúdes, hasta que se extendió a los profesionales que hacían cuartetos de cuerda (violín, viola, chelo y contrabajo), “pero en España es más amplio porque también te dedicas a la guitarra, a hacer ajustes, reparaciones… En Italia no es así, es solo construir. Nos metíamos en el taller desde las 8 de la mañana hasta las 6 de la tarde y sacábamos cientos de violines. El problema es que aquí no tenemos esa tradición todavía”. Por ello, la idea de Abel es intentar fabricar violines de calidad que puedan competir con los italianos, pero a mitad de precio.

El asturiano reconoce que actualmente los violines que fabrica los hace “por vicio”, porque diariamente pasan por su taller personas para ajustar sus instrumentos, arreglar desperfectos que cambian el sonido, hacer un puente nuevo o restaurar instrumentos antiguos. Pero nunca olvida lo que su maestro le decía: “Abel, si no tienes la materia, no la puedes vender. Así que cuento con un abanico amplio de violines para que la gente los pruebe y de esta forma conozcan mi trabajo y se amplíen los encargos”.

Siempre procura crear violines diferentes. Que la caja sea distinta, que el tamaño de la ‘F’ varíe y, por supuesto, un toque personal. “Cada lutier sabe lo que tiene que hacer a nivel de espesores, de construcción, de ajuste, cada uno tiene su truco y luego a mí me gusta innovar”. Y lo hace con el barniz. “Mi forma de barnizar es un tanto peculiar, diferente a lo que se conoce en España. Hago mis recetas especiales, con una metodología especial que aprendí en Italia”.

Y todo, a partir de una misma materia prima de calidad y muy característica. “No vale cualquier pino para fabricar un violín. La madera perfecta es la de arce de Los Balcanes, que tiene un muy buen rizo para el fondo, los aros y el mango. La tapa es de abeto, pero es un abeto de resonancia que crece en Los Alpes italianos en condiciones muy extremas, con mucha altura y mucho frío. Así, su crecimiento es constante y eso se nota en las vetas de la madera, que son súper rectas y ligeras. Sin embargo, las de los pinos de aquí cambian mucho sus betas por el calor y el cambio de temperaturas”.

Una profesión ¿con futuro?

No son muchos los que han elegido esta profesión para disfrutarla y ganarse la vida. “Es verdad que somos muy poquitos y por esta zona del norte nos conocemos todos”. Quizás, lutier no sea la respuesta que esperas de un niño cuando le preguntas qué quiere ser de mayor, pero Abel defiende que estos artesanos durarán hasta que la música clásica muera. “Quiero pensar que todavía queda tiempo. No digo que sea eterno, pero si ha durado 400 años… Me gusta pensar que siempre va a quedar un trozo de madera viva que un botón de Bizarrap no pueda silenciar”.

Claro que también están las empresas que fabrican violines en cadena, “pero son instrumentos que no están vivos, y eso se nota en cuanto lo tocas. Hay un proceso largo que una máquina no puede sustituir: tienes que hacer los aros, las bóvedas, hay unas medidas que debes respetar… Eso es algo que el músico nota cuando coge un violín”.

Una profesión para la que “hay que armarse de valor porque, si el oficio de músico es difícil, el de artesano lo es más. Si realmente te gusta hay maneras de aprenderlo y sacarle provecho, pero hay que ser muy constante y hacer, hacer y volver a hacer”.

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