La Rioja

La precariedad laboral con rostro de mujer

Las trabajadoras riojanas copan tres de cada cuatro empleos a tiempo parcial en la comunidad. Ellas firman los contratos más marcados por la temporalidad. Entre los trabajos más precarios está el de la ayuda a domicilio. Prácticamente la totalidad son mujeres, la precariedad laboral con rostro femenino.

Inmaculada Rubio empezó hace treinta años a trabajar en esa especialidad. Su día a día laboral pasa por cuidar a personas mayores o con enfermedades que no pueden valerse por si mismas, acompañarlas en su vida diaria, en su cuidado personal, levantarlas de la cama, en muchos casos darles de comer, limpiar las estancias en las que se encuentran, acostarlas por la noche, asearlas, acompañarlas a pasear para que el familiar que está al cargo pueda respirar…

La situación del sector ha cambiado mucho, pero no lo suficiente. Cuando Inma empezó a trabajar las cosas aún estaban peor que ahora. “Trabajábamos por horas: hora que trabajabas, hora que cobrabas. Algunas compañeras, incluso sin contratos. Ahora los problemas son otros, sobre todo la parcialidad; la mayoría no tenemos jornadas completas porque muchas veces es imposible”.

La Administración facilita que la familia que pide el servicio elija la hora a la que acude la auxiliar y eso supone que las franjas horarias de más demanda siempre sean las mismas: a primera hora del día y a última. Así es imposible llevar a cabo una jornada completa y tampoco posibilita compaginarlo con otro trabajo.

“Vas un par de horas por las mañanas, otras a medio día, otras por las tardes… imposible buscar otra cosa con la que compaginar este trabajo ni que nosotras podamos conciliar”, cuenta Ana Isabel Ordoñez, que también trabaja en el sector desde 2007. “Luego hay otra circunstancia, que en Logroño hemos solventado pero que pasa en las mancomunidades aún: si en la casa a la que vas no te abren la puerta porque el familiar se ha ido, le debes esa hora a la empresa aunque tú ya te has desplazado y has invertido tu tiempo”.

Además, las horas que se conceden desde los servicios sociales de los ayuntamientos en muchos casos son escasas. “Están reconocidas según el grado de dependencia de la persona, pero, a veces, con una hora es imposible atender a la persona y además dejar un poco en condiciones la vivienda”, comenta Inma.

“A veces, tienes media hora en casa de un usuario. Me cuesta más subir las escaleras porque no hay ascensor y ponerme la ropa que lo que estoy atendiendo a la persona”, cuenta Ana.

Sueldos congelados durante años, ahora su salario es de 1.048 euros. Con la subida del salario mínimo a algunas las favorecerá, pero a las que lleven trabajando más de tres años ni eso porque esa subida “se come la antigüedad”. “Eso en bruto, lo que va al bolsillo a final de mes son poco más de 900 euros, eso las que tienen la jornada completa, que son una minoría”, denuncian.

Malabares para llegar a fin de mes. “Hay en casas que sólo entra ese sueldo, algunas lo compaginan con limpiezas en domicilios por horas o incluso cuidando por las noches a otros usuarios o a personas que están ingresadas en el hospital”.

Tampoco acompañan las condiciones que se encuentran en la mayoría de los domicilios. “En un hospital o una residencia de mayores todo está preparado para gente dependiente; en sus casas, la mayoría de las veces, no”. Camas bajas de las que hay que levantar a la persona, baños con bañera… “En estos quince años he tenido una cama semiarticulada, incluso me he encontrado con familias que a pesar de tener grúa te exigían que levantases a su madre de la cama a pulso”. Las lesiones musculares son el día a día de estas mujeres.

A esto se una la carga emocional. “Creas un vínculo con las personas a las que cuidas y terminas llevándote sus problemas a casa”, dice Inma. “Hay compañeras que han estado con el mismo usuario diez años, es tanto el vínculo emocional que al final haces cosas que sabes que no entran dentro de tus competencias, pero ponemos toda la voluntad en nuestro trabajo”.

Por eso quizás aún duela más el poco reconocimiento a la profesión. “Es muy demandada y muy necesaria pero muy poco reconocida y cada vez hay más problemas para encontrar trabajadoras, en cuanto alguien encuentra algo mejor, lo deja”, cuenta Inma. “En pandemia nos aplaudían, además permitimos que otras mujeres puedan conciliar, pero no es un trabajo bien reconocido”, asegura Ana.

Sus quejas van muchas veces dirigidas al hecho de tener que hacer cosas que no entran dentro de sus servicios. Reconocen que la mayoría de los usuarios son encantadores, pero… “no estamos para lo que la familia quiere sino para lo que el usuario necesita, pero hay muchos que no se dan cuenta de eso”. Entienden que la atención personal incluye limpiar las zonas comunes de la casa, pero “hay veces que nos mandan limpiar la habitación del nieto o el baño que el usuario no utiliza”.

Por otro lado están las limpiezas especiales. “Entra un nuevo usuario con síndrome de Diógenes y nos mandan limpiar la casa cuando no estamos preparadas para hacer ese tipo de limpiezas, no tenemos cualificación suficiente”.

Mujeres que están ahí cuidando de los que más lo necesitan, que permiten que las familias respiren, que los usuarios estén bien atendidos, que la sociedad sea un poquito mejor con aquellos mayores que ahora lo necesita. Trabajos precarios y poco reconocidos, esos que en la mayoría de las ocasiones llevan rostro de mujer.

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