Gastronomía

Tortilla de patata: por antropología social (I)

La abuela ya no está. Tampoco su tortilla. Aquella creación superaba el límite del grosor permitido en estos lares. Sus ancestros así la hacían. Hoy en día serviría para dar de comer a un destacamento de soldados. Era la tortilla que se hacía para ir al campo. Cuando la familia salía de excursión, en primavera o verano. La misma que le hacían a ella cuando se iba de vaquera en sus largas jornadas laborales pese a su niñez. Ella la preparaba de vísperas para sus nietos, en días de convivencias junto al resto de compañeros. La fiambrera no era suficiente. Habitualmente el contenido superaba al continente. Siempre bien cuajada, con cebolla y su punto de sal… Asuntos innegociables. Como su sabor. Siempre el mismo. Inconfundible. La tortilla de la abuela, preocupada siempre por la salmonelosis. “Que no le dé el sol”. “En cuanto puedas te la comes”. “Si sobra algo la tiras porque seguro que no la vas a guardar bien”. La abuela y su tortilla. La que elevaba a otro nivel cualquier almuerzo campero, cualquier excursión del colegio. Memoria de toda una familia.

La tortilla de patata en este país es una cuestión antropológica. Es pura antropología social. No hay tortilla como la de tu abuela. La habrá mejores, seguro que peores, pero ninguna como la de tu abuela. Sabor que cuando se aproxima al original libera ingentes cantidades de nostalgia, como la textura de las albóndigas de madre o las croquetas de la tía. La tortilla de patata golpea directamente en la línea de flotación de los recuerdos. Es la receta de cada familia. Por eso, no a los bares, cafeterías y tabernas que no miman a sus clientes con una tortilla de patata a la altura. La tortilla de patata nos hace ser una sociedad algo mejor.

La tortilla es el termómetro de un bar. La seca, la recalentada, la que sale de un envase al vacío deberían estar prohibidas por la Carta de las Naciones Unidas. La tortilla de autor, cada uno la suya. No hay dos bares con la misma tortilla. Y ya luego el cliente se hace habitual o no dependiendo de sus gustos. Con cebolla, sin cebolla, más o menos cuajada, con un golpe de micro o a temperatura ambiente… Buscamos tortillas de patata que realmente merezcan la pena. El nivel en La Rioja es altísimo porque tenemos buenos bares, buenas cafeterías, buenas tabernas. Hay grandes tortillas en La Laurel o la calle San Juan. También en otras calles de culto al pincho pote. Y hay bares de barrio que clavan esta receta, porque saben que es la manera más directa de hacer felices a todos sus vecinos.

La Rioja es una región de tortillas de patata. No hay bar bueno que se precie que no se marque una tortilla de envergadura. Tenemos en La Rioja la mejor tortilla de patata de España. De ahí que el nivel de exigencia sea altísimo. Desde el pasado mes de septiembre, el Tizona de Logroño presume porque puede de hacer la mejor tortilla del país, asunto importantísimo porque no existe un único criterio, porque esta receta es tan versátil que en cada región la tortilla es diferente. No resulta complicado saber en qué región de España se encuentra uno probando la tortilla de patata.

En el Tizona de Logroño hacen la mejor tortilla de patata de España. Carlos es su creador, que macera las patatas durante 24 horas antes de freírlas. Es un tortillón extraordinario. Pero no todas las grandes tortillas de nuestra región tienen premio. Así que pedimos a nuestros lectores que nos ayuden a conocer ese bar que no entra en nuestro radar y que reciben a sus clientes con la tortilla de patata diaria que alegra el día a cualquiera. Haznos llegar tus lugares favoritos en el email [email protected] y en el número de Whatsapp +34 602 262 881.

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