La Rioja

Proyecto Alasca: “Todo empieza en las calles”

Proyecto Alasca: “Todo empieza en las calles”

Jueves, 10 de la mañana, un frío que pela y el típico ir y venir de gente en las calles del casco antiguo de Logroño. Un grupo de cuatro hombres, tres de ellos bastante jóvenes, charlan en el número 8 de la calle Berceo mientras uno se enciende un cigarro. “Buenos días”, saludan. Desde el pasado mes de mayo, el Proyecto Alasca de atención a personas sin hogar se trasladó desde Ruavieja a ese local cedido por la Cocina Económica. Nada más cruzar la puerta, el calor se agradece.

Diego López es el coordinador de dicho proyecto y ya son 15 años los que lleva en el servicio llevando a cabo diferentes funciones. Alasca es un acrónimo de alternativa a las calles, no literal, pero juega también con el estado norteamericano donde hace tanto frío porque, en un principio, se trabajaba principalmente en invierno.

La intervención en la calle es el motor que mueve esta iniciativa junto con el alojamiento nocturno y el centro de día. “Nuestros educadores o integradores sociales trabajan de forma permanente en la calle llevando a cabo prospecciones por la ciudad, no solo en los puntos de encuentro habituales de personas en situación de exclusión social como La Glorieta o la zona de la estación de autobuses, sino también en la periferia”, explica Diego. Estas últimas, zonas en las que se reúne mucha más gente de la que creemos en torno a caminos viejos y fábricas abandonadas.

El objetivo es contactar con estas personas para ofrecerles ayuda, empezando siempre por un ‘¿qué necesitas?’. “Hay algunas que prefieren quedarse donde están, pero tienen una necesidad de acompañamiento, de escucha, o, simplemente necesitan ayuda en trámites administrativos. Para todo ello está Proyecto Alasca”.

En la calle empieza todo. Iván Reinares, concejal de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Logroño, destaca que después de ese ‘¿qué necesitas?’ “se establece un vínculo, una confianza básica que más tarde se traduce en una relación en la que los propios usuarios del centro lo sienten como suyo y participan en el día a día de Alasca”.

Los 365 días del año, de 9 de la noche a 9 de la mañana, no solo en invierno con las consiguientes olas de frío, un servicio adaptado a las necesidades de la gente y con acceso flexible. “Tenemos una normativa mínima y afortunadamente casi todos la cumplen. No tienen que venir todos los días obligatoriamente, aunque contamos con camas y plazas asignadas, pero hay gente que viene un día y dos no, o viene, se da una ducha y se van. Otros duermen aquí todo el año”.

La confianza por parte del Ayuntamiento en este proyecto es ciega, “por ello hemos ampliado todos los recursos posibles, pasando de 13 a 36 plazas, de habitaciones corridas a cuartos para cuatro personas, de dos a ocho baños, y hemos aumentado el servicio a todos los días del año, lo que conlleva más personal”, señala Reinares. “Porque los Servicios Sociales no están solo cuando hace frío. Flexibilizamos el acceso a las campañas en invierno, sí, pero estamos en continuo contacto con la realidad de la ciudad para saber lo que la gente necesita en cada momento”.

El comedor, punto de encuentro

Diego confiesa que el perfil de usuarios ha cambiado mucho. “Hasta aquí ya no llega la persona sin hogar que todos tenemos en la cabeza. Esos hombres mayores de 50 años asiduos a la calle y con una problemática secundaria relacionada con el alcoholismo. Cada vez hay gente mucho más joven que hace nada tenían una vida relativamente normal, pero, por circunstancias de la vida, ahora están en la calle o en una casa que no reúne las condiciones adecuadas”.

Con ellos trabajan, sobre todo, la recuperación de la confianza y, por supuesto, cómo retomar el pulso del día a día. “Tenemos claro que el que la gente salga de las calles no es un objetivo realista, pero ponemos todo de nuestra parte, personal y material, para que recobren la motivación y la capacidad de mejorar y crecer”, indica Diego.

Es más. Reinares añade que hay muchas de estas personas que no llegan a ir al centro, pero los educadores de calle no cejan en el empeño y hacen un seguimiento para crear un vínculo que facilite un trabajo personal. “Y no podemos olvidarnos de nuestros aliados. Esos colectivos que nos avisan o interceden para que, por lo menos, estas personas con necesidades conozcan el proyecto: Policía Local, Protección Civil, personal de recogida de basuras…”.

Para los que ya son parte del centro, las habitaciones se han confeccionado de forma que cuentan con dos literas y varias taquillas, de forma que las cuatro personas que se alojan en cada habitación puedan guardar sus enseres. “Para la gente que solo utiliza el centro de día también tenemos taquillas y algo que se utiliza mucho, armarios con llave donde guardamos las medicinas”. Porque, además de acompañar al médico a los usuarios u organizar visitas hospitalarias coordinados con los centros de salud, los trabajadores de Alasca procuran que se sigan los tratamientos médicos. “Aunque duerman en la calle, que se acostumbren a tomar sus medicinas es una forma de mejora y conseguir cierta estabilidad”.

Pero si hay un punto neurálgico en Alasca, ese es el comedor. Con su tele, sus mesas y una pequeña cocina, no hace falta más. Leer el periódico o jugar a las cartas, parchís o ajedrez son las actividades preferidas de los usuarios. Además, “ofrecemos actividades sencillas pero entretenidas que les mantienen ocupados. Llevamos a cabo un programa de atención socioeducativa con el objetivo de que la gente participe aunque, en el momento en el que apagas la tele… comienza ‘la revolución'”, explica Diego entre risas.

Actualmente, el centro está en torno al cincuenta por ciento de ocupación, pero, sea como fuere, completo, vacío, o a la mitad, el frío invierno desaparece al traspasar la puerta de Alasca, donde el calor de hogar se nota desde el primer ‘Hola, ¿qué necesitas?’.

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