La Rioja

No hay peor frío que el de la soledad

No hay peor frío que el de la soledad

Es curioso cómo hay personas que, sin conocerlas, despiertan una curiosidad pasmosa en uno. Es el ejemplo de Abdoul. Hasta hace poco, y aunque no sea correcto, ‘el negrito’ que se sienta todos los días en el bordillo de Abanca, en la calle Miguel Villanueva. Siempre con las manos en los bolsillos o resguardadas entre las piernas. Encogido, con la capucha puesta y una braga negra en el cuello que se sube hasta taparse la nariz. Solo cuando el ruido de las monedas resuena en un cartón viejo que siempre le acompaña, levanta la cabeza y te hipnotiza con una mirada vidriosa que pasa del rojo al amarillo en cuestión de segundos y una lágrima casi permanente.

Llegó a España hace 27 años, más concretamente vino en avión desde Senegal haciendo escala en Canarias antes de aterrizar en Madrid. Una vez en el país, se ha ido moviendo por varias ciudades y pueblos estableciéndose, según dicen los papeles que le quedan y que guarda como oro en paño, en Jaén. No es la primera vez que viene a Logroño: “Voy y vengo. Es una ciudad tranquila y he encontrado a gente que me ayuda”. Se refiere a Diego y compañía, los responsables del Proyecto Alasca.

“Gente muy buena”, dice en una mezcla de castellano, francés y una lengua que no parece oficial. No va a dormir todas las noches al centro, pero cuando se anima se siente como en casa. “Allí hay cama y me llevan a otro sitio con comida. El frío y la calle no son buenos”.

“Buenos días, ¿cómo estás hoy?”, le pregunta una señora que saca de su cartera una moneda de euro que vuelve a resonar en el cartón. “No conozco nombre, pero veo muchas mañanas. Ya amigos”, explica uniendo palabras que pocas veces acompaña con un verbo. Y es que el día a día de Abdoul pasa por sentarse en ese bordillo con otro cartón en el suelo haciendo las veces de cojín, que el frío aprieta y el bordillo es duro.

Cada dos por tres se asegura de que sigue teniendo su cartera en el bolsillo, y es que hace un tiempo le robaron las únicas pertenencias que tenía guardadas en una mochila que siempre iba con él: su documentación y un par de fotos de su familia. Tres hijos de 14, 16 y 18 años que se quedaron en Senegal. “Muchas ganas de ver”, dice mientras se seca esa gota de agua que no para de brotar de su ojo. ¿Frío? ¿Nostalgia? Una mezcla de ambas.

Pocas palabras salen de su boca, pero incide sobre todo en dos: documentación y Diputación. Mientras habla, desenvuelve un papel cuidado como pocos tesoros. Una denuncia interpuesta en Jaén, donde tiene su domicilio según una fotocopia del DNI que también guarda con sumo cuidado. Ahora se entiende lo de la Diputación. “Necesito documentación. No puedo volver a casa, necesito arreglar mis papeles”.

Abdoul reconoce que en el Proyecto Alasca, además de calor, una cama y ducha, también le aconsejan sobre su situación. “Diego muy bueno”, repite. En ese momento, otro hombre le saluda y le pregunta cómo le está yendo el día. “¿Ves? Amigos”, sonríe. Y es que eso es lo que le queda a Abdoul, la gente que cada día se preocupa por él. Una forma de hacerlo es con la ropa. A menos de 50 metros de su posición tiene un contenedor donde se depositan bolsas con ropa. “La gente en vez de tirar me dan. Gracias”, cuenta señalando una cazadora que le está protegiendo en estas noches de heladas.

De las monedas que van cayendo en el suelo, se guarda una de dos euros y otra de 50 céntimos. Abunda el bronce en el cartón. “Estas para pan”, dice mientras las mete en la cartera.

La ocasión la pintan calva, dicen, y él no lo dudó cuando otro amigo que tocaba el yembé en su pueblo le dijo que aquí tendría más oportunidades. “Venir aquí para ayudar a mi familia, pero ahora no puedo”. El objetivo ahora es, primero sobrevivir, que no es fácil, y luego, arreglar su situación para volver a Jaén y “trabajo campo. Allí también gente como Diego que me cuida”.

De momento, Abdoul seguirá cada día en su bordillo de Miguel Villanueva sufriendo las inclemencias del tiempo, el hambre, y, lo que es peor, la soledad. Por lo menos le quedan los amigos de los que no se acuerda del nombre pero le sacan una sonrisa cada día con un simple saludo.

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