La Rioja

Un horno de cal en Calahorra: lo que la sequía aflora

Un horno de cal en Calahorra: lo que la sequía aflora

Ha pasado ya un mes desde que el otoño entró en el calendario y las lluvias aún no han hecho su esperada aparición. Han caído algunas gotas, pero no lo suficiente para que los pantanos y las balsas de agua dejen de perder día a día las reservas que tenían acumuladas. Una situación que se va complicando semana a semana y que muestra una estampa muy distinta a la habitual por estas fechas en lugares como la balsa de riego de Calahorra en el pantano de El Perdiguero.

Allí, lo que otros años es todo agua, ahora es un paseo en el que niños y mayores disfrutan de una playa improvisada en la que poder disfrutar. Un pachocle rayado en la arena demuestra que por allí se ha pasado un buen rato. Parejas con perros, senderistas que aprovechan para ver un paisaje extraño por estas zonas y alguna huella de coche que se ha atrevido a entrar hasta una zona en la que habitualmente los peces son los únicos que llegan.

Pero este paseo trae una sorpresa más que no se veía desde hace años y es la de los restos de un antiguo horno de cal que estos días pueden contemplarse. No es un hallazgo nuevo. Se conocía incluso antes de recrecer el pantano, pero habitualmente está bajo el agua y pocos años puede disfrutarse de él.

Sólo queda parte de la estructura, pero puede verse cómo se aprovecharon las vetas de caliza para hacer un horno con estructura circular en el que luego se fabricaba la cal. Tendría unos tres metros y medio de diámetro cuando estaba en funcionamiento. No era el único de la zona.  En 2015, la asociación ‘Amigos de la Historia’ denunció la destrucción de los restos de un horno de cal que se encontraba en el paraje de Barralda, en la cercana zona de los Agudos, en el punto conocido como ‘paso de los toros’, como consecuencia de las labores de ampliación de una senda en camino apto para el tránsito de vehículos, llevadas a cabo por la Consejería de Medio Ambiente del Gobierno de La Rioja.

Los hornos de cal o ‘caleros’ permitían crear óxido de calcio mediante la calcinación de la piedra caliza. Y es que tiempo atrás, la cal era uno de los elementos más imprescindibles de nuestra sociedad: todas las obras se hacían con cal, como elemento cohesivo de la argamasa, las casas se blanqueaban, los médicos recetaban agua de cal, las viñas se salpicaban con cal, las piaras se desinfectaban…

Los hornos de cal consistían en una excavación tapiada hasta la parte de arriba de la superficie del terreno. Para producir cal, primero se preparaban fajos de leña, después se extraía la piedra y se llevaban los dos elementos cerca del horno. Con grandes piedras se componía una bóveda partiendo de la base interna del horno, se dejaban agujeros entre las piedras para que pudieran pasar las llamas. Sobre esta bóveda, el resto del horno se llenaba de piedra viva y se cubría con cal muerta o tierra. Era necesario añadir leña durante un tiempo, que variaba entre nueve y quince días. La producción de cada hornada era de entre 100 y 150 toneladas de cal que, una vez cocida, se tapaba perfectamente con carrizo y ramas para evitar que se mojara.

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