La Rioja

Pablo Vega, un logroñés en la Estafeta

Pocas cosas hay, a eso de las 8 de la mañana, que puedan hacerse con demasiada intensidad durante treinta segundos. A lo más, esperar a que el agua de la ducha deje de salir fría, elegir la ropa del día (si el armario está ordenado) o, simplemente, ver cómo se consume ese medio minuto frente al microondas mientras se calienta el primer café del día. Poco más. Salvo que seas como Pablo Vega (Logroño, 1990) y entre el 7 y el 14 de julio corras el encierro de Pamplona.

Porque, entre las 08:01:20 y las 08:01:50, Pablo esprinta delante de la manada de toros y cabestros esquivando codazos y empujones, evitando tropezar con los mozos que yacen caídos sobre los adoquines pamplonicas, distinguiendo los toros de entre los bueyes, vigilando si los astados levantan el rabo o mueven las orejas, señales inequívocas de que pueden cambiar de ritmo o lanzarse hacia uno, y decidiendo cuándo salirse de la cara del toro y buscar el cobijo inexistente de los laterales de la calle Estafeta. Correr el encierro es la más absoluta y total toma de decisiones que nadie pueda imaginar. Si te equivocas en una, solo en una, pierdes la carrera, si no algo más…

Y todo eso, a las ocho y un minuto de la mañana. Para entonces, este logroñés lleva hora y media levantado. Como el resto de sus catorce compañeros con los que forma su particular ‘cuadrilla de los encierros’. No desayuna. Tampoco envía ningún mensaje a sus más allegados antes de la carrera. Tampoco reza. Cero supersticiones. Tan solo baja a Santo Domingo a entonar el primer cántico hacia la hornacina de San Fermín. De ahí a la Estafeta, se tutea con el miedo. “Es el peor momento; te cruzas con amigos y a lo justo puedes saludarles y desearles suerte. Se pasa muy mal”.

El apretón de manos a su amigo Miguel Reta, el pastor del encierro por antonomasia y también ganadero, es obligado.
Y a esperar. “Suena el cohete, pasan los guiris y entonces nos quedamos los de siempre”. “Tengo la referencia de dos o tres corredores. Cuando los veo aparecer, empiezo a correr porque a los toros hay que esperarlos en carrera, no se puede pretender que llegue la manada y pasar de 0 a 100. Eso es imposible. Me pasarían por encima”. “Es una carrera de relevos, como mucho, puedes aguantar 20 o 30 metros delante de los animales; cuando llegan unos corredores, otros empezamos nuestro trabajo”. A este riojano no le gusta que se quede ningún toro suelto: “Prefiero correr y cogerlos en carrera. Si se queda algún animal suelto, se hace lo que se puede, pero eso es más para corredores que también son recortadores y tienen más facilidad para conducir a los animales al paso, previendo vueltas y parones”.

Pablo Vega reconoce no prepararse de forma específica para correr el encierro. Su buen estado físico se lo debe al fútbol (juega en el Club Deportivo Berceo) y a otra de sus pasiones, el alpinismo. La fuerza mental necesaria para asumir tanto riesgo y peligro la adquirió siendo niño, cuando fundió varios cabezales del VHS, rebobinando hasta la saciedad las cintas en las que había grabado el encierro del día. “Siempre tuve claro que algún día correría por las calles de Pamplona. Veía el encierro con mi madre y luego volvía a verlo infinidad de veces yo solo. Siempre me ha atraído el toro, desde los cinco años soy abonado a la plaza de Logroño, adonde iba con mi abuela Elisa cada tarde de toros, y eso que no tenía ningún antecedente taurino en la familia”.

Hace días que este riojano anda por Pamplona. Del 5 al 14 de julio, Pablo Vega es un pamplonica más. En la maleta, solo ropa blanca y roja. “Prefiero correr de blanco, soy muy clásico en ese sentido y eso que al principio empecé a correr de naranja, con la segunda camiseta del Barca; la de Wembley. Pero no veo mal que la gente corra con la camiseta de su equipo o la que sea. Aquí lo importante es respetar al toro y a los compañeros. Todo lo demás da igual”.

Pablo Vega no solo lleva corridos diez ‘sanfermines’. Su pasión por los encierros le lleva a hacer unas 80 carreras cada año, en Ciudad Rodrigo, Tudela, Tafalla, Alfaro, Benavente, Iscar, Cuéllar, Calasparra, Almassora, Castellón, Onda, San Sebastián de los Reyes o Guadalaraja, que, con Pamplona, son las únicas capitales de provincia donde corren los toros por las calles. Su experiencia y conocimiento le llevan a definir el encierro de Pamplona como “diferente” a cualquier otro: la forma en la que viene la manada, la distancia a la que te puedes poner o no ver los toros hasta que los tienes al lado. “Todo en Pamplona es diferente. Es el encierro en el que más cerca del animal puedes correr porque el toro tiene tantos estímulos diferentes que no sabe a cuál acudir. O como la poca luz que ve el toro Pamplona. El corredor puede aprovecharse de estas circunstancias para acercarse al máximo. Además, a nada que dejes cincuenta centímetros entre el toro y tú, otro corredor se aprovechará y ocupará ese sitio. Pamplona te exige correr a no más de veinte centímetros del toro”.

Este logroñés prefiere la Estafeta a cualquier otro tramo para correr. “En Santo Domingo el toro acude más a todo y sale con toda la fuerza. Cuando llega a Estafeta ya va más aplomado y es más difícil que se salga de la manada; por eso aquí las carreras puede hacerse más cerca del toro y resultan más bonitas y vistosas”. El tiro de cámara en directo no es que sea el mejor en el tramo elegido por este riojano. Las carreras de Pablo se disfrutan mucho más en la repetición o en la ‘tirolina’. Hasta para eso, Pablo Vega es ejemplo de sencillez y modestia.

De igual forma que cree que el antideslizante ha restado emoción a la carrera. “Ahora los encierros son todos los días más o menos iguales. No tienen nada que ver con los de la década de los 90 en los que siempre existía esa incertidumbre por lo que pudiera pasar”. Este año no echará de menos a Cristiano y Messi. “Aquellos cabestros hacían su trabajo a la perfección, abrían la manada, eran rápidos y, encima les acompañaban otros bueyes que arropaban la manada”. “Este año la parada de cabestros pertenece a la ganadería de Macua y, como no conocen el recorrido, puede que en los primeros encierros haya más posibilidades de coger toro”.

Porque el objetivo de un corredor no es otro que el de correr a escasos centímetros de un toro. ‘Es muy complicado aguantar en el centro de la calle. Es casi imposible no hacerle caso a tu cabeza cuando te dice que te salgas. La mente te dice que te vayas a la pared cuando solo hay dos filas de corredores entre el toro y tú. Si aguantas ese momento, seguro que coges toro y corres delante de él. Luego ya viene el problema de encontrarte con alguien delante que esté parado. Lo más difícil es salirte en el momento preciso, desplazarte lateralmente lo necesario para que las astas no te golpeen”.

Como los toreros, el runrún de correr en Pamplona aparece casi en mayo. “Se empieza a dormir mal, a darle muchas vueltas en la cabeza a cómo será la carrera, de lo que pasará, de cómo se comportarán los toros…”. Porque igual que ocurre en la plaza, dependiendo del encaste del toro, el comportamiento en la calle será diferente. “Los de Fuente Ymbro tienen cara de buenos, pero los de Escolar ya con la expresión te dicen que quieren acabar contigo; los toros de Domecq son más tranquilos, pero también más certeros en las cogidas; los de ‘Jandilla’, por ejemplo, adquieren mucho conocimiento durante la carrera”. De entre las ganaderías que correrán por Pamplona, a Pablo le hace especial ilusión la de Miura. “Son toros diferentes y nunca corren en la calle, salvo un encierro de novillos en Calasparra”.

A Pablo Vega no le gusta el término ‘divino’. “Hay mucha gente que lleva yendo a Pamplona muchos años, haciendo muy buenas carreras; lo de divino es para quienes buscan un protagonismo innecesario”. Quizás Pablo no lo quiera ser, pero lleva protagonizadas tres carreras en estas dos mañanas que más de un ‘divino’ quisiera firmar: ritmo, seguridad, temple, confianza y aplomo. Y cogiendo toro. Quizás todo lo que deba tener una buena carrera. Dice que la presión va en aumento a medida que pasan los días. “Si para el cuarto encierro no has hecho buenas carreras, los últimos días sales más presionado y ansioso”. Pablo ya puede darse por satisfecho y eso que aún esperan cinco carreras más. No es de compartir vídeos ni fotos en redes sociales. Lo de este berceísta con el encierro es como una deuda personal e intransferible. “Voy, corro y soy feliz. Hay mucha gente que no lo entiende, pero el encierro a mí me hace feliz”.

El reloj de Kukuxumusu es el sitio donde quedan los catorce mozos que componen su cuadrilla de los encierros. Poco a poco van llegando todos, que es lo más importante. “Alguna vez ha tocado avisar a la familia de alguno de que ha sufrido un accidente y es algo muy desagradable”. Comparten impresiones y se dirigen a la calle San Nicolás a almorzar. Antes, una llamada a casa con el “ha ido todo bien”. Su madre ya no ve el encierro. Ya nada es como cuando era niño. Ahora Pablo solo ve una repetición de la carrera.

El resto del día por Pamplona transcurre tranquilo para Pablo. Cualquier reserva de adrenalina se vació a las ocho y dos. Descansar, ir a los toros, disfrutar de la fiesta durante el día y, a eso de la 1, como muy tarde, a dormir. También sacar un ratito para lamerse las heridas que, en forma de traumatismos, deja la carrera.

La conversación termina con un lamento que se torna en añoranza. La de los encierros en Logroño. “Eran unos encierros muy bonitos. Los de Portales y los de Doce Ligero. Es una pena que ya no haya. Se tendría que intentar recuperarlos. Habría empresas dispuestas a recuperar esta tradición y muchos mozos vendrían a Logroño a correr. La entrada a la plaza no es excusa. Hay otras entradas mucho más peligrosas en ciudades donde los toros terminan en la plaza de toros. Es una cuestión de voluntad, pero el encierro en Logroño ha caído en el olvido”.

Pablo Vega, un logroñés (y ‘divino’) en la Estafeta. Lo de ‘divino’ lo digo yo. Pablo peca de humildad.

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