La Rioja

Aliados con la naturaleza e hijos de la luna

La agricultura ecológica nació en la familia Ruiz Jiménez como un ejercicio de gratitud a la tierra que les había dado todo. Fue una forma de escapar de lo aburrido sin perder de vista el objetivo primigenio de elaborar, siempre, vinos de calidad. Casi un cuarto de siglo después, la tierra es el epicentro del día a día de una familia que impregna pasión en todo lo que hace.

Sus vinos, ecológicos y biodinámicos, son el claro ejemplo de que los terruños de Aldeanueva de Ebro son capaces de ofrecer al viticultor los mejores frutos si estos los escuchan y se alían con ellos. La confianza en sus viñas, el cuidado con mimo que les ofrecen a diario y el compromiso con la naturaleza les aportan características que no pasan desapercibidas en su amplia gama de vinos.

Los parajes únicos de sus fincas, un auténtico prodigio de la naturaleza, les susurran las necesidades de cada momento con la luna como máximo artífice de una tradición vinícola ancestral que se basa en el conocimiento legado por los más mayores y que se aúna con las nuevas tecnologías para ofrecer al que lo prueba una garantía de calidad, pero también el compromiso férreo de dejar una tierra fértil para las generaciones venideras. Esperar lo que la tierra nos dé, sin forzarla, dejándola flotar por el ciclo de la vida.

“Aliarse con la naturaleza no es labrar con mulas”, incide Pablo, último eslabón de una familia en la que el bien colectivo siempre ha marchado el techo de sus aspiraciones. Su abuelo, José, fue alcalde del pueblo, presidente de la cooperativa y mano impulsora de los primeros regadíos del municipio. Ahora cuida de su huerta con el mismo mimo que antaño cuidó de sus vides y, de vez en cuando, se pasa por la bodega para agasajar a los presentes con una cesta llena de las más ricas viandas cultivadas por él mismo.

Los últimos años han sido incansables en lo que se refiere a la comercialización. Alemania, Suiza, Bélgica han seguido apostando por sus vinos. California y Australia se han posicionado como mercados en ascenso y, además, han conseguido abrir nuevos mercados en Chile y México, en el complicado mercado latinoamericano, así como en China, Japón o Corea del Sur.

A la exportación va destinado el 95 por ciento de su producción y en las dos últimas campañas han incrementado un 36 por ciento sus ventas. Todo un logro en tiempos difíciles para el sector que son clara muestra del trabajo constante y cada vez más especializado. “Mi padre ya exportaba la mayoría de sus vinos hace dos décadas sin saber dos palabras de ingleés”. Las cosas han cambiado. La tercera generación viene preparada para seguir abriendo fronteras y deseosa de proyectos nuevos, especialmente destinados a la progresión de la marca y al enoturismo.

La marca de la casa es la ecología y la biodinámica, pero “lo importante es que estas dos formas de trabajar hagan que saquemos un vino que esté rico”, comenta el joven al tiempo que explica cómo el sentido común y la luna marcan determinados procesos. “Los aportes a la viña se hacen teniendo en cuenta el ciclo de la sabia y este está íntimamente relacionado con las fases de la luna. Así, la luna creciente es óptima para tratamiento foliares, mientras que en descenso permite que los tratamientos a los suelos sean más eficaces”.

Y es que la luna lo impregna todo en una bodega en la que la vendimia ya se ha instaurado cuando el aire de la noche desordena las hojas de las viñas. “El proceso es prácticamente entero a máquina a excepción de unas vides que tenemos en vaso, pero ya hace años que vimos que la noche era perfecta para la vendimia”. Así, bajo los acordes de la luna, recogen el fruto de una campaña marcada por el día a día en el campo.

Además, sus vinos apuestan por volver a la variedades de uva que un día dejaron de cultivarse y que, aunque no consiguieron desaparecer, sí que han visto mitigada su presencia en la región. Un claro ejemplo es la gama Ingenium. Una trilogía embotellada en tres monovarietales: un tempranillo, sí, pero también un garnacha y una maturana blanca. “Quedan algo más de 35 hectáreas en toda La Rioja y una y media la tenemos nosotros y con ella hacemos este blanco”.

Las dos primeras maduran en huevo de hormigón; la garnacha, además, suma tres meses en barrica de roble nuevo francés, pero la maturana blanca se estabilizó en su última edición de manera natural. “Llegó Filomena y decidimos sacar las barricas a la calle para que la estabilización por frío fuese totalmente natural”, explica Pablo sobre aquellas botellas que después viajaron más de nueve mil kilómetros para llegar a California.

Buscar el valor añadido. Por ahí pasa el futuro crecimiento en la elaboración de sus vinos, pero también en lo personal. Seguir configurando vinos de calidad, seguir avanzando y creciendo con el anhelo puesto en un trabajo cargado de ilusión para seguir escapando de lo aburrido, como siempre ha ocurrido en Ruiz Jiménez.

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