Firmas

Tinta y tinto: ‘Balada triste de lo rural’

FOTO: Fernando Díaz

Como uno no elige donde nace, hay algunos que hemos tenido la mala suerte de descender de lugares sin futuro que llevan décadas languideciendo a base de éxodos y lápidas en el cementerio. Primero se marcharon los que decidieron cruzar el charco hacia Argentina y Chile. Allí desembarcaron dos hermanos de mi abuela -Juan y Luciano-, entre otros cientos de riojanos nacidos al albor de la Sierra de la Demanda. Un viaje en barco con la ida como único billete y con una maleta con la que empezar una nueva vida. Y ya está. Sus manos como herramientas y su hambre como impulso. Nunca más volvieron a su Villavelayo natal ni a ver a su familia. Unas cartas como único contacto durante años hasta que las muertes confirmaron que cuatro hermanos habían quedado separados para siempre al buscar un futuro mejor lejos de España.

Por suerte, la mejora en las comunicaciones hace que eso ahora sea impensable y llegar desde las 7 Villas hasta el rincón más escondido de Sudamérica apenas lleva 24 horas. Cosas de la globalización y el progreso, que tuvo su segundo golpe en esta agreste zona de la sierra cuando sus habitantes decidieron cruzar las montañas en la década de los 60-70. El viaje no era tan largo ni tan traumático, pero también significaba dejar atrás el único modo de vida que conocían. Ciudades como Bilbao, Madrid y Barcelona acogieron a los más aventureros. Logroño, al resto salvo excepciones. En el pueblo se quedaron un puñado de valientes. Ganaderos, en su mayoría, ya que entre los 800 y los 1.000 metros nada puede crecer en el suelo salvo maleza y árboles de los que no merece la pena comercializar.

El paso de los años ha ido menguando la población de la comarca. Entre funeral y funeral, algún despistado ha aparecido para disfrutar de esa “otra vida” que ofrece el mundo rural, esa que todos alaban e idealizan, pero que nadie quiere. Y así, en el año 2022, ya sólo podemos aferrarnos al turismo que llega durante el verano, los fines de semana y las fiestas de guardar. Un pequeño parque de atracciones para amantes de la naturaleza o urbanitas que quieren vivir experiencias en pueblos porque no les llega el presupuesto para irse a la India o a Tailandia.

Balada triste de trompeta para todos esos municipios, aunque sus habitantes se resisten a caer. Los éxodos, el frío y la dura vida en esos pequeños rincones de La Rioja han forjado a sus vecinos de un carácter diferente. Quizás complicado de entender para los ojos de fuera, pero reconocible para el ADN de la sierra. Y es que la civilización prácticamente termina 35 kilómetros antes de llegar a mi pueblo. Cada valle de la región sabe dónde comienza la barbarie e imperan leyes diferentes. No escritas en ningún sitio, de sobra conocidas. En el caso del río Najerilla, Anguiano es el lugar. Una vez que tomas su última curva con destino a la montaña, la vida cambia. El tiempo pasa más lento pese a que las manecillas del reloj sigan girando al mismo ritmo. Cosas conceptuales.

Pese a los parches que pueda poner la administración, lo cierto es que la zona está abocada a su desaparición. Quizás sea más tarde que pronto, pero llegará. Sólo una fiscalidad que convirtiera a esas localidades en parte de Suiza –al estilo de la película dirigida por Kepa Sojo– tendría sentido. Y es que no tiene solución aunque los políticos tengan que lanzar discursos optimistas y destinar fondos a iniciativas de dudoso resultado. Habrá excepciones y pequeñas salvaciones, pero más por empeños personales y situaciones concretas que por cualquier otra dinámica social. Por eso es tan importante el lamento lanzado esta semana por agricultores y ganaderos de toda La Rioja. Que viva el sector primario y que rujan los tractores por las calles de nuestras ciudades.

A veces, se nos olvida que nuestra comunidad es la tierra agrícola por antonomasia y conviene recordarlo. El sur de España será la huerta de Europa, pero La Rioja es la huerta de La Rioja y la bodega de medio mundo. Y además, de más calidad. Por eso tenemos que cuidar a todas esas personas que llenan nuestras mesas de pimientos, lechugas, cebollas, tomates, calabacines, borrajas, alubias, cardos, patatas… sin olvidarnos de las chuletillas, los filetes, los solomillos y los embutidos varios que no son el fuet. En una comunidad donde todos somos prácticamente vecinos y familia (incluimos aquí amigo de familiar o familiar de familiar), no puede ser tan difícil establecer mecanismos que eviten que ocurra en el valle del Ebro lo que hace años ocurrió en la sierra.

Fiarlo todo al viñedo sólo nos llevará a perder otras comarcas como ya en su día ocurrió con las 7 Villas o el Camero Viejo. El sector primario nos ha pedido ayuda, más allá de sus habituales reivindicaciones legislativas que pueden comenzar en una finca de Huércanos y terminar en Bruselas, y La Rioja debe darle una respuesta. No sólo política sino social. Los aplausos del miércoles en las calles fueron un buen comienzo.

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