La Rioja

De oficio, alfarero: Antonio Naharro, las manos que moldean pasado y futuro

Nunca ha perdido la ilusión porque “me parecía que no podía ser mejor en un oficio que en este. Siempre he vivido con ganas de hacer y crear”. Y así nace un artesano. Antonio Naharro Flores viene de una generación de muchos alfareros originarios de tierra de barros, más concretamente de Salvatierra de los Barros. Pacense de nacimiento, llegó a La Rioja hace ya 62 años y acaba de renovar su carné de artesano, el más antiguo, acreditado por el Gobierno de La Rioja.

“Cuando provienes de una familia de alfareros aprendes el oficio sin darte cuenta. Desde pequeño ves a los demás trabajar y, en aquellos tiempos, te obligaban a empezar muy joven”. A los 14 años ya hacía botijos y a los 17 llegó a Navarrete contratado como oficial para trabajar con ‘Los Fajardo’. Un año más tarde “me eché novia” y con el paso del tiempo “vimos que los dos teníamos espíritu de hacer algo en la vida y decidimos ponernos por nuestra cuenta, pero antes me dijo que tenía que hacer la mili. Me presenté voluntario en Logroño y a los 3 meses de licenciarme nos casamos y tuvimos a nuestros hijos”.

El matrimonio trabajó todo lo que pudo hasta ahorrar dinero y ponerse por su cuenta. “Fue una aventura, pero nos salió bien”. Había mucha voluntad y “mi compañera peleaba como yo y compramos una finca, hicimos la alfarería y me dediqué a recuperar el oficio de La Rioja”. Con el paso del tiempo, el matrimonio comenzó a exportar.

Cinco generaciones de alfareros y todos han vivido de esto, aunque, Naharro lamenta “que a este oficio le queda poco. Años atrás estábamos muy bien considerados porque hacíamos piezas de necesidad. En ninguna casa se podía vivir sin un cántaro, orinal, o botijo, y la vajilla era toda de loza de alfarería, porque la porcelana no se la podía permitir todo el mundo”. Además, Antonio vive con el temor de que “nadie está aprendiendo. Hay gente que viene a decorar una jarra, a ponerle su nombre, pero a hacer, montar un negocio y mojarse, no”. Y eso que su hijo ha seguido sus pasos y “se ha puesto por su cuenta y mis nietas trabajan también en el negocio con él”.

Y es que, “los mercados están tan abiertos… y la profesión ha cambiado tanto…”, pero Antonio no se ha quedado atrás y ha ido adaptándose día tras día. “Hago objetos de decoración y manejo 20 colores, algo que hace años era impensable cuando solo se hacían barreños para la matanza y tinajas para guardar las magras. Si no te adaptas, mueres”. El interés le ha llevado además a reunir durante 40 años en su taller de Navarrete una colección de más de quinientas piezas antiguas que pueden visitarse en su local “porque son parte de la historia de España y hace un repaso por todos los objetos que se utilizaban”.

Antonio reconoce que el comercio ha cambiado “demasiado y ahora las cosas se venden por correspondencia y por Internet. Los artesanos no tenemos grandes producciones porque trabajamos con las manos. Yo no tengo más máquina que la que me amasa el barro, así que no me voy a meter en eso del online”. Además de su trabajo habitual, Naharro suele dedicar tres o cuatro meses a llevar a cabo los pedidos “que me hacen desde la feria de París”.

La pandemia, cómo no, también ha hecho mella en la artesanía, pero ha habido un sector que “nos ha salvado la epidemia”. La jardinería ha sido el secreto. “Macetas y muchos recipientes empleados como decoración han sido nuestro refugio. Se han comprado muchas piezas de este tipo, incluso la gente se llevaba recipientes decorativos, les hacían un corte en la panza y ponían sus plantas”.

Pero ahora el final del túnel se ve más cerca y “con esto de la vacuna, -yo ya estoy inmunizado- la cosa ya se está moviendo. Antes se pasaban los días y no venía nadie, sin embargo, esta semana el ritmo ha vuelto y el parking ya se va llenando de coches que vienen a ver el taller y la tienda”. Porque Antonio Naharro se sienta en su silla cada día y pone en funcionamiento el torno, “que antes manejábamos con el pie”, para que todo el que pase por allí pueda disfrutar del buen hacer de este artesano. “Hablamos de un oficio antiguo, quizás el más antiguo, pero totalmente desconocido. Y eso lo hace especial porque la gente cambia la idea cuando te ven trabajar en el torno y le dan otro valor a las piezas”.

Con numerosos premios nacionales en sus estanterías, este pacense de corazón riojano lleva más de 30 años haciendo los jarros del primero mosto para el pisado de la uva y tiene la intención de seguir haciéndolos muchos más años porque, “el 27 de diciembre cumplo 80 años, pero mientras el cuerpo y la mente aguanten…”. La pasión por su trabajo y las ganas de vivir hacen el resto.

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