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Logroño, zona de guerra: rabia e impotencia

Rabia e impotencia. Rabia e impotencia. Rabia e impotencia. No me salen más palabras al llegar a casa después de lo visto en las calles de Logroño este sábado. Andaba terminando por el centro los recados de la tarde antes de recogerme cuando el Whatsapp alertaba de jaleo: “Se está liando en El Espolón”. En dos zancadas, pies en la céntrica plaza ante un desolador paisaje: dos dotaciones de antidisturbios cargando contra un centenar de jóvenes y otras tantas personas en la acera presenciando atónitas los hechos.

Disparos de pelotas de goma, porrazos, gritos de “libertad”, mobiliario urbano destrozado, piedras, adoquines, palos, botellas, el clásico kit de Halloween. En un vistazo rápido a la gente que la estaba liando, entre ellos había varias personas conocidas por su ideología de extrema derecha y muchos adolescentes (16-20 años) que habían decidido ir allí a pasar la tarde en vez de quedarse en casa estudiando, así como curiosos que no saben muy bien qué hacen pero quieren protestar aunque no participen directamente del enfrentamiento contra la policía.

Con este cóctel, los disturbios estaban servidos después de que Vox diera su beneplácito para crear algaradas en todo el país. Toca llevar la protesta a la calle para crear un clima de tensión. Sin embargo, la otra cara de la moneda demuestra que cuando aparecen otros cuatro furgones de la Policía Nacional como ha pasado esta tarde en El Espolón, la gente de la acera y de los balcones aplaude. ¿Por qué? Porque no entiende qué se quiere conseguir quemando un contenedor en mitad de una pandemia cuando las instituciones imponen medidas para frenar su expansión.

Los detenidos e identificados por las protestas de Logroño deberían pasar varias semanas en la UCI del Hospital San Pedro ayudando en el tratamiento de los enfermos de COVID-19. Y cada día, explicarle al resto de la sociedad qué es lo que han visto y sentido. Los discursos políticos extremistas nos llevan a perder la perspectiva y confunden a pequeños grupos de jóvenes que deciden emprenderla con cualquier cosa. Porque su única preocupación era sacar buenos vídeos de la que estaban liando en el centro de Logroño y cuál era la siguiente que podían preparar. ¿Un contenedor? ¿Un furgón? Y así han ‘echado’ un par de horas antes de volver a casa.

¿Contra qué se puede protestar en mitad de una pandemia mundial? ¿Contra medidas que intentan preservar tu salud y la de los tuyos? El Gobierno acertará más o menos en su receta para combatir al virus, pero basta con echar un vistazo alrededor para ver que más o menos todos actúan igual. Más tarde o más temprano, más decididamente o más paulatino, pero con las mismas restricciones en todo el planeta para frenar la movilidad social y la transmisión de un bicho que está matando a miles de personas en toda la ciudad, la región, el país, el continente y el planeta.

Y si no lo entienden, entonces su problema es aún más grave, como el del iluminado que ha decidido emprenderla con el escaparate de Lacoste en una calle peatonal. ¿Qué mal ha hecho la propietaria de esa tienda para que se le robe toda su mercancía? Un sin sentido con la pandemia como excusa para montar una rebelión en las calles que esperemos acabe aquí, casi como anécdota, pese a contar con varios detenidos y varios policías heridos. Porque la reflexión debe ser otra. Lo de esta tarde no ha sido casualidad.

Una manifestación con cuatrocientos hosteleros, reventada en menos de diez minutos por cerca de 150 radicales que habían ido ya con un plan establecido. Lo mismo en Burgos, Barcelona, Madrid, Málaga… no se trata de protestar contra las medidas para frenar la pandemia sino de sembrar el caos. Lo otro es una excusa. Y si no hubiera esta, se inventarían otra con tal de crear disturbios en la calle. Es el momento de la serenidad en la sociedad, el no dejarse llevar por los discursos más radicales, empatizar con el de al lado y entender que sólo juntos podemos salir bien de esta pandemia que nos ha tocado vivir. Cuídate y cuida a los tuyos. No estamos nadie a salvo.

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