La Rioja

La caída de las temperaturas abre la temporada de castañas en Logroño

El otoño es tiempo de castañas. Muchos esperan que lleguen estos meses para ponerse al calor del fuego y saborear estos frutos secos, servidos en el tradicional cucurucho de papel y comprados en los pequeños puestos situados en las calles.

Hasta febrero, el centro de Logroño acogerá estos pequeños establecimientos que, sin demasiado lujo, hacen felices a muchos. “Estaban buenísimas y calentitas” grita un niño; “ay, ¡cuánto os echaba de menos!”, exclama otra joven. Y es que en poco tiempo, se forma una fila en el pequeño puesto que, desde hace ocho años, dos burgalesas afincadas en Logroño montan en la Gran Vía.

“Esta estación es típica para la recogida de castañas, pero necesitamos frío para que caiga el fruto del árbol y, hasta el momento, no ha hecho mucho. Confiamos en que en noviembre bajen las temperaturas y ya caigan todas porque ahora mismo no hay mucha cantidad”. Y es que este fruto seco necesita, sorprendentemente, humedad para crecer y desarrollarse, y temperaturas muy bajas para caer.

La castañera explica a todo el que se acerca que la mayoría de las castañas que asan son de Galicia. “Son las que mejor calidad tiene. También las de Portugal son buenas, pero nosotras trabajamos con las gallegas”.

Puede parecer que asar castañas es algo fácil, pero lleva mucho trabajo detrás. “Yo me tiro más de tres horas picándolas en casa. Con una navaja levanto la parte plana de la castaña para comprobar que está limpia, blanca y sin manchas. Las que no cumplan estos requisitos se tiran, lo que supone una quinta parte de lo recogido. Además, hay que abrirlas para que cuando se asen no exploten”.

Una vez abiertas, se colocan sobre un fogón calentado con carbón. “El fuego tiene que estar siempre regulado y la manera de bajarlo es con la propia ceniza. Sin embargo, si queremos subirlo abrimos el tiro para que entre el aire y renovamos las cenizas. Diez minutos al fuego y listas para comer”. Diez minutos en este caso, donde las castañas son las denominadas ‘33’, una medida que hace referencia a su calibre.

Pero aquí no acaba el proceso. Después de asarlas hay que mantener la temperatura y para ello es necesario resguardarlas del frío. “Las guardamos en una cesta y las tapamos con varias mantas de lana natural. Solo este material aísla realmente. Los textiles artificiales no sirven de nada”.

Otoño, frío y castañas, ¿alguien da más?

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