La Rioja

El orgullo de ser danzador: la adrenalina, disfrutar de la danza y cómo te hace sentir

Los danzadores de Anguiano explican cómo viven su día más importante del año

Ocho personas han sido las grandes protagonistas de este lunes en Anguiano, en el que cientos de vecinos y foráneos se han congregado para revivir una tradición cuyo origen que se remonta -al menos-  cuatro siglos. Madan los cánones que a Santa María Magdalena se le honra danzando y descendiendo en zancos de cincuenta centímetros de longitud e inflando sus faldas la cuesta más empinada del pueblo, bautizada en su honor como la Cuesta de los Danzadores.

Trece veranos son los que lleva Saúl Fernández danzando, una tradición que, como explica, le viene de familia. Concretamente, de sus dos tíos y su primo: “Desde pequeño me ha parecido algo especial; la adrenalina, disfrutar de la danza y cómo te hace sentir. Para mí es una de las cosas más grandes que he hecho en mi vida”, cuenta el joven de madre ‘zarria’.

La tormenta del domingo obligó a suspender la que era la primera danza de las fiestas de este año, pasando por agua todo un año de ensayos e ilusión. “Nos lo tomamos mal”, dice Sául, ya que “llevamos todo un año esperando para danzar, que es lo más importante de las fiestas, y el primer día, que tengas que suspenderlo por culpa de la lluvia… Hacía muy buen tiempo y justo a las ocho menos un minuto comenzó a llover; da mucha rabia”.

Pero como suele decirse, tras la tormenta llega la calma y de qué manera: la mañana del día grande de las fiestas, el de la Magdalena, los vecinos de Anguiano se preparaban para ver las danzas a las puertas de la Iglesia de San Andrés bajo unas temperaturas de 34 grados. “Hoy nos he visto bien, con muchas ganas”, dice, tras danzar y bajar los siete escalones de la iglesia. “Aún queda todo el día por delante”, comenta, con la mente puesta en la Cuesta de los Danzadores.

Las fiestas de la Magdalena se celebran hasta el jueves, organizando un sinfín de actividades que unen a todo el pueblo de Anguiano. “Aparte de la danza, estaré en alguna degustación, en las calderetas…hay que participar en todo”, recomienda Saúl, que vive en Logroño “pero vengo bastante y para mí es imprescindible estar en las fiestas”.

Una tradición familiar que se extiende

Saúl lleva la sangre lo de ser danzador; una tradición que con el tiempo va extendiéndose, a raíz, también, de su popularidad turística. “Aquí normalmente es una tradición familiar, aunque ahora se ha ampliado un poco el concepto porque no hay tanta gente en el pueblo y se ha abierto una escuela para que la gente que no ha tenido familia danzadora tenga posibilidad de aprender y danzar”, explica.

No es solo mantener el equilibro a cincuenta centímetros del suelo. También hay que coordinarse en una danza y aplicar algo de valentía y práctica para bajar girando la empinada cuesta. “Cuando eres más joven sí que ensayas durante todo el verano, los sábados y entre semana para ir cogiendo práctica con los zancos, pero una vez que empieza esto ensayas de año en año”, explica Saúl.

El joven se aleja hacia la iglesia de San Andrés, mientras un niño vestido con el mismo traje regional mira asombrado cómo anda sobre sus zancos. Acto seguido, desciende por las escaleras imitando el giro de falda del mayor. “¡Mira mamá, voy a ser danzador como Saúl!”, grita con una sonrisa de oreja a oreja.

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