Como marca la costumbre desde hace 35 años, el reloj de San Bernabé repica sus campanas a medianoche durante los festejos patronales de Logroño desde los balcones del Ateneo Riojano.
«Es el acto –junto con el pez, el banderazo y cuatro cosas más– que más tradición tiene en las fiestas de San Bernabé», asegura su ‘relojero mayor’, Perfecto Uriel, que no entiende cómo en el día del patrón la Concejalía de Festejos no la incluye dentro del programa oficial de las fiestas.
Por eso, el año pasado, Uriel (Torrecillas en Cameros, 1954) y el resto de ‘relojeros’ realizaron por cuenta propia la función para el santo. Este año, sin embargo, el reloj de carrillón ha sonado solo los tres días previos al 11 de junio. «Esto es una batalla que yo creo que está absolutamente perdida», sentencia. «Nosotros siempre decimos: llueve, truene, haga frío, haga calor o al día siguiente se tenga que levantar alguien a las seis de la mañana, si se hace, va a tener público».
– ¿Por qué cree que se excluye del programa del día de San Bernabé?
– Nadie lo entiende. La respuesta que dan siempre es que al día siguiente es laborable y, a lo mejor, la gente no va a ir. El que no haya un reloj de San Bernabé el día del santo es como si a una patrona la sacaran al día siguiente de su onomástica.
– ¿Es una cuestión de presupuesto?
– El presupuesto del reloj del Ayuntamiento lleva siendo el mismo desde hace diez años o más. No es un tema presupuestario. Me atrevo a decir que es que no les apetece hacerlo un día más. Ningún gasto más supone hacerlo.
– ¿Cuál es la relación del Reloj con estas fechas?
– Esto es una historia que nunca tendrá una explicación ni comprensible ni fácil. Nace absolutamente por generación espontánea. Las fiestas de San Bernabé estaban jalonadas de espectáculos que duraban desde las nueve de la mañana hasta las doce de la noche. El Reloj fue un plan que se implantó para darle otro contenido a las fiestas.
– ¿Qué simbolizaban en sus inicios las figuras y reloj?
– Era un reloj de carrillón en el que había un rey y una reina, los poderes fácticos, un arlequín y una colombina, como los dos personajes casi centrales del mundo teatral, y la presencia constante y permanente en el centro de la muerte invariable para todo el mundo.
– ¿Cómo ha evolucionado desde entonces?
– Llegó un momento en el que la Farinera (antigua encargada de su organización, entre 1984 y 1994) lo donó a la ciudad de Logroño y nos nombró a una serie de personas, entre ellas a mí, como ‘relojeros mayores’. Se buscaron figuras emblemáticas de la ciudad: evidentemente, la muerte tenía que estar ahí presente; el rey lo hacía la figura del alcalde de la ciudad; una imagen alegórica de Logroño; un elemento de la riojana, dedicado al folklore; y un elemento imprescindible que era nuestro santo Bernabé. Se le añadió un grandísimo reloj que preside el balcón y que se ilumina para que tenga un poco de credibilidad.
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