La Rioja

La genuina relación del pregonero de las fiestas de Haro con la tauromaquia

En ocasiones las relaciones que se antojan imposibles acaban siendo de lo más puras. Es lo que ocurre entre Fernando Riaño, pregonero de las fiestas de la Virgen de la Vega de Haro, y la tauromaquia. Todos los condicionantes parecían dirigidos a que uno y otra se esquivasen, pero el flechazo caló tan hondo en Riaño que se planteó incluso tomar la alternativa en su juventud.

Poco le importó que sus ojos le negasen toda la información de su alrededor. De pequeño, cuando mejor veía, apenas distinguía la pizarra. Con los años su ceguera fue a más y en la actualidad es vicepresidente de la Unión Mundial de Ciegos y directivo de Ilunion, en la Fundación ONCE.

Con todo, a sus 22 años se plantó en la Escuela Taurina de Madrid con el convencimiento de triunfar en el mundo del toreo. No fueron sus problemas de visión los que marchitaron su sueño, sino el baño de realidad que le dio el director de la institución: “Me dijo que a esa edad ya había algunos que eran figuras del toreo”.

Fue entonces cuando Fernando Riaño, nacido en Burgos casi por accidente (“soy de Haro, he vivido en Haro, he estudiado en Haro, mi familia vive en Haro. Por circunstancias de la vida nací en Burgos, pero desde siempre he sido jarrero y así lo manifiesto allá por donde voy”, defiende), se entregó a la fiesta de los toros como un mero aficionado. De los buenos, eso sí.

Iniciado en el tendido 5

De la Escuela Taurina se marchó directo a Las Ventas y se sacó un abono en la última fila del tendido 5, ya que asegura entre risas que “veo lo mismo arriba que abajo”. Fue allí, rodeado de aficionados de los de toda la vida, donde Riaño comenzó a vivir el toreo de un modo especial. El resto de sentidos suplió a la perfección lo que el de la vista le privaba: “Cuando cruje la plaza, se siente hasta lo más hondo, veas o no veas”.

Son algunas de las reflexiones que el vicepresidente de la Unión Mundial de Ciegos comparte con el diario EL PAÍS en un reportaje sobre cómo viven los invidentes el toreo. También relata cómo su amigo Diego Urdiales le brindó un astado en la pasada feria de San Isidro y confiesa que esos aficionados del tendido 5 pulieron una afición que nació cuando tomó contacto con la fiesta de toros en una plaza portátil. “Quedé impactado, a pesar de que no veía muy bien lo que ocurría”, recuerda.

Sobre el futuro de los toros, Fernando Riaño se confiesa “optimista” y señala que “ya he regalado un capote a uno de mis hijos; aparte de la broma, espero que no se pierda por la ineficiencia del mundo del toro, porque la tauromaquia es una escuela de vida”.

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