La observación astronómica era un pasatiempo frecuente en Logroño y contaba con tantos adeptos que incluso se construyó una armoniosa cúpula que albergaba al telescopio Herventia II y con el que se recogieron impensables instantáneas de las más lejanas constelaciones y nebulosas.
Su desuso, tras reencaminarse las aficiones locales hacia la más banal observación gastronómica, llevó al equipo urbanístico municipal a emprender una salomónica reforma del conjunto arquitectónico dividiéndolo por su ecuador y conformando así la Concha del Espolón que hoy todos conocemos.