La Rioja

Urdiales no es Morante del Cidacos

Una vez finalizado San Isidro, cuando llega el momento de echar la vista atrás y de repasar qué ha sido la Feria, ahí tenemos a Diego Urdiales como objeto de estudio. Lo primero que hay que decir es que para algunos que llevamos bastantes años esperando con atención cada comparecencia del de Arnedo en Las Ventas, nos sorprendió la audacia del riojano de anunciarse por tres tardes en Madrid. Cuando los pitiminís del escalafón, los Morante, Juli o Manzanares despachan su particular Feria de San Isidro con una corrida, más bien de compromiso, porque se ve que lo que de verdad desearían es no tener que verse obligados a pasar por Madrid, cuando Enrique Ponce ni siquiera comparece, llama la atención la decisión de Urdiales de no rehuir a Las Ventas. Lo segundo que se debe decir es que Urdiales es un torero de gran encaje, de mucha torería, de modos clásicos… pero de poca regularidad. En quince años de alternativa y con una presencia bastante asidua en Las Ventas no puede decirse que haya firmado aún su gran faena, ni que haya tenido un incontestable triunfo. Eso hacía más aventurada su apuesta, que venía avalada por la rotundidad de su faena del pasado 6 de octubre: dos series monumentales de naturales y una gran estocada a un toro de Adolfo Martín.

Al final, tras seis toros en san Isidro 2015, nos deja poca cosa. La tarde de los Cuvillo trajeron a Curro a verle desde Sevilla y lo que vio el de Camas fueron dos naturales y una trincherilla; con la de Victoriano del Río, en su primero, casi todo lo que intentó le salió mal, incluidos los naturales de frente marca de la casa; en su segundo, en vez de tirar de repertorio lidiador, dejó que el toro le comiese completamente la partida, toreando más el toro al torero que el torero al toro. En la de Adolfo nos legó un natural sublime a su primero y una elegante trincherilla. Magra cosecha.

Urdiales tiene ambiente a su favor en Madrid, es un torero bastante conocido y todo el mundo sabe de sus virtudes y de sus carencias. Debería tratar de ser él mismo y no perseverar en la locura que le han metido. Parece que alguien que le quiere mal le ha convencido de que más que un buen torero, es sobre todo un gran artista, como quien dice el Morante del Cidacos.

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