Tinta y tinto

Tinta y tinto: ‘Época de conciertos’

“¿A dónde vas a ir este verano de festival?”. Los hay para todos los gustos y colores. La fiebre musical alcanza todos los géneros, fechas y localidades. Hace unos días hemos sabido que en Santo Domingo actuarán los Scorpions y Europe, pero es que también andan en el calendario otras citas en Ezcaray, Calahorra, Logroño, Viniegra de Abajo… un carrusel de conciertos para dejarse la garganta y las caderas, aunque en La Rioja todavía no tengamos anunciada ninguna orgía como la del Viña Rock. Los promotores se afanan en ultimar carteles y detalles para hacer de sus festivales algo inolvidable.

Algo así se ha propuesto el presidente del Gobierno de La Rioja, Gonzalo Capellán, quien se ha empeñado en tener los mejores conciertos del país. No hablamos de música, pese a que experiencia no le falta de cuando ‘montaba’ el festival Actual como consejero de Educación (2011-2014), sino de sanidad y educación. La última ‘mejora’, un cheque de 80 euros mensuales para aquellos que estudien el Bachillerato en centros concertados (600.000 euros costará la medida). Y no acabará ahí el asunto, ya que la intención del Ejecutivo es establecer la educación “totalmente gratuita” hasta los 18 años, como si en los centros públicos te cobraran al acabar la ESO.

A los 80 euros mensuales para los estudiantes de Bachillerato en centros concertados se ha unido estos días otra medida educativa (la zona única de escolarización ya fue implantada hace meses) de las que hacen levantar las cejas a aquellos que consideramos que creer en Dios está muy bien, pero que la fe pertenece al ámbito personal y que esta debe quedar fuera de las aulas en un estado aconfesional como el nuestro: “Normalizar y tratar la religión como una asignatura más, que nunca debió ser tratada de forma diferente”.

No será que no lo hubiera avisado el líder del PP, ya que basta con darse una vuelta por su programa electoral para recordar sus intenciones. “A la continuada falta de diálogo se ha sumado el desprecio y el acoso a la enseñanza concertada, como si esta no fuera parte de la oferta pública educativa que se pone a disposición de las familias”. “Reestableceremos las ayudas al bachillerato en centros concertados para que las familias con menos poder adquisitivo puedan elegir con libertad continuar la etapa de Bachillerato en los centros que libremente consideren”. “Restauraremos la zona única de escolarización en el ámbito de Logroño-Lardero-Villamediana, para permitir la movilidad entre zonas dependiendo de las necesidades reales de las familias, sin que queden coartadas por el lugar de residencia”.

Y así, con la bandera de la libertad de las familias para elegir dónde y cómo quieren que estudien sus muchachos, se premia a la clase media aspiracional (recordemos que es donde se ganan las elecciones) en vez de fortalecer el sistema público para que quepamos todos. Porque aquí nadie es clasista hasta que le toca llevar a sus hijos al colegio. Entonces comienza un estudio tan pormenorizado que ya quisiera ChatGPT poder hacerlo. Incluso desde antes de que estos nazcan, sabiendo a través de qué guarderías será luego el acceso ‘automático’ a determinados centros en los que el nivel socioeconómico de los compañeros no vaya a lastrar el porvenir familiar.

Ahora que la crisis demográfica vacía nuestras aulas, quizás sería buen momento para replantearse el sistema educativo de dos velocidades que tenemos, donde parece que la escuela pública queda relegada para aquellos que no tienen recursos y la escuela concertada es una burbuja que facilita la vida a sus integrantes desde la más tierna infancia. Ahora, según la tesis que sostiene Capellán, el sistema público es todo. En lo educativo (metemos a la escuela concertada) y en lo sanitario (Viamed ya es casi un hospital público más), como si en esa segunda pata del sistema no se buscara el beneficio empresarial además del servicio a la sociedad.

Porque el cheque-bachillerato no deja de ser una de tantas ‘paguitas’ de las que tanto se critican desde la derecha, sólo que esta va destinada al que sí llega a fin de mes y no puede costearse la vida a la que aspira. Mientras le damos una vuelta al asunto (¿destinar esos fondos a más personal -profesores, médicos, auxiliares-? ¿más medios? ¿formación a docentes y sanitarios?), nos entretendremos hablando de Dios “como una asignatura más” y cruzando la ciudad en coche a toda velocidad para que nuestros hijos no lleguen tarde a esa clase que hemos escogido libremente como si el colegio más cercano a casa no fuera digno de nosotros. Al fin y al cabo, ninguno somos clasistas.

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