Tinta y tinto

Tinta y tinto: ‘El arte de saber cuándo marcharse’

Foto: Fernando Díaz (Riojapress)

Algo tendrá el agua cuando la bendicen y algo tendrá la primera línea de la política cuando pocos son los que quieren alejarse de ella después de tocar pelo. Pero, ¿qué ocurre cuando esta línea no solo se toca, sino que se sobrepasa una y otra vez sin un momento de reflexión sobre cuándo es el momento adecuado para retirarse? Igual que nos gusta la puntualidad a la hora de llegar a los sitios, lo mismo debería aplicarse para la hora de marcharse. Lo mismo dan los asuntos públicos que una fiesta, que luego la cosa siempre termina con excesos. Y es que esto también redunda en llegar a un nuevo sitio en el momento correcto sin retrasos ni esperas innecesarias. Incluso a la cama a descansar.

No paramos de escuchar a nuestros dirigentes eso de la “vocación” de servicio público, pero nos da en la nariz que algunos tienen más “vocación” por la nómina a final de mes que por la mejora de la sociedad. Y, a partir de ahí, la vorágine de agendas políticas, ambiciones personales, presiones partidistas, traiciones, lealtades… todo lo que haga falta para mantenerse un día más en la rueda que nunca para de girar. Un día más, un día menos. “¿Cuántos años lleva Pepito -ponga usted aquí ese primer nombre que le haya venido a la cabeza- ‘viviendo’ de la política?”.

Es comprensible que el poder pueda ser seductor y que la posibilidad de influir en decisiones importantes pueda resultar embriagadora. Sin embargo, es imperativo recordar que el poder político no debería ser un fin en sí mismo sino un medio para mejorar la vida de los ciudadanos. Al menos, como lo entiende este humilde plumilla. Por eso, decíamos, una retirada a tiempo debería ser considerada una victoria. Esta implica reconocer que el servicio a la sociedad va más allá de la permanencia en un cargo y entender que el verdadero legado de un político se mide por el impacto que logra durante su mandato, así como en la capacidad de abrir espacio para nuevas voces y perspectivas.

Los políticos que saben dimitir e irse de sus cargos en el momento adecuado demuestran humildad y respeto, reconociendo que su tiempo ha pasado y que puede haber otras personas con ideas frescas y energías renovadas esperando su oportunidad. Por eso es de agradecer el reciente gesto de Pablo Hermoso de Mendoza y Esmeralda Campos, entendiendo que su paso por el Ayuntamiento de Logroño había terminado. Más allá de que las disputas internas en el PSOE hayan acelerado el suceder de los acontecimientos, ambos han decidido echarse a un lado cuando han entendido que no podían seguir desarrollando ni sus proyectos ni sus ideas.

Los logroñeses lo dejaron medianamente claro en las urnas el pasado 28 de mayo, pese que el logroñés fuera el alcalde socialista que menor porcentaje de votos perdió en las grandes localidades riojanas. En Calahorra, por ejemplo, Elisa Garrido continúa como líder de la oposición pese al batacazo electoral y a ser premiada con un escaño en el Congreso de los Diputados. A falta de un cargo, dos, sin redundar en el caso de la expresidenta Concha Andreu (Parlamento y Senado). Al alcalde de Arnedo, Javier García, le damos algo más de margen temporal como portavoz parlamentario por aquello de haber logrado salvar el ayuntamiento riojabajeño para el PSOE, pese a que prometiera que estaría sólo ocho años en el cargo (va camino de los doce).

Resumía el compañero Jorge Alacid la profesión del periodista como “ir, ver y contarlo”, y esta simple máxima debería aplicarse a casi todos los puestos de trabajo. Así, podríamos resumir el oficio político como el de “llegar -a un cargo-, ver -entender la sociedad- e intentar desarrollar un proyecto”. Conseguirlo ya sería otro tema. A partir de ahí, una escala de grises en la que caben todos los matices y excusas posibles para perpetuarse en el cargo aquellos que no quieren volver a la dura vida ‘privada’, donde los códigos son totalmente diferentes que en la res publica.

Lo intentaron Hermoso de Mendoza y Campos con las “calles abiertas”, entre otros asuntos, los ciudadanos no les compraron la idea por la premura y falta de consenso en su ejecución, así que unos meses después de perder en las urnas se van sin hacer excesivo ruido, dejando a sus compañeros inmersos en una guerra que ellos no quieren librar porque esos asuntos no van con ellos. Podrían quedarse en el Ayuntamiento de Logroño a razón de 10.000 euros al año (aproximadamente) sin hacer ni el huevo, haciendo como que hacen y presentándose en los plenos una vez al mes, pero la honestidad parece que está por encima.

En el anterior Gobierno de La Rioja, cuando los despidos estaban a la orden del día, siempre se repetía un mismo patrón. Una vez comunicado el cese, se solía ofrecer al ‘dirigente damnificado’ un nuevo sitio en el que no molestar. Algunos lo aceptaban y seguían en la rueda, pasando a estar cautivos de los designios del dedo del Palacete. Otros decidían plantarse y rehacer su vida lejos de los focos ante la atónita mirada de quien ponía puestos encima de la mesa como si repartiera cartas en una partida de mus.

En resumen, una retirada a tiempo en la política es, además de una victoria, más que una simple rendición: un acto de humildad y responsabilidad, así como un reconocimiento a la temporalidad del poder y un gesto de respeto hacia la democracia. En un mundo político donde la permanencia en el cargo parece ser la norma, aquellos que tienen el coraje de dar un paso al costado merecen ser reconocidos y celebrados como verdaderos servidores públicos. Llegar, ver e intentarlo. Y si sale y los ciudadanos lo comparten, continuar desarrollando un proyecto que haga de este un lugar mejor. Tan fácil y utópico como complicado cuando se mezclan ambiciones personales y miedo por volver a un mundo que ya te es ajeno.

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