Educación

El acoso escolar, “un tsunami que te cambia la vida”

El testimonio de una familia sobre el acoso escolar sufrido por su hijo durante años intentando sobrevivir a su agresor

Cuando el infierno está allá donde uno debería sentirse seguro es difícil no sentirse abandonado. Si además eres sólo un niño cuya obligación no debería ser otra que estudiar y ser feliz, la situación llega a unos límites insostenibles que hacen que el tormento se alargue día tras día, curso tras curso. Una niñez perdida, un ‘nunca más’ que siempre deja de cumplirse, un escalafón superior de ira que sumerge no solo a la víctima sino también al acosador, a los niños que lo normalizan a su alrededor y a todos sus entornos en una espiral de violencia de la que nunca es fácil escapar.

Las familias lo siguen contando a escondidas, como si la culpa fuese suya, cuando es todo lo de alrededor lo que ha fallado. Hace años que al hijo de Marta (nombre ficticio) le dieron una paliza que cambió el curso de su vida. Un bautismo de sangre y moratones en un chaval hasta entonces feliz, dicharachero y pendiente siempre de los demás. A pesar de que ese fue el punto de no retorno, la historia del pequeño comienza mucho antes, casi el mismo día que pisó por primera vez el colegio.

“Fue en 2º de Infantil cuando nos dimos cuenta de que algo que no era normal estaba pasando”. Un niño con un entorno complicado estaba siempre metiéndose con el resto de compañeros. “Nosotros solicitamos ayuda, no la queríamos para nuestro hijo sino para ese niño, ahí había un problema, no era normal que un niño tan pequeño tuviese tanta rabia”. Entonces llegaron las primeras amenazas en un inicio temprano. Con la llegada de Primaria empezaron los primeros golpes serios.  “Un día le dio una patada tan fuerte que lo tuvimos que llevar a urgencias, el colegio pidió que no denunciásemos, que eran cosas de niños”. Una frase que se repite a lo largo y ancho de una historia llena de ojos que miran hacia otro lado.

Siempre confiaron en el centro, pensaron que iba a poner cartas en el asunto, pero nada más lejos de la realidad. “A nosotros es verdad que también nos daba pena el otro niño, bastante tenía con su entorno; a mi hijo, también: nunca habló mal de él”.  A pesar de todo el hijo de Marta seguía creciendo feliz. Con el paso de los años tienen la absoluta certeza de que si se hubiese intervenido entonces nada hubiese sido lo mismo para ninguno. “Él le quitaba importancia, además adoraba a sus profesores y al resto de sus compañeros, nuestro error fue no salir corriendo de allí”.

FOTO: EFE/ Luis Tejido.

Tras el episodio del hospital el acoso se frenó, pero “no se estaba trabajando el problema real, veíamos la cara de ira con la que miraba a mi hijo, solamente se estaba conteniendo”. Se escondió la basura debajo de la alfombra y llegó un nuevo curso. Cada vez que los profesores se relajaban volvían los insultos, los empujones, las amenazas de muerte, “un día hasta con una navaja dentro del colegio”.

Hubo un oasis en esta historia. Marta lo recuerda casi con una sonrisa en la cara. Fue el año que una nueva profesora llegó al colegio. “Nos llamó la segunda semana, nadie le había contado nada en el centro pero había visto con claridad lo que estaba pasando”. El hijo de Marta incluso daba rodeos para ir a la papelera por no pasar cerca de su agresor. “Es que incluso habiendo varias líneas en el centro lo ponían en la misma clase”. Ese curso fue el mejor que habían vivido hasta entonces.

Todo estaba a punto de olvidarse, a pesar del dolor, cuando al año siguiente todo volvió a las andadas. Incluso con más intensidad que antes, y con otros niños que se sumaron al acoso. Un día le pararon por la calle y le dieron una paliza que lo mandó directo a una sala de urgencias.

Sin marcha atrás, el centro hospitalario denunció. Los padres también tuvieron que hacerlo. Y el hijo de Marta pasó más de mes y medio convaleciente. El oscuro coloso del acoso escolar había llamado a su puerta otra vez con más fuerza que nunca. “El niño seguía sin querer cambiar de colegio aunque tenía esa sensación de que todo el mundo le había fallado”. Siempre preguntaba: “¿Por qué me tengo que ir yo?”.

Empezó a somatizar todo lo que llevaba dentro. Dolores de cabeza inmensos que le llevaron a los médicos a pensar que podría tener un tumor. Vómitos, mareos, horas en silencio. “Los domingos eran horrorosos con la presión de que los días que decidíamos que no fuese a clase eran considerados como absentismo escolar”.

No se había recuperado aún de la paliza cuando “un día le dejaron ir solo al patio y antes de llegar estaban esperándolo, le acorralaron intentando meterlo en el baño y…”. Marta es incapaz de terminar la frase: “Menos mal que unos compañeros lo echaron en falta y fueron a buscarlo, si no no sé qué hubiese pasado”.

En ese momento se tomo la decisión: pedir el cambio de colegio. Era la única forma de proteger a su hijo. “Por fortuna hemos tenido mucha suerte con el pediatra que nos tocó, que siempre ha visto lo que estaba pasando y ha sido un apoyo importantísimo para nosotros”.

El nuevo destino le vino bien al pequeño, pero pronto empezó a haber relación entre los niños de un colegio y los del otro. “Le mandaban mensajes a través de sus nuevos compañeros”. Una situación que entre adultos nunca se hubiese consentido, se estaba consintiendo entre menores. “El nuevo colegio actuó muy bien”. Desde que se enteraron cortaron el problema de raíz. Ahí terminó su relación con sus acosadores ,pero no la cicatrices del alma. “Me robaron la niñez, me fallaron los que tenían que protegerme”, lamenta. Ya no duda en saber qué le pasó.

A Marta le duele cada una de las palabras que salen por su boca, pero no quiere callarse. “Si mi testimonio puede ayudar, ahí está”. Y aconseja a padres, a colegios, a administraciones: “No penséis que son sólo cosas de niños, escuchadlos, no miréis hacia otro lado, es un tsunami que te da la vuelta a la vida y que nos puede pasar a cualquiera. Después nunca ya nada es lo mismo para nadie de los que han vivido de cerca un caso”. Hayan sido protagonistas, como su hijo, o solo meros espectadores. Nadie queda sin rastro del acoso escolar.

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