La Rioja

“Es muy duro, pero muy gratificante”

El pequeño era alumno del colegio donde ella trabajaba. Se veía hace mucho tiempo que algo no iba bien. La mayoría de los días llegaba sin lavar, con heridas por todas partes, y la rabia le acompañaba allí adonde iba. Rocío se dio cuenta enseguida, también los trabajadores de Servicios Sociales que estaban detrás del caso.

Allí comenzó su historia con el pequeño que, con el paso de los años, se ha convertido en uno de los hombres de su vida. “En el cole sólo quería conmigo, no jugaba con el resto de los niños, era o a mi lado o con nadie…”. Un día el pequeño empezó a contar… Detrás había una historia durísima que nunca ningún niño tendría que vivir.

Había que retirarlo de forma inmediata de su entorno familiar, además su familia extensa tampoco se podía hacer cargo de él. “Fueron ellos los que me propusieron como acogedora”. Una llamada de Servicios Sociales lo cambio todo para Rocío. Desde ese mes de marzo de 2020 nada ha vuelto a ser igual. Es complicado, pero, sin duda, “mucho mejor”.

Entonces Rocío tenia pareja pero no estaba casada. “A los dos nos pareció bien la idea, nos daba una pena enorme saber lo que estaba viviendo ese niño y para mi era horroroso pensar que iba a terminar institucionalizado”. Así que se lanzó. “Nos llamaron justo unos días después del confinamiento, nos dieron un resguardo de que podíamos salir a la calle por si nos paraba la policía y con nuestra mascarilla nos fuimos a buscarlo”.

Una pandemia, un confinamiento total y un niño en casa. La vida de Rocío dio un giro de 180 grados. “Recuerdo que lo llamaba ‘el niño de la selva’ porque es lo que parecía.  Todo el proceso tuvimos que hacerlo online. El primer día, cuando le dije que había que meterse en la bañera, tenía 8 años y no se había metido nunca. Ninguna norma, ningún limite, y mucho demasiado dolor y rabia”.

El primer año vivió su particular luna de miel. “Todos los padres cuentan lo mismo, los primeros meses todo parece más sencillo, luego se va complicando porque son niños que traen unas mochilas enormes”. Se sienten abandonados pero a la vez tienen un sentimiento de lealtad hacia sus progenitores que no les dejan abrirse a los que ahora cuidan de ellos. Por otro lado están las visitas con sus familiares que se intentan normalizar. “Al principio trabajamos mucho por poder normalizar su situación y que pudiese volver con su madre pero luego ha resultado muy complicado”. Es lo habitual en niños en situaciones familiares tan complicadas.

Aún hay días malos. “Es duro, pero es muy gratificante”. Sobre todo ver cómo el niño va poco a poco mejorando. “Cuando llegó con 8 años pesaba 18 kilos”, recuerda Rocío, que se agarra a los informes psicológicos para saber que todo el esfuerzo está mereciendo la pena. “Alberto -(el psicólogo que lleva muchos de los casos de estos niños)- es nuestro ángel de la guarda, a él le preguntamos todas las dudas, nos desahogamos, está siempre disponible para nosotros, es una bendición tenerlo a nuestro lado”.

Con otros ritmos que el resto de los niños de su edad, el pequeño, poco a poco, va saliendo adelante y Rocío cada día se siente más satisfecha. “Cuando a los dos años nos dijeron que tenía que ser algo ya definitivo no me lo pensé, era incapaz pensar en que el pobre volviese a sufrir otro rechazo”.

La paciencia forma parte innata de familias como la de Rocío. “Es verdad que los pobres no han conocido límites, ni normas, un simple ‘no’ lo toman como que has dejado de quererlos pero es que han vivido situaciones que hasta para un adulto serían complicadas. Mucho miedos: al abandono, a la soledad… que sólo se curan con atención, cariño y mucha dedicación. La que Rocío sigue ofreciendo desinteresadamente el pequeño.

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