La Rioja

De la Gran Muralla a Portales: “Nuestros rasgos nos van a perseguir siempre”

Yidong Ji llegó a España con sus padres cuando tenía 13 años y ahora combina comida tradicional china y riojana en su bar de Portales

A pesar de su gran presencia en La Rioja, la inmigración china suele considerarse la más desconocida y la menos integrada. Frases como “viven en una comunidad cerrada”, “no quieren aprender” o “sus negocios son una tapadera” son habituales en el día a día.

Yidong Ji llegó a España con sus padres cuando tenía 13 años. Su primer destino fue Barcelona, donde comenzó en el colegio, pero al cabo de un año lo tuvo que dejar para ayudar a sus padres en el trabajo, un taller de confección. La adaptación no fue fácil. “No entendíamos el idioma, así que me apunté a una academia para aprender castellano. Aunque, en realidad, donde más aprendí fue en la calle, hablando con la gente y haciendo traducciones a mis padres”.

No hacía muchos años que la comunidad china había empezado a llegar a España. Los primeros que aterrizaron salieron de una China muy pobre y venían a buscarse la vida con apenas una formación académica y poco nivel cultural. Comenzaron a montar negocios y vivían por y para ellos. El punto de inflexión fue en el 2000, cuando China empezó a despuntar como la gran fábrica del mundo e inició su expansión.

La familia de Yidong era muy trabajadora y del taller pasaron a montar su propio bar, restaurante y bazar. Precisamente, una tienda fue el último negocio que tuvieron en Barcelona. Allí conoció por medio de un amigo a Xiaojie Pan, su mujer y madre de tres hijos de 12, 9 y 5 años. Los años pasaban y los negocios que habían funcionado empezaban a fallar. Y con la pandemia todo fue a peor, “la competencia crecía y el negocio bajaba”.

Tocaba volver a dar un giro a su vida y Logroño se cruzó en su camino. “Llegamos en 2021, conocimos la comunidad y la ciudad nos encantó. Para vivir era perfecta con todos sus parques y zonas verdes”. A los peques les costó adaptarse a su nuevo hogar, sobre todo a la mayor, y es que en Barcelona habían aprendido el catalán perfectamente y se defendían mejor que en castellano. “Costó, pero siempre se han criado de cara al público y con gente. Son niños muy sociables y eso les ha ayudado. Ahora tienen muchos amigos”.

Justo a finales de ese año se presentó la oportunidad de coger un bar que se traspasaba: el Oslo, en Portales. “Tuvimos la gran suerte de que los vecinos nos acogieron muy bien y nos ayudaron muchísimo a adaptarnos y a que la gente lo hiciera con nosotros”. Y es que la familia Ji no sabía la fama que precedía al antiguo negocio y, claro, “la gente abría la puerta, veía chinos y retrocedía”.

No ha sido nada fácil aclimatarse, es más, “el primer año fue horrible”, pero lo han hecho intentando combinar ambas culturas. “En la barra siguen estando los pinchos riojanos que se hacían en el antiguo bar, pero también hemos introducido comida típica de China para que la gente vaya conociendo nuestros platos”.

La sinofobia sigue presente

La diferencia entre vivir en Barcelona y Logroño se ha notado. En la ciudad condal la inmigración es mucho más habitual “y aquí la gente todavía te sigue mirando. Intentamos demostrar que no importa quién te sirva mientras lo haga bien y al gusto del consumidor”. Yidong confiesa que varias veces se han preguntado si se habían equivocado al venir a Logroño. “Había cosas que me dolían mucho, sobre todo cuando veías que entraba un grupo al bar y nada más empujar la puerta y ver que éramos asiáticos se daban la vuelta. Solo pedimos que nos den la oportunidad de servirles y, si nos les gusta, están por supuesto en su derecho de no volver”.

Suena triste hablar de sinofobia o sentimiento antichino en pleno siglo XXI, pero, quizás, la falta de integración por parte de esa comunidad tenga algo que ver, y así lo entiende también, aunque le entristezca, Yidong. “Está claro que el idioma es una barrera y si en uno o dos años no lo has aprendido, te cierras en tu comunidad y ya es imposible salir”.

Pero el propietario del Tilo va más allá. “Está claro que nosotros tenemos una religión, unas costumbres y un pensamiento diferente, pero eso no quiere decir que no podamos adaptarnos a la rutina del día a día. Es cuestión de querer, pero en ambas direcciones”. Reconoce que son mucho más tradicionales y conservadores. “Nos han dado una educación muy reservada y seria, y eso se nota a la hora de relacionarse y actuar. Aunque yo tengo muchos amigos españoles, ¿eh?”. Ahora soy más atrevido”, cuenta entre risas orgulloso.

Y aquí llega el papel fundamental de estos hijos de chinos que han nacido en España y pueden convertirse en un perfecto nexo de unión entre ambas sociedades. En el colegio, interactúan con otros niños y esas relaciones se mantienen durante los años posteriores. Pero también surgen problemas con la familia por esta ambigüedad identitaria. “Nosotros en ese aspecto tenemos suerte. Siempre hemos intentado educarles para que no olviden sus raíces y no pierdan sus costumbres, pero entendiendo que vivimos en España, y explicándoles que si alguien no quiere consumir en nuestro bar, ellos se lo pierden. Nosotros no tenemos la culpa. Son pensamientos diferentes y ambos válidos”. Eso sí, añade que conocen paisanos que están teniendo dificultades con sus hijos por el choque de ambas culturas.

En este momento Pan y Yidong tienen a sus padres en Logroño, “y tíos repartidos por todo el país”. Reconocen que todavía cuesta mucho ser asiático en el mundo occidental, por mucho que se hable de globalización, y los rasgos “nos van a perseguir siempre”.

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