La Rioja

Unas abuelas con mucho cuento

Como si del pasillo de un instituto se tratara los grupitos se van formando en el ‘intercambio’ de clase. Afortunadamente aquí nadie baja a fumar y, lo mejor, nadie hace ‘pellas’. Eso sí, el alboroto aumenta por segundos en el primer piso del Centro de Participación Activa Zona Oeste de Logroño.

Al final del pasillo está. Un grupo de estudiantes experto en todas las asignaturas de la vida. En todas. Pocas cosas hay que se les resista y más si hablamos de ganas de enfrentar la vida. Diecisiete historias diferentes entre las que se encuentran las de Paqui e Isabel, amas de casa, Julia y Loli, ambas limpiadoras, Maite, auxiliar de enfermería, Fernando, comercial y representante, Rosa María, hostelera, o Julia, funcionaria… Y ahora, todos jubilados y cuentacuentos.

Desde que en 2012 la antigua directora del Centro de Participación incluyera en la programación del espacio una actividad para fomentar la lectura e interpretación de cuentos, Las Abuelas Cuentacuentos no han dejado de ‘trabajar’ o, como ellas lo describen, “de descubrir cosas que llevábamos dentro y no lo sabíamos” y de descubrir “la mejor terapia para la salud física y mental”.

Una vez a la semana se reúnen oficialmente, -porque las quedadas para los cafés no cuentan-, para, con ayuda de su profesor Javier Pena, elegir un cuento, leerlo, memorizarlo y teatralizarlo para luego interpretarlo en varios colegios de la ciudad. “Estamos acostumbradas a contar los cuentos a nuestros hijos y nietos, pero esto es totalmente diferente. Aquí tienes que conseguir que toda una clase te preste atención y los peques ‘se metan’ en la historia”. Historias que a veces, incluso escriben ellos.

La mayoría jamás se había planteado desarrollar una actividad como esta, pero “es lo mejor que hemos hecho en nuestra vida”. Y hay más. “Yo me he quitado pastillas. Esta es mi mejor terapia; una fuente de riqueza y crecimiento personal. Siempre lo digo: ‘Un compañero es como una pastilla, pero el grupo es una farmacia entera”, admite Loli.

Por el momento su público son los escolares de Infantil y Primaria de los centros escolares, así que eligen el cuento en función de la edad de los espectadores. “A los mayorcitos les van más las historias que tengan algo de miedo, intriga, fantasía, misterio… Pero siempre, todos los cuentos que contamos, tienen unos valores y moralejas que hacen a los niños pensar y descubrir cosas nuevas de la vida”. Es más, con los mayores, y con ayuda de los profesores del curso, tras la interpretación del cuento llevan a cabo un coloquio.

Como buenos profesionales, los nervios nunca se van, y cada vez que tienen que ponerse delante de la audiencia asaltan las dudas, sin embargo, “gracias a las técnicas que nos enseña Javier, salimos airosos de los atolladeros”. Y eso que los niños no son de ponerlo fácil, porque nunca sabes por dónde van a salir, pero la templanza es una de las virtudes que trabajan semanalmente. Así lo explica Coro, una de las primeras integrantes del grupo -“y la más sensata” según dicen- que, ante la insistencia de sus compañeros, ha rehusado la idea de dejarlo. “Las experiencias en los coles son muy gratificantes y cada vez que vamos salimos con un subidón…”.

Porque “nos van saliendo bolos”, dicen orgullosas, y “los niños nos reciben con mucho cariño. Salimos de ahí como reinas”. Tanto es así que alguna señala que más de una vez ha tenido que agarrarse a la mesa “para que no me tiraran con tantos abrazos”. Un gesto que, sin duda, vuelve a ser la mejor medicina para los altibajos de la vida. “Es tanto lo que recibo que lo que doy no vale nada”. Y es que todas añaden que, a nivel cognitivo, esta actividad es perfecta para mantener a raya el paso de la edad.

Y si los niños ganan, las abuelas más. Antes de empezar esta actividad no se conocían, y ahora “incluso tenemos demasiada confianza. No callamos. Hablamos más que el profesor y nos volvemos niñas. Sacamos la parte infantil que llevamos dentro, y eso es tan bonito…”. Palabras que confirma el profesor Javier Pena, quien cuenta que “aquí han encontrado un lugar seguro donde no tienen miedo de meter la pata y pueden expresarse sin sentirse criticados”.

Así, semana tras semana llegan felices al Centro de Participación Activa para trabajar y compartir con sus compañeros cómo la tarde anterior un niño les ha parado por la calle al grito de ‘Abuela Cuentacuentos’, y juntos coleccionan dibujos, regalos y abrazos que se quedarán para siempre en el recuerdo.

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