Cultura y Sociedad

Desde Rusia (hasta Ezcaray) con amor

Katia Markina cambió ya hace años las frías calles rebosantes de Moscú por las calles empedradas de la sierra riojana para con vistas al San Lorenzo ofrecer al mundo su trabajo como artesana. En su pequeño taller de Ezcaray la imaginación se convierte en arte a través de la pintura hiperrealista en miniatura. Pequeñas piezas únicas que conllevan un trabajo inmenso y una dedicación completa y que son buscados desde hace años por coleccionistas de buena parte de España.

La artista rusa ya con acento serrano es una de las que han incrementado este último año su carnet de artesana en La Rioja. Ya tenía el de pintora artística, ahora suma también en el pirograbadora.

Katia Márkina ha encontrado su hogar artístico. Una vida llena de viajes por las galerías más famosas del mundo a la que el amor que depositó en un maravilloso lugar en el que aún la presencia continua de las vacas siguen ofreciéndole ese encantamiento que le hizo quedarse para siempre en lo que ya, desde hace años, considera su casa.

“Yo estudié Bellas Artes en Rusia, siempre me había gustado hacer cosas con las manos y me especialicé en el hiperrealismo, después de viajar por todo el mundo conocí a Joaquín y el amor me trajo hasta Ezcaray, recuerdo que lo primero que me chocó fue ver vacas por los pueblos, no había visto una de cerca en mi vida”, recuerda de aquellos primeros años. Con más de tres décadas de travesía artística por países y exposiciones, eligió la montaña serrana demostrando que es posible “sobrevivir”, como ella dice, del trabajo de artesana.

Su pincel danza en armonía, transformando madera, cristal, metal o papel maché en obras de arte en miniatura. “Disciplina, disciplina y disciplina”. Ese es su día a día. de lunes a jueves en su taller sin dejar de dar su toque personal a infinidad de piezas: pulseras, huevos de pascua, fundas de gafas, dedales, piezas únicas que sólo se pueden encontrar de viernes a domingo en su pequeña tienda donde se abre al mundo y recibe cada semana decenas de visitas. “Vienen muchos coleccionistas en busca de piezas especiales, hace unos días llegó una chica desde Asturias, se había cogido vacaciones para poder venir hasta aquí en busca de algo que le había gustado”.

A lo largo de su vida, ha encadenado formación tras formación, cultivando sus habilidades desde la infancia. Pero sigue resaltando la falta de concienciación sobre la importancia de desarrollar el potencial artístico de los más jóvenes, pero no se rinde en su propósito de despertar el interés entre los que llegan. “Yo hago cosas con alma, cuando alguien entra en la tienda espero a ver que esa energía que he dejado yo en las piezas alcance a alguno de los posibles compradores”.

Se sumerge en la precisión y concentración, insistiendo en que la clave no reside solo en la vista, sino en el aprendizaje exhaustivo. “Todas las piezas tienen una historia y están creadas con técnicas que son difíciles de encontrar en otros lugares posiblemente del país”.

Aunque las piezas reposan con orgullo en su establecimiento, Katia Márkina observa cómo la demanda ha disminuido. Señala los desafíos económicos y la falta de aprecio por el tiempo y esfuerzo dedicados a cada obra. “Este tipo de artesanía lleva muchas horas y la gente está acostumbrada a buscar cosas baratas pero estas no pueden serlo porque hay piezas que cuestan días crearlas”. Aún así reconoce que hay mucha gente que aún valora un proceso de dedicación y especialmente la exclusividad. “Todavía hay muchos que buscan algo especial, una pieza única, que sólo ellos puedan tener.

Una historia única, transformando su amor por el arte en obras que trascienden fronteras. En un mundo que a veces subestima el valor del arte, su dedicación a la disciplina y su deseo de transmitir conocimiento destilan una inspiración que cruza océanos y montañas. Su taller en Ezcaray es más que un refugio para su arte; es un faro que ilumina la importancia de preservar y apreciar las maravillas que surgen cuando la disciplina se encuentra con la imaginación.

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