Bodegas LAN siempre ha hecho bandera de su apuesta indiscutible por preservar la identidad de una tierra, primando el uso de las variedades tradicionales de allí y potenciando la viticultura desde los orígenes: el suelo. Esta firma perteneciente al grupo portugués Sogrape tiene la oportunidad de desarrollar estos valores en cuatro denominaciones del país, como les gusta decir, en las cuatro ‘R’ de España: Rioja, Ribera, Rueda y Rías Baixas. Prueba de esta apuesta y el esfuerzo dedicado en cada una de las regiones fue la cata que protagonizó este miércoles María Barúa, enóloga y directora técnica de LAN, dentro del IV Ciclo de Catas Underground organizado por NueveCuatroUno y Calado by Criteria de la mano de Argraf, Cartonajes Santorroman, Cork Supply, Ramondin y Tonelería Magreñan.
Una velada donde se sirvieron cinco vinos que representan el buque insignia de cada zona y que permitieron al público asistente abordar el perfil de LAN desde diferentes perspectivas y puntos geográficos. Barúa, quien lleva en la bodega 21 años, inició la cata llevando los sentidos hasta O Rosal, una de las zonas más al sur de Galicia donde las lluvias son menos abundantes y el sol pega más. «Esto hace que aquí se genere un microclima muy especial que dota de complejidad aromática a los vinos. Es perfecto por ejemplo, para el caíño», apuntaba la enóloga mientras se servía el Santiago Ruiz 2022. Un vino con acidez marcada pero al mismo tiempo redondo y amable gracias a esa combinación de variedades donde el albariño lidera las proporciones pero también hay cabida para ese caíño, el godello, loureiro y treixadura. La Bodega Santiago Ruiz, con 44 hectáreas de viñedo propio plantado entre 1999 y el 2000, es la creación que Santiago Ruiz impulsó cuando vio el potencial que tenían los vinos gallegos, pero especialmente las variedades autóctonas de allí. «Por eso le llaman ‘el padre del albariño’ y nosotros solo hemos mantenido su senda potenciando el viñedo».
El siguiente vino también mantuvo los sentidos fuera de Rioja, esta vez en Rueda con Aura 2019 Selección Avutarda. Y como no podía ser de otra forma, aquí LAN continúa primando la caracterización de una tierra, por lo que el verdejo es el caballo ganador. «Una variedad de ciclo largo que se adapta muy bien a esas temperaturas más extremas entre el día y la noche. Sobre las terrazas creadas por el río Duero se asientan dos parcelas que juntas suman unas 45 hectáreas de suelo pobre con cantos rodados donde la vid vive casi al límite», explica Barúa. Pero lo que lo hace especial es ese aporte de madera que sirve a la bodega para reivindicar que en Rueda también se pueden hacer vinos de guarda.
Ya de vuelta a Rioja, la enóloga apostó por un referente de la casa de Fuenmayor: Viña Lanciano 2017. «El vino de finca icónico de LAN». Y es que ya desde los años 70 se defendió elaborar un vino de finca cuando este concepto no estaba todavía tan explotado. De las 72 hectáreas que componen la finca emanan cuatro vinos y uno es Viña Lanciano. Ahí el tempranillo es el esqueleto, «pero el graciano es el aporta esa acidez y, por tanto, esa capacidad de envejecimiento». Durante la cata se degustó aquella añada de la histórica helada que, sin embargo, Barúa asegura que apenas se notó en la finca gracias a su ubicación.
Y tan rápido como la cata se dirigió hacia Rioja, volvió a emprender un viaje de ida, esta vez hacia Ribera del Duero. 8000 Marqués de Burgos 2019 irrumpió como lo hace un Ribera de los de libro, con potencia y aromas concentrados dada la altitud de la ribera burgalesa. Un vino del que apenas se elaboran 8.000 botellas y que emana de una de las zonas donde más viñedo viejo hay de la denominación. Parte de esa potencia viene dada por la madera presenten en la fermentación maloláctica ya que el vino la realiza en barrica de roble francés nueva que luego se empleará también para hacer una crianza posterior.
Y sin perder de vista los tintos, el broche de oro no podía ser otro que un Rioja. Culmen 2017 despertó emociones en un público que aguardó hasta el final para descubrir una de las estrellas de la casa. Un vino que refleja la culminación de un proyecto y que también sale de esas viñas más viejas y rendimientos más escasos de Viña Lanciano. Un vino, además, exclusivo solo para las mejores añadas y es que desde el 2000 que empezó a elaborarse solo ha salido 10 años. Así cerraba Barúa un viaje sensorial que no dejó indiferente a nadie y que despertó el interés de los presentes por estas regiones vitivinícolas más allá de los gustos comunes y preconcebidos. «Queremos reivindicar lo singular de una zona, lo que hace diferente a ese viñedo, a esa finca, dentro de una denominación concreta y así abrir el paladar del público a nuevas sensaciones».
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