El Rioja

El mayor expositor de vino de Rioja del mundo

Antiguo coto de chiquiteros que consumían vino peleón, La Laurel es un muestrario de los vinos de Rioja

Hablan de mesas de mármol blanco desgastadas. Recuerdan los surcos visibles sobre estas barras de bar de tanto pasar vinos de un lado al otro. Explican los que más saben de la calle Laurel, que entonces los vinos se vendían por metros. “Un metro de vino”. Y el aplicado camarero de toda la vida cuadraba los vasos de chato que rápidamente aparecían en fila para empujarlos con prontitud y precisión hacia un lado de la barra.

Las cuadrillas, entonces, dicen, salían ya cenadas de casa. El asunto consistía en ir a la Laurel a echar unos tragos de vino, que se relajaban con alguna gilda, unos cacahuetes, y quizás unos calamares los domingos, poco más. Metros de vino sobre las barras de mármol perfectamente medidos con reglas de maderas adheridas eternamente al perfil de la mesa principal.

Tal era el trajín de vino de año que el surco delataba el meneo que había en tal y cual bar. “Salíamos solo a tomar vinos”. Alfredo, que de vez en cuando se suma a las pocas cuadrillas de chiquiteros que aún hoy en día se mueven por La Laurel, recuerda aquellos tiempos. “Era vino peleón, barato, del peleón… Era el que se bebía entonces”. Viaja cuarenta años atrás. “Mucho ha cambiado todo esto”, en referencia a lo que ahora mismo es la calle Laurel, que se ha convertido en el mayor expositor de vino de Rioja del mundo.

Dos visitantes de la calle Laurel brindan con sus copas. Fernando Díaz/Riojapress

Rioja ha cambiado, La Laurel ha cambiado, el consumidor ha cambiado… “A mejor, claro, a mucho mejor”, remarca Alfredo. “Había vasos con dos dedos roña. Eso ya es historia. Ahora el vino se sirve en copas, hay muchos vinos distintos para elegir. Claro, el precio ha subido, pero es que ahora el nivel se ha incrementado considerablemente”. Alfredo hay días que se tira por el joven y otros en los que “me doy algún que otro capricho”. Porque si hay mil Riojas, hay mil vinos en la Calle Laurel.

Las fresqueras han dejado pasado a imponentes vinotecas en donde guardan los vinos para ser abiertos, siempre a la temperatura de conservación ideal. “Hay un bar de La Laurel que aún conserva la fresquera”, advierte uno de los chiquiteros que se mueve de vez en cuando con Alfredo. Resulta que, antaño, cada bar de La Laurel tenía una fuente de agua continua que procedía del nivel freático del Ebro, y que permitía tener los vinos siempre frescos. “Eso ya ha desaparecido, si tienen hasta los vinos en dosificadores”.

Se refieren los chiquiteros a las vinotecas refrigeradas que prácticamente se pueden ver en todos los bares de la Laurel que permite abrir los vinos de más alta gama para servirlos por copa, siempre a la temperatura adecuada, y sin que sufran oxidación por el paso del tiempo, pinchados herméticamente. Aquella pretérita Laurel del vino peleón es historia, se ha convertido sin ninguna duda en la mejor vinoteca a cielo abierto de La Rioja, el lugar adecuado para que los visitantes viajen por Rioja probando su diversidad y riqueza.

Alberto, del Rincón de Alberto, reordena los vinos que alberga su vinoteca. Fernando Díaz/Riojapress

“Fíjate como se está poniendo la cosa que volvemos a detectar que los amigos, de vez en cuando, salen por La Laurel a probar vinos”. Alberto es el responsable del Rincón de Alberto, que posee un vinoteca, que ocupa un espacio preferente en su local que es restaurante y al mismo tiempo templo de grandes vinos de Rioja. “Tenemos entre 250 y 300 referencias que vamos trabajando a lo largo de todo el año”. Y está observando que “ya a última hora, cuando baja la afluencia de clientes, los amigos se juntan para abrir alguna botella especial”. Entonces no se mira al precio. “La media de nuestra vinoteca oscila de los 25 a los 30 euros la botella, pero tenemos cosas muy especiales”. Y los clientes se atreven con ellas. “Por supuesto. Se vende el vino bueno, se vende el vino caro, y se vende el vino rico”, señala. “Los amigos, en lugar de tomarse una copa, vienen y se abren una buena botella de vino para disfrutarla con una buena conversación”. Es la visión moderna que aquella vieja Laurel de vasos de chatos servidos por metros. Ahora la copa es de vidrio fino para situarse a la altura de los caldos riojanos que recibe habitualmente.

Rioja se ha ido abriendo un gran hueco en La Laurel. No solo esa única referencia de Rioja que elegía cada bar para acompañar su especialidad. Ya es cosa de cuatro o cinco bodegas. Rioja, en su diversidad, se presenta con toda su riqueza a los ojos de los visitantes. Javier Antoñana es el responsable de una de las vinotecas de referencia de esta zona. La Tavina maneja más de 300 referencias. Su primer piso es un templo a Rioja. Blanco, claretes, tintos… crianzas, reservas… de autor, singulares, de pago… Rioja está en sus vitrinas.

Javier Antoñana repone las botellas servidas la noche anterior. Fernando Díaz/Riojapress

Desde el mejor Contador hasta referencias más asequibles. Hay un espacio reservado para que los clientes puedan degustar aquello que les apetezca. Es una estupenda carta de presentación de lo que es Rioja hoy en día, y está en la calle Laurel. “Nuestra labor consiste en saber qué quiere el cliente y qué le puede encajar mejor”, apunta Antoñana. “Hay quien mira el precio, quien viene con las ideas muy claras o quien pide algo de asesoramiento”. Es el juego de elegir la referencia de Rioja. No es cuestión de un solo vino o de una única bodega, es la riqueza de encontrar en un único espacio 300 referencias distintas, casi 300 bodegas diferentes.

El vaso de chato ha desparecido. La Laurel se ha preocupado por darle el mejor continente al mejor contenido. Copas para el vino de Rioja, sea joven, crianza, reserva… “Estamos convencidos de que es la mejor manera de hacer marca”, reconocen los responsables de esta calle. “Debemos cuidar todos los detalles”, no solo de los pinchos, también del trabajo que se lleva haciendo desde muchos años con el servicio de los vinos. Y se las ingenian aunque el espacio sea en ocasiones bastante reducido. En Casa Ríos han hecho lo necesario para incrustar una vinoteca entre dos de sus pisos, y conservar ahí la riqueza enológica de la DOCa Rioja.

Diego Ríos elige el vino más adecuado para un nuevo servicio. Fernando Díaz/Riojapress

“Nosotros buscamos siempre bodegas que sean más familiares, pequeños proyectos que estén trabajando bien”. Diego Ríos es la nueva generación que viene empujando fuerte en este restaurante de la calle San Agustín. “Es un poco lo que somos nosotros, un proyecto familiar, y por eso sentimos predilección por las bodegas más familiares”, reivindica. Sin olvidarse de referencias que aparecen en las grandes cartas de vino. “Explicamos los vinos que tenemos, los clientes nos dicen sus gustos y buscamos cosas que les puedan gustar”. A esta familia le encanta contar las historias que hay detrás de los vinos. “Son las bodegas que buscamos”, pequeñas joyas que sin duda enriquece la visión de Rioja de los visitantes.

Venta de vino con degustación

La apuesta es decidida y la visión está clara, que La Laurel siga siendo el mayor expositor de vinos de Rioja del mundo. Por eso están surgiendo proyectos como la Tienda de Vinos, junto al Museo de La Rioja. Se trata de una perfecta selección de lo que es Rioja pese a contar con un espacio realmente reducido. Cinco personas caben en su interior. Y a su alrededor propuestas de todo tipo que se presentan al visitante por copas, por botellas, con o sin degustación de unas buenas latas de conservas, un poco de embutido o algo de queso.

Susana presenta uno de sus vinos favoritos. fernando Díaz/riojapress

Luis Carlos y Susana tiene aquí su pequeño paraíso donde Rioja ocupa el 80 por ciento de la oferta. “Vendemos sobre todo los estuches de tres botellas, y aunque los clientes vienen con una idea clara, también nos piden asesoramiento y les explicamos un poco todo lo que es Rioja, que se pueden encontrar, y aquellas cosas que les pueden gustar”. Prueban los vinos, toman un poco de queso, charlan, preguntan, viven La Laurel y conocen Rioja, “y aunque el precio es importante no siempre es lo más decisivo”, reconoce Susana.

Situación que reconocen también en el hotel de cinco estrellas Áurea Palacio de Correos. “Tenemos muchos visitantes, de muchos perfiles, porque en nuestro restaurante Matasellos recibimos a logroñeses y riojanos; aunque si me preguntas por los gustos de los extranjeros. Quieren las botellas buenas”. Cristina Urbina es la jefa de sala y responsable de la vinoteca de este espacio tan especial enclavado en el corazón mismo de Logroño. “Evidentemente estamos en Rioja, y los visitantes quieren probar Rioja”. Unos vienen con las ideas claras, otros quieren asesoramiento, “pero lo que buscan es siempre la calidad, buenas botellas de vino. Eso es lo que quieren”.

Calidad y esmero en el servicio, todo cuenta a la hora de vivir la experiencia Rioja en La Laurel. Fernando Díaz/Riojapress

La Laurel se ha entregado a Rioja, lo hace con la responsabilidad del que se sabe referencia, del que siente que un gran poder, como es el de atracción de esta vía sobre el visitante, requiere de una enorme responsabilidad para estar a la altura del trabajo que bodegueros, viticultores, enólogos, agricultores… hacen cada año para seguir elevando la competitividad de Rioja en el mundo, que acude a La Laurel cuando visita esta tierra.

Las vinotecas en los bares y restaurantes han dejado atrás las viejas fresqueras en las que se mantenía a la temperatura ambiente el vino de año. El salto cualitativo durante las últimas décadas es más que evidente en el trato y cuidado del vino, tanto en su servicio como en la variedad de vinos que se pueden encontrar en los diversos bares que conforman esta calle. Los límites los marcan los clientes, cada día más convencidos de que el vino bueno siempre merece la pena. Y existe un lugar en la Laurel donde se encuentran el pasado y el presente de Rioja y en esta calle.

Álex refresca sus vinos a la antigua usanza, con una fresquera que ha conservado para deleite del visitante. Fernando Díaz/Riojapress

Es el Calderas, el único que conserva ese caño de bronce sinfín que refresca los vinos. “Es un punto que llama la atención, que a la gente le gusta saber qué hace esto aquí, y le contamos que antaño era la forma en la que se mantenía el vino fresco, gracias a un flujo continuo de agua que procedía de cada uno de los pozos que daban servicio a los bares de La Laurel”. Álex está orgulloso de haber mantenido esta fresquera. “Es la única que se conserva y para nosotros es motivo de orgullo”, reconoce.

Es lo que fue La Laurel, es lo que es esta calle, en constante evolución al ritmo de los vinos de esta Denominación, una zona ideal para probar y degustar el Rioja de los mil vinos.

Subir