La Rioja

Los últimos de la vieja estación de autobuses de Logroño: un remanso de paz libre de humos

Los últimos de la vieja estación de autobuses de Logroño: un remanso de paz libre de humos

Nadie entendió a Andrés Iniesta cuando hace trece años confesó que había “escuchado el silencio” mientras anotaba en Johannesburgo el gol que significó la primera Copa del Mundo para España. Pero este martes, al fin, alguien comprende al genio de Fuentealbilla en el entorno de la Avenida de España y la calle Pío XII de Logroño. Ahí resiste un pequeño reducto de entidades, ajenas al traslado de la marabunta desde la vieja a la nueva estación de autobuses de la capital riojana.

Donde ayer hubo dobles filas, bocinazos atronadores y un continuo trasiego de gente que va y viene, hoy tan solo quedan transeúntes nostálgicos y algún que otro viajero despistado, ajeno al trasvase de autobuses a las nuevas dependencias.

Unas enormes jardineras y un vallado de la Policía Local custodian unas dársenas desiertas. Una estampa que solo recordarán los pájaros que hace tres años sobrevolaban el entorno cuando la pandemia dejó sin autobuses a la vieja estación. El paisaje es casi apocalíptico, como si algún extraño fenómeno hubiera asolado una de las manzanas más agitadas de La Rioja de un día para otro.

 

“Es una gozada trabajar así”

En cambio, hay vida al otro lado de la cinta policial. Las bajeras de la antigua estación -inaugurada hace 65 años- siguen acogiendo a entidades sociales, que reciben la mudanza de autobuses como una bendición caída del cielo. “Es una gozada trabajar así, sin tubos de escape, bocinas, ni pitidos de alarma”, explica Elena Ibáñez, directora de la Asociación de Familias Numerosas de La Rioja.

Este martes la puerta de su sede permanece abierta de par en par, sin miedo a que la contaminación cope sus discretas dependencias. “Es la primera vez que trabajamos en estas condiciones y estamos agradecidas de que nos hayan dejado quedarnos”. Solo hay un “pero” para el personal de la asociación: “Al cerrar la estación nos hemos quedado sin acceso a los asesos, porque nuestra oficina no dispone de ellos, pero confiamos en que nos puedan dar una solución desde el Ayuntamiento”.

“Ahora vemos lo grande que es la plaza en realidad”

Al otro lado de la acera que hasta ayer mismo poblaban las dársenas se accede a las instalaciones de ATIM, la Asociación de Trabajadores Inmigrantes Marroquíes, donde tanto silencio repentino “causa impresión”. “Es solo comparable a cuando veníamos los domingos a trabajar”, explica Mohammed, quien ahora valora “lo grande que es realmente la plaza que se nos ha quedado”.

La asociación lleva instalada en esas dependencias desde mayo de 1995 y ahora, con el cambio de estación, “nos sentimos algo solos porque te acostumbras al movimiento; nos sentimos extraños”. A esa ruptura de la rutina se une el servicio público que brindan a “todos los despistados que esta mañana han venido con su coche y preguntan dónde están ahora los autobuses”.

Una plaza con “nuevas posibilidades”

ATIM tiene por vecinos a la Unión Democrática de Pensionistas y Jubilados de La Rioja (UDP), cuyos usuarios han podido abrir este martes sus ventanas de par en par sin miedo a sentir que viven en el interior de un tubo de escape. “Llevamos ocho años en este local y es el primer día sin ruidos”, celebra Marta, trabajadora social de la asociación.

Al abrir la puerta del local, todo ha sido diferente este martes: “Se nos ha hecho extraño, pero se agradece porque hay una gran tranquilidad para poder leer el periódico o trabajar”. Dan fe de ello Pilar y Alfredo, que repasan tranquilamente en las mesas las informaciones del día anterior. “Diría que hay hasta demasiada tranquilidad”, afirma ella; mientras que Alfredo añade que a la ausencia de ruidos y la limpieza del aire hay que añadir que “ahora, además, tenemos mayor seguridad porque no hay el típico trasiego de gente que va y viene”.

“Hoy se respira mejor”

La mudanza de la estación también se deja notar en el Colegio Espartero, donde los pequeños han tenido que compartir durante décadas la entrada y salida al centro con el goteo de autobuses batallando por obtener la preferencia en la circulación. “Llevo 35 años oyendo el rugido de los motores y las bocinas; hasta creo que hoy respiro mejor”, valora María Ángeles, profesora del centro, quien “he sufrido alergias y alguna vez he pensado que el humo de los autobuses podía influir en ellas”.

A la docente, eso sí, se le refleja cierta nostalgia en sus ojos cuando explica cómo hacían de la necesidad virtud para aprovechar la presencia de los autobuses a escasos metros de su colegio: “A los niños les atraían mucho e, incluso, hacíamos actividades de Geografía porque se interesaban en los destinos de los vehículos cuando se lo escuchaban a los chóferes”. Y de entre todos los escolares, destaca a “un niño que seguro que los echa de menos porque cada día aprovechaba el recreo para venir expresamente a contar cuántos autobuses había en la estación”.

Marian, jefa de Estudios del colegio, no esconde que llevaban años deseando un día como el de hoy: “Teníamos ganas del cambio por la comodidad de los padres al traer o llevarse a sus hijos; ahora tienen mucha más amplitud si tienen que aparcar un segundo el coche”. “Los niños no han sido muy conscientes aún del cambio; alguno de los pequeños se darán cuenta porque les gustaba mucho ver los autobuses”, explica, mientras su compañera Ana celebra que “donde hay un centro con niños, cuanto menos tráfico mejor”. “Hoy tenemos una tranquilidad absoluta y respirar aire saludable es mucho mejor”, sentencia.

Y así, tratando de adaptarse a la nueva normalidad, afronta ‘la resistencia’ de la vieja estación de autobuses un nuevo panorama que se atisba plagado de cambios notables en forma de un silencio que -al igual que le sucedió a Iniesta en 2010- se hace escuchar. Por delante queda la inquietud sobre los planes que el Ayuntamiento tiene para esta parcela de la ciudad acostumbrada a una actividad frenética y que ahora disfruta de la soledad. Al menos, temporalmente.

Subir