Llegaba Urdiales a Azpeitia entre zozobras, ansias y necesidades de enfrentarse a un toro con posibilidades. Que parece no es mucho pedir, pero que viene a ser todo un mundo cuando se trata del riojano y su suerte tan esquiva y desabrida.
Eran poco más de las ocho y veinte de la tarde cuando apareció Clarín en el ruedo. Que no vino a decir gran cosa en el capote, fue mal picado y pasó sin codicia cuando lo probó Urdiales antes de banderillas. El caso es que en el segundo tercio empezó Clarín a venirse arriba, a obedecer a los cites y hasta a perseguir a las cuadrillas. Urdiales lo brindó al público y se armó de paciencia en un inicio de faena de sumo tacto y mayor delicadeza.
Y mira por dónde que con el tal Clarín se reencontró Urdiales con la bravura para desempolvar aquellos tratados de tauromaquia tan suyos como, al parecer, también lejanos en el tiempo. Aquella forma de ofrecer los vuelos, de embarcar la embestida, de someter en sus espinillas, de soltar más allá de la cadera y de ligar en el sitio.
Aquella figura siempre erguida, siempre tan encajada y asentada. Los talones tan hundidos, como la barbilla, que se pegaba a un pecho que parecía henchirse a medida que Clarín obedecía a cada cite. Aquellas embestidas parecían alimentar la hasta hoy famélica alma torera de Urdiales. Y todo siempre tan a compás. Al ritmo de ese temple de terciopelo, de esa cadencia tan medida y esa armonía tan puntual. La colocación siempre exacta, como el sitio y los tiempos. Y aquel toreo siempre fundamental, sin adornos ni excentricidades ahora tan habituales. Siempre fue a más el bravo Clarín. Desde el suave inicio hasta las exigentes y rotundas series de naturales, que nacían mandonas y se iban convirtiendo en monumentales. Siempre de adelante atrás y de arriba abajo. Rebosantes de temple y pulso. De trazo soñado. Como siempre fue el toreo. ¡Qué manera de torear al natural!
Surgió un cambio de mano sensacional y en esas volvió Urdiales al pitón derecho, que fue el de más asperezas para demostrar su impostura, su mando y su técnica. Clarín también embestía con calidad ya también por ahí. La última tanda de naturales, a pies juntos y enfrontilado al bravo toro de Ana Romero, fue una delicia. Merecida recompensa a tanto sufrimiento y tanta desventura. Aquel vaciar las embestidas tan detrás de la cadera hizo que el riojano se encontrara con el toreo, que es su toreo. Dejó arriba la espada y cortó dos orejas que valen su peso en oro.
Antes, Urdiales fue poco menos que fiel a su sino esta temporada. Le tocó en suerte un toro que nunca humilló y salía siempre con la cara alta y desentendido. Pese a ello, Urdiales tiró de valor, arrojo y tragó con aquellas embestidas tan descompuestas como desangeladas, que siempre se quedaban tan cortas. Hubo un trincherazo de cartel y unos ayudados por alto en el epílogo de enorme sabor y gusto.
Daniel Luque supo aprovechar el ritmo de su primer oponente, que vino a resultar demasiado flojo. El temple y la suavidad de Luque lograron tandas aseadas y con transmisión. Está claro que a Luque le embiste casi todo y lo que no, ya se encarga el torero de Gerena de hacerle embestir por sí mismo. Algo así resultó lo que pasó en el quito, toro de buenos inicios de muletazo y finales más malos que regulares. Aquella disposición del sevillano vino a dar por resultado tandas de buen trazo y mejor temple. La técnica de Luque, siempre a prueba de cualquier tipo de toro. De no haberse atascado con el descabello, hubiera acompañado a Urdiales por la puerta grande.
Más desdibujado se mostró Diego Carretero, que se vio desbordado por un tercero que resultó complicado y no consiguió materializar la buena condición que tuvo el animal que cerró plaza en la primera parte de la faena.
Plaza de toros de Azpeitia. Tres cuartos de entrada.
Toros de Ana Romero, bien presentados y de juego deslucido en líneas generales. Destacó el cuarto, bravo y que fue siempre a más, y el lidiado en quinto lugar, manejable, de buen fondo y con posibilidades.
Diego Urdiales, saludos y dos orejas.
Daniel Luque, oreja y vuelta al ruedo.
Diego Carretero, silencio en ambos.
Saludó José Manuel Más tras parear al sexto.
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